El trovador regaló a Trinidad una noche donde la nostalgia y el humor escribieron otro capítulo en el pentagrama de la tercera villa cubana
Llegó con la guitarra enfundada sobre la espalda, sin más regalo que un manojo de canciones para compensar el retraso y descargar en familia no como el trovador de renombre que ha devenido en los últimos años, sino con el espíritu bohemio de aquellos que todavía cantan para arroparse de los aplausos del público.
Sin más escenario que la fuente erigida en el corazón del patio del palacio Cantero, en Trinidad, Tony Ávila plantó su timbiriche para contar las peripecias de su llegada al mundo, cuando “el doctor decía que no, que yo era la menopausia./ Y ahí mismo se equivocó: / yo soy un fruto de la naturaleza, / una sorpresa de la felicidad”; de su peculiar condición de ser “científicamente negro”, de cómo arribó a las conclusiones de que sin “técnica no hay técnica”, y realizó el homenaje póstumo al compañero Regala´o, aquel que murió en los años ´80.
Le cantó a su madre, a la soledad, a Sabina, a la chismosa del barrio, a quien se fijó en la mujer del vecino, a las cosas de la vida, al amor… Entonces, en uno de los costados una pareja comenzó a bailar a la luz de los faroles, y en la complicidad más pública de todas, el muchacho le susurró a su novia la letra que nacía de los acordes de Ávila: “Yo quiero ser el rocío que te moja para secarte como un soplo de viento. / Yo quiero ser toda esa luz que te amanece (…) / Y en la tarde quiero ponerme como el sol en tus ojos, /para mirar cómo te abraza la noche./”
Esa misma noche se hizo canción. La gente solo precisaba conocer cuál sería el siguiente tema para corearlo a mil voces, aunque de vez en cuando algún despistado trastocara los versos y el micrófono hiciera ciertas indisciplinas durante el espectáculo.
Trajo entre sus folios al amigo balsero “que se fue por Varadero, /en un madero con poliespuma, / allá por el mes de enero. / Que no salió de Sevilla, / que no era un gran Bucanero, / no tenía brújula ni astrolabio, / y mucho menos dinero”; a la muchacha aburrida de ser poema, que se aventuró a saltar del papel, a la choza de Chicha y Chacho, al chiste oportuno y la crítica agazapada.
Casi al filo de la medianoche un pescador, un farolero, un fraile y otras estatuas vivientes desembarcaron del carro de Tespis e irrumpieron en el escenario para escuchar la súplica del trovador, pidiendo a gritos que Cuba no se muriera en un timbiriche.
“Yo vago con la guitarra, dispuesto a regalar mi música a quien quiera escucharla —confesó—. Aquí están mis recuerdos de cuando fui maestro, las idas y venidas de Matanzas a La Habana, mis preocupaciones, mis amigos, los momentos familiares que me acompañarán para siempre, los tropiezos, la felicidad y también guardo algunas musas para escribir después…”, confesó.
Y partió con el mismo andar presuroso con que llegó, saturado de ovaciones. Dicen que en horas de la mañana todavía no lograba sacudirse de la resaca de aplausos y antes de regresar a su tierra se le oyó decir: “una nueva canción me están rondando desde anoche…”.
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