Trinidad ratifica su condición de villa pródiga para las labores artesanales, en especial las relacionadas con la arcilla y la urdimbre, en la más reciente edición de la Feria Internacional de Artesanía
La fecha en que desembarcaron permanecerá traspapelada en la historia hasta el fin de los tiempos. Nadie sabe si fue el marinero, la dama aristocrática o el destino quien encontró en Trinidad puerto seguro para las labores manuales. Parafraseando a una amiga lugareña que habita en predios capitalinos: agujas, arcilla, hilos… llegaron a la villa con destinatario, pero sin remitente.
Tal sortilegio resulta aún una suerte de dogma para quien intente explicar cómo el transcurso de los años, lejos de amilanar las manos, abre nuevos horizontes en el universo de la artesanía y la renueva sin renunciar al pasado. Se cree o no. No existen más explicaciones.
De ahí que todo agasajo relacionado con los quehaceres manuales de la Ciudad Museo, más que constituir una noticia tal y como lo clasificaría la academia periodística, resulta, más bien, una declaración de fidelidad al legado que un día recaló en el medio de la costa sur de Cuba.
Por eso a pocos sorprendió que fuera, precisamente, un trinitario quien se alzara con el primer premio en el Concurso Nacional de Cerámica, inscrito dentro de la Feria Internacional de Artesanía (Fiart) 2015 celebrada en La Habana, una especie de colmena a gran escala donde se dieron cita más de 300 artesanos del país y fuera de fronteras, más si se trata de Azariel Santander, miembro del linaje que, hace más de un siglo, encontró en la arcilla la manera de expresarse, hoy referente para la artesanía mundial. Más bien, viene a justipreciar tantos años de esfuerzo y entrega, de maestría alcanzada a golpe de tenacidad.
Una vajilla para seis comensales constituyó la propuesta del experimentado alfarero, conjunto que mereciera el lauro mayor “por el diseño y funcionalidad, la inteligente utilización del vidriado, así como la belleza, calidad y elegancia que le otorga el bruñido”, según refirió a la prensa Julia González, ceramista y miembro del jurado.
“Generalmente, imagino cientos de formas para cada pieza, y a partir de esa multiplicidad de formas comienzo a crear. Uno puede lograr en la cerámica todo lo que sea capaz de generar con las manos y la mente”, afirmó más tarde el premiado mientras admiraba sus creaciones, muestra fehaciente de arte, utilidad y lealtad a sus antecesores, pues “la técnica del bruñido distingue a nuestra familia. La heredamos de nuestros antepasados. Se trata de una labor totalmente manual que se realiza con unas piedras de río, utilizadas para pulir las piezas antes del quemado”, añadió Azariel.
A la par de la alfarería, las agujas también celebran por las menciones obtenidas a manos de los proyectos Tradiciones Trinitarias y Puntadas Trinitarias, en la categoría textil-confección; dos iniciativas que al decir de Maité Duménigo, especialista invitada al certamen, “hablan por sí solas y constituyen un referente en el rescate de labores ancestrales con ideas frescas, para nada anquilosadas o monótonas como suele verse a las labores artesanales”.
Dicen que en ciertos rincones de Pabexpo, donde tuvo lugar esta fiesta de las artes manuales, se escuchaba el sonido de los sonajeros de barro, de agujas tejiendo sin descanso… y el nombre de Trinidad repetido una y otra vez, no tanto como el sitio que a diario descubren infinidades de turistas, tampoco como la ciudad que se detuvo en el tiempo desde pasadas centurias, sino como lugar que alguien o algo convirtió un día sin fecha exacta en una especie de comarca mística donde ocurren prodigios con arcilla y saetas.
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