Tunas de Zaza: la mística del agua (+ fotos)

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Descrita por Onelio Jorge Cardoso como una lengua de tierra disputada al mar, Tunas de Zaza insiste en sobrevivir aferrada a la costa sur de Sancti Spíritus.

Tan deslumbrado quedó Onelio Jorge Cardoso cuando bajó del tren, tan atribulado con el paisaje agreste de Tunas de Zaza, que apenas unos días después, en junio de 1955, publicó una crónica conmovedora en la revista Carteles.

“Mucho mangle rojo y negro —describió—. Se detiene el gascar y ya tenemos delante el pueblo de Tunas de Zaza. De frente, por la derecha está el embarcadero donde los centrales Natividad, Amazonas, Tuinucú y La Vega suelen exportar sus azúcares. El almacén oscuro y el muelle bueno están reñidos con las casas de madera del pueblo, a la izquierda principalmente, formado por una fila de casas sobre estacas y unidas todas por una larga acera de tablones, también sobre estacas, que van rectos al parecer hasta la orilla del mar”.

De aquella realidad que impresionó a Onelio apenas quedan las fotografías, reveladas primero en la revista y después en el libro Gente de pueblo.

De aquella realidad que impresionó a Onelio apenas quedan las fotografías, reveladas primero en la revista y después en el libro Gente de pueblo, en el cual el escritor tuvo a bien compendiar los viajes con intenciones antropológicas que realizara por lo que llamó “parajes olvidados de Cuba”.

Las fotografías y unas cuantas casas hincadas en el fango sobre pilotes: solo eso permanece de la Tunas de entonces, pues la pasarela de tablas que unía el poblado con El Médano fue sustituida hace décadas por una carretera y los enfermos no se mueren ya a merced de los esteros.

Y le queda, ante todo, la intrepidez de su gente, la resolución casi temeraria con que han decidido quedarse en “una lengua de tierra robada al mar” de la que deben salir un temporal sí y otro también y que en 1955 José Baños, práctico retirado del puerto, ya había calificado con una frase lapidaria: “Si el mundo tiene fondillo, este es el fondillo del mundo”.

PASADO DE MANO

“A Tunas de Zaza es más fácil llegar por mar que por tierra”, le dice un pescador que pasa con cinco pargos al hombro y no precisamente a Onelio Jorge Cardoso, sino a este equipo de prensa que, 60 años después, viene a retratar los modos de vida de la comunidad, perteneciente al municipio de Sancti Spíritus.

“A Tunas de Zaza es más fácil llegar por mar que por tierra”, le dice un pescador que pasa con cinco pargos al hombro y no precisamente a Onelio Jorge Cardoso, sino a este equipo de prensa.

No sé por el Caribe, pero en que es complicado llegar por carretera debe tener razón, pues la vía está urgida de un buen pasado de mano, más aún a la altura de El Salado —El Salao, a secas, para los lugareños—, donde el asfalto desaparece abruptamente y lo que queda es terraplén hasta el pueblo. Dicen que por culpa del agua.

El deterioro del camino y la inestabilidad del transporte, que depende únicamente del tren que muere en Tunas, figuran entre las principales preocupaciones del consejo popular que, según confirma a Escambray su presidente, Lázaro Viva Ceja, abarca también otras ocho comunidades.

“Por el momento el problema de la carretera no va a tener solución —sostiene—. Es un planteamiento histórico, siempre se dice que se va a reparar, pero no sale por falta de presupuesto”.

Y a seguidas, para compensar, me llena la agenda con un rosario de acciones constructivas y de mantenimiento que desde hace días viene mejorando la fisonomía de la región como parte del programa de reanimación de comunidades emprendido por el Gobierno: reparaciones fundamentalmente de carpintería y cubierta en bodegas, escuelas y consultorios de la zona, renovación del mobiliario para el uso del médico y enfermera de la familia y pintura, mucha pintura: “Hasta donde alcanzó la cal”, remata Armando Pérez.

Lo más significativo, además de la grúa que en cuestión de horas arregló el tanque de combustible de la tienda de víveres de Tayabacoa y de los electricistas que libraron a Aguadita de la maldición de las tendederas, fue la llegada del agua potable hasta Cuatro Caminos y la desobstrucción de varios metros de tuberías junto a la escuela de Tunas.

“Aquí se puede entrar en chalán cuando llueve en condiciones —asegura Mariela Cruz con la experiencia de quien ha vivido en la calle Molinet desde que el mundo es mundo.

“Aquí se puede entrar en chalán cuando llueve en condiciones —asegura Mariela Cruz con la experiencia de quien ha vivido en la calle Molinet desde que el mundo es mundo—. No le miento: los niños tienen que quitarse los zapatos para llegar a la escuela”.

Pero ahora ya está solucionado el problema, le digo mientras apunto a los hombres de Acueducto que se fajan con las redes una cuadra más abajo.

“Eso parece, pero hay que ver —suspira—. Cuando llueva le cuento”.

