Con su primer libro para niños, el narrador y poeta espirituano Ariel Fonseca deslumbra a los lectores.
Entre los jóvenes autores a tener en cuenta dentro del panorama literario espirituano actual cuenta el narrador y poeta Ariel Fonseca Rivero, cuyo más reciente libro, El circo invisible, obtuvo el pasado año el Premio Herminio Almendros otorgado por la Editorial Oriente.
Dígase circo y al instante pensamos en payasos, feroces leones, intrépidos malabaristas y gráciles bailarinas danzando a lomos de caballo… El circo que retrata Ariel Fonseca en este sugerente cuaderno, también merecedor de la Beca de Creación La Noche 2013, es justamente todo lo contrario.
Hay bailarinas, sí, y también escapistas, músicos y trapecistas; solo que el autor no se concentra en las delicias del show y dibuja un estremecedor boceto de las pasiones que mueven a Monstruosi, la costurera, Tocaor, Forzuda, el conejo Bobo y la niña de los faroles, entre muchos otros personajes dispuestos a mostrarnos qué se oculta tras el maquillaje, los vestidos y las candilejas una vez que acaba la función.
De estilo sencillo y coloquial, con un marcado uso del diálogo, El circo invisible es el primer volumen para niños escrito por Fonseca. En mi opinión, no puedo imaginar mejor carta de presentación para un autor que debuta en la producción literaria infanto-juvenil.
Según el propio Ariel ha confesado, se trata de un cuaderno que podemos leer en poco más de media hora, mientras esperamos la guagua o hacemos una cola, y si bien está destinado a los más pequeños, en realidad es apto para todas las edades.
Además, el volumen cuenta con las siempre sugerentes ilustraciones de Osvaldo Pestana Montpeller (Montos), quien supo recrear con singular maestría a los héroes y heroínas cuyos avatares, aspiraciones y sentimientos aparecen reflejados a lo largo del libro.
Sin lugar a duda, El circo invisible representa una opción para adentrarnos en el atractivo laberinto de la lectura. Y si al voltear la última página siente usted un regusto nostálgico con pespuntes de tristeza, no se preocupe; el porqué lo hallará reflejado en ese magistral haiku que hace las veces de telón: “Ya se fue el circo./ Atrás quedan/ los hoyos en el suelo”.
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