Esta vez las historias no viajan a través de los cibermares. Tampoco hay escafandras, ni caretas, ni pacientes moribundos en las camas. Solo los recuerdos que todavía lo atormentan; secuelas de pugnar con la muerte a diario, durante seis meses.
A estas alturas, el enfermero trinitario Francisco Prada Morales (Panchi) no necesita presentación. Tampoco el protocolo de preguntas y respuestas entre reportero y entrevistado. Bastan ciertas pautas para ordenar las memorias que comparte con voz tímida. Después, no hay más que guardar silencio y escuchar.
Un trinitario en los tiempos del ébola (+fotos)
“En Kerry Town la miseria es total. Nunca había visto tanta pobreza, ni siquiera en Haití, cuando fui a combatir el cólera. La población sabía de la enfermedad, pero no imaginaba la magnitud de la epidemia y seguían haciendo su vida, como si nada. Muchos de ellos confundían los síntomas del ébola con los del paludismo, la tuberculosis, el sida, y otras enfermedades que abundan allí. Se automedicaban. Pese a todo, la gente era amable, servicial y comprendió que nuestra intención era ayudar.
“La llegada de los médicos cubanos fue una revolución. Lo primero que notamos fue que no se había realizado la pesquisa activa, o sea, ir por las casas tomando la temperatura. No había búsqueda temprana de la enfermedad para evitar la fase de hemorragia. Por eso pusimos una especie de talanquera entre un pueblo y otro para disminuir el contagio. Cuando llegaban allí, los nativos tenían que lavarse las manos y ponerse el termómetro. Si tenías fiebre no podías pasar”.
Sin embargo, el arribo también suponía lidiar con patrones culturales, religiosos. “En ese país más del 80 por ciento de los habitantes practican la religión musulmana y tienen por precepto abrazar a los muertos antes de enterrarlos —continúa Panchi—. Sin importar la causa de defunción, los bañan y los familiares se echan esa agua encima como si el alma del fallecido quedara dentro de ellos. En el caso del ébola, significaba contagio inmediato. Muchas veces la policía estuvo presente, pero no había forma de que dejaran de practicar el rito. ¿Qué hicimos? Darle seguimiento priorizado”.
Una vez terminado el hospital, patrocinado por la organización inglesa Save the Children, llegó el fragor de la batalla.
“El único hospital en servicio las 24 horas fue el nuestro. Había cuatro turnos de trabajo. Siempre entrábamos dos enfermeros y un médico cubano, un enfermero nativo y un enfermero o médico de Inglaterra. Una vez dentro, trabajábamos una hora con el traje puesto. Imagínate que había 42 grados de temperatura. Al principio, apenas llegábamos a los 50 minutos porque las gafas se empañaban por el vapor. El traje era insoportable, parecía que te quemabas vivo. Pero, ¿a qué no se acostumbra uno?
Antes de salir, generalmente, tratábamos de terminar el baño en cama, de canalizar la vena, pero a veces era imposible porque al estar encorvado sobre el paciente el sudor te corría por la nariz, se metía cerca de la boca y caía en el nasobuco debajo de la careta, se humedecía y, al no transpirar el aire, tenías sensación de ahogo. Entonces corrías fuera porque el nasobuco es lo penúltimo en quitarte cuando te desvistes. Pero no podías salir solo ni dejar a tu compañero atrás”.
Llegaba así el algoritmo inviolable para quitarse la indumentaria; proceso que tardaba alrededor de 15 minutos, luchando también contra la ansiedad. “Si te desesperabas, corrías el riesgo de infectarte. Cada vez que hacías una acción —quitarte el delantal, el gorro, uno de los tres pares guantes, bajar el zipper del traje hasta la cintura, etc. —, tenías que lavarte las manos con hipoclorito. Solo cuando te quitabas la careta respirabas mejor. Era estresante realmente. Después de dos horas de descanso, volvías. Aunque pasaras mala noche, preferíamos la madrugada para trabajar porque el frío era más fácil de soportar”.