EL MÉDANO POR DENTRO

Más de 1 200 habitantes en Tunas y unos 1 170 en El Médano configuran lo que algunos llaman la capital del consejo, dos localidades que a simple vista parecen gemelas pero que, según advierte Maribel Santander, “son pueblitos similares con gente muy diferente”.

Ella lo dice desde El Médano, un caserío cuya particular estructura se ha ajustado tanto a la línea sinuosa de la costa que algunas casas están prácticamente construidas sobre el agua, los patios de la mitad del pueblo lindan con el Caribe y la otra mitad lo mira de frente.

El Médano es un caserío cuya particular estructura se ha ajustado tanto a la línea sinuosa de la costa que algunas casas están prácticamente construidas sobre el agua.

Aunque a sus pobladores no les quita el sueño, el territorio se las arregla también con un dilema nominal: ¿El Médano, con D, que en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española aparece como el “montón de arena casi a flor de agua, en un paraje en que el mar tiene poco fondo”; o El Mégano, con G, como la película que en 1955 filmara Julio García Espinosa?

La respuesta no se encuentra en el Nomenclátor de Nombres Geográficos Normalizados de Cuba, que desconoce olímpicamente este punto habitado de Sancti Spíritus; sino en la mismísima entrada del caserío, donde los vecinos han colocado un cartel de bienvenida que no se ciñe a definiciones gramaticales ni a toponímicos autorizados: El Médano, con D.

“Eso es lo de menos, periodista, aquí lo que importa es que en esta zona, de la escuela de El Médano para atrás, falta mucho el agua —reclama Ondina Estepe—. No sé si es porque se rompe la turbina, pero la verdad de la verdad es que en cinco y seis días tampoco entran las pipas”.

Allí mismo, mientras dice “pon ahí que lo digo yo”, Ondina muestra hasta con orgullo la reparación integral a que está siendo sometido el consultorio médico, un local sin pretensiones estéticas que ya hubiese querido ver Onelio Jorge Cardoso hace 60 años.

El círculo social y la bodega también fueron mejorados en medio de una algarabía que pudo constatar este equipo de prensa cuando pasó junto a un grupo de vecinos que limpiaban los restos de cal y escuchó una expresión de indiscutible cubaneo: “Mima, arréglate el pañuelo y mira pa’ la cámara, que vas a salir por el Escambray”.

AL LADO DEL AGUA

Que una semana no basta para arreglar los asuntos pendientes del consejo popular es una conclusión en la que coinciden pobladores y autoridades locales.

Lo que se ha hecho, sin embargo, no deja de ser loable por el entusiasmo con que se han involucrado las fuerzas de cada organismo y los propios habitantes de las comunidades, que del tiro se han vuelto electricistas, plomeros, albañiles, pintores de brocha gorda, músicos, poetas y locos.

Sobre todo locos, dirían los habitantes de tierra firme, que no consiguen comprender la mística del agua, esa especie de fascinación que en 1955 José Baños, el viejo lobo de mar, ya había descrito con sus dotes premonitorias:

“El caso de nosotros es un dilema tremendo, caballero —dijo entonces a la prensa—. Miren, ahora Cuba está desesperada por la sequía, ¿verdad? El ganado se muere, los pozos se secan. No hay agua en ninguna parte y todos los cubanos piden agua. Bueno, pues nosotros tenemos también que pedirla, pero así a medias, como diciéndole al cielo que se aguante un poco la mano por esta parte de aquí. Porque, ¿sabe lo que pasa?, que a nosotros el agua a más de sostenernos la vida, nos arrastra también. ¡Dígame si eso no es para ponerse las manos en la cabeza!

«No hay un hombre de El Médano que piense en el viento nunca. Lo malo es el agua, que el temporal venga lento y cargado de lluvia y se le ocurra atravesar la isla».

“Lo mismo son los ciclones. No hay un hombre de El Médano que piense en el viento nunca. Lo malo es el agua, que el temporal venga lento y cargado de lluvia y se le ocurra atravesar la isla, aquí más o menos por donde estamos nosotros. Como el río Zaza diga a coger agua desde las cabeceras, adiós Médano de Tunas”, relató hace décadas sin imaginar siquiera que su discurso pudieran repetirlo, coma por coma, los tuneros de hoy.

Solo ellos saben por qué continúan viviendo tan al margen de la isla, en un paraje donde el salitre curte las pieles en el sopor del mediodía, el tedio mismo se escurre de los chinchorros y los niños aprenden a reconocer los peces antes que el nombre de los mártires.

“A algunas familias les han dado casa en Sancti Spíritus y han virado para atrás con todos sus bártulos”, ilustra Oriol Estepe, pescador que a los 74 años ha pasado las verdes y las maduras amarrando barcos al tronco de los mangles en lo más profundo de los esteros para que las crecidas no los arrastren.

Si no es ahora, se irán después, porque el nivel del mar subirá tanto que Tunas de Zaza se borrará del mapa, intento sonsacarlo.

“Puede ser —me responde—, aunque yo no voy a estar aquí para comprobarlo. A lo mejor la gente va y construye más pa’ dentro, pero siempre, anótelo ahí, siempre al lado del agua”.