Fue un abrazo fuerte, interminable el de Gerardo Hernández, el héroe en libertad, y el padre sudafricano Michael Lapsley.
Se lo habían prometido y sucedió: Un día caminaremos juntos por el Malecón de La Habana o por las calles de Cape Town, y como pacto de caballero lo cumplieron.
Lo hablaron más de una vez en la cárcel. Cuando Lapsley atravesó el océano y cruzó continentes para llegar a esa cárcel fría y gris en California, adonde como resultado de una sentencia injusta habían condenado a Gerardo a vivir dos vidas.
El pastor anglicano, quien lleva sobre sí las marcas del terror, desde que conoció a Gerardo dijo que sería su amigo.
Para Lapsley aquel hombre de humor extraordinario le recordaba a los líderes sudafricanos que pasaron décadas de su vida en prisión no por ser malas personas sino por creer en una causa humana, en la justicia, en la paz.
El sacerdote estaba ahí, el primero, cuando las puertas se abrieron en el aeropuerto de Cape Town y salió Gerardo. Solo que esta vez no hay cerrojos, ni candados, ni puertas metálicas…
«Gerardo nunca se olvida de dar las gracias a todos aquellos que se muestran solidarios en Sudáfrica y en todas partes del mundo», reiteró en una ocasión el padre Lapsley.
Ahora lo que un día parecía lejano se transformó en realidad. Los Cinco vinieron en persona a dar las gracias y en especial Gerardo le corroboró a Lapsley que él jamás hace una promesa que no pueda cumplir.
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