¿Cómo aceptaron los ingleses el método de trabajo de los cubanos?
“El protocolo que tenían era de no invasión. Nosotros no estamos acostumbrados a eso, sino a actuar según los síntomas. ¿Cómo sobrevive un paciente de ébola si no lo atiendes a tiempo? Es una muerte muy traumática para el que lo ve, agonizante para quien la sufre: expulsando sangre por todas partes. Incluso, cuando todavía estás vivo, despides sangre coagulada.
“Nos reunimos con los jefes de colaboración para solicitarles un protocolo de invasión: bañar a los pacientes, alimentarlos nosotros mismos… Los ingleses se ofuscaron. Al otro día, sin llegar a un entendimiento claro, empezamos a nuestra forma. Después ellos se dieron cuenta que la mortalidad disminuyó y se sumaron al método cubano. Al final cambiaron el protocolo”.
En un contexto tan adverso, ¿qué importancia le atribuye al tratamiento espiritual?
“Es más necesario que atenderlos desde el punto de vista clínico. Ten presente que tratabas con personas moribundas, sin esperanza ninguna porque pesaban que su suerte estaba echada. A los adultos les hablábamos en inglés, pero los niños solo sabían creole. Nos auxiliábamos de nativos que se sumaron a la causa, como Daniel Kamara, pero esa historia ya es conocida. A los más pequeños los mimábamos. Si estabas protegido, podías cargarlos”.
Fue precisamente una niña la que trajo la primera alegría a Panchi. “Le pusimos Leoncita, por Sierra Leona, y porque guapeaba por vivir. Tenía un año y pico. Nosotros intentábamos ser amables, pero lo que ella veía era un bicho blanco con ojos grandes que le iba pa’ arriba. Fue su madre quien la llevó al hospital, pero solo la niña estaba infectada. Mientras la tratábamos, la señora estaba en su casa. El día que fue a buscarla solo tenía palabras de agradecimiento para nosotros”.
Mas, los cubanos también tuvieron que lidiar con el virus de la difamación mediática; una plaga que anunciaban en los titulares: Misión a la muerte, o 60 doctores cubanos en peligro. “Con eso también tienes que vivir —apunta el enfermero—. Al final, quedan en ridículo porque nosotros redujimos el índice de infección hasta un 30 por ciento, de un 90 por ciento inicial. Dos semanas antes de venir, ya no llegaban casos al hospital. ¿Quieres verdad más contundente?”.
Y te cuenta de los pasajes bíblicos para apaciguar la nostalgia, de las tres veces que leyó el libro A solas con el enemigo, tal vez porque justo así se sentía cada vez que entraba a salvar vidas. Ahora solo agradece haberle cumplido a su esposa la promesa hecha antes de partir. “Yo le dije que iba a regresar. Aquí estoy”.
En el 2010 una periodista cubana estuvo en Haití luego del terremoto y calificó el paisaje como el infierno de este mundo. ¿Qué sería Sierra Leona?
Si ella dijo que era el infierno, Sierra Leona bien pudiera ser el purgatorio. La mayor lección que traigo conmigo es haberle visto bien cerquita la cara a la muerte y demostrarle que no siempre tiene la última palabra.
Esa es la grandesa de mi pueblo, los que nos ha enseñado nuestro comandante en jefe, admiro a esos medicos que no les importa el peligro solo se humanos y salvar vidas,esa es su razon de ser han puesto una ves mas bien en alto el nombre de la patria Brabo hermano mi respeto para usted y los demas que lo acompañaron en tan honroza misión viva el internacionalismo proletario una ves mas le reitero mi respeto y cariño
Conmovedora entrevista, esos son los héroes que hacen grande al país. Felicitaciones hermano por tu lenguaje claro y tus apuntes reales de la realidad vivida . Saludos