El evento devuelve a la Ciudad Museo su condición de vocera de un quehacer contemporáneo genuino, donde la iniciativa artística levanta una barricada para defender la identidad
Lienzos, caricaturas, dibujos, instalaciones, esculturas, entre otras manifestaciones de las Artes Plásticas, despolvan el recuerdo de los días cuando los entonces estudiantes de la extinta Academia de Artes Plásticas Oscar Fernández Morera, en Trinidad, convertían la legendaria villa en una galería a gran escala para mostrar su arte puertas afuera de la institución formadora, a través de “La Bienal”, a secas, como decían.
Resentida aún por ver cómo le desarraigaron, y sin derecho a réplica, el centro donde moldearon su talento disímiles creadores, inscritos hoy dentro de la vanguardia artística cubana, la villa demuestra a través de la VII Bienal de Artes Plásticas que, aún sin Academia, tiene hijos —nacidos o no en estos lares—, dispuestos a defender los escasos bríos de su condición de epicentro cultural.
Más de 25 artistas de la región central del país protagonizan esta especie de emancipación para compartir obras donde priman los valores estéticos y conceptuales, más que el enriquecimiento de los bolsillos. Así puede comprobarse en la Galería de Arte Universal Benito Ortiz Borrell, cuyas salas acogen más de una veintena de piezas, hilvanadas por el discurso de la descolonización cultural y la cultura de resistencia; credo de la cita que se extenderá hasta este viernes.
Sin embargo, no es esta una bienal enmarcada únicamente en los lienzos y el dibujo —dos manifestaciones que siempre han definido el quehacer de la mayoría de los artistas del territorio—, sino que ha rescatado la escultura y la instalación como medios de expresión, y ha abierto sus puertas a manifestaciones poco comunes en el territorio como el arte cinético, el videoarte y la fotografía a través de la proyección digital.
Tales novedades garantizan la interactividad con el espectador a la vez de acercarlos a manifestaciones desconocidas, pues este también es un evento para contribuir al desarrollo del conocimiento, apunta Juana María Vázquez López, directora de la Benito Ortiz.
Más allá de la factura y originalidad de algunas piezas, sin embargo, uno de los aciertos de la presente edición resulta la apertura de dos muestras expositivas en espacios no institucionales.
Tal es el caso de los creadores Rudys Rubio, graduado de la escuela trinitaria, y Yasiel Elizagaray, procedente de la Brigada de Instructores de Arte José Martí, natural de Yaguajay; dos jóvenes que apuestan por mostrar un arte de calidad en sus respectivos talleres de creación.
Respaldada por el Proyecto de Desarrollo Local de las Artes Visuales, la bienal asume un giro radical, a tono con los nuevos tiempos. Al respecto Atner Cadalso, especialista del Consejo Provincial de las Artes Plásticas, expone: “ambos espacios constituyen un buen ejemplo desde lo estético y conceptual en medio de tantos locales similares en la ciudad donde se advierte un arte puramente comercial, de factura lamentable.
“A nadie debe sorprender —continúa el también licenciado en Historia del Arte— porque los nuevos lineamientos económicos tienen una influencia directa en la cultura, más en un espacio como Trinidad, uno de los polos turísticos más importantes del país. Aquí la economía de la cultura juega un papel fundamental a partir de la inmigración de una serie de creadores, cuyas galerías son también emisoras de valores artísticos”.
También vemos obras ya exhibidas en muestras personales. ¿Cuánto falta por sensibilizar a los artistas en trabajar de forma exclusiva para este tipo de eventos?, inquiere Escambray.
“A veces cuesta que los artistas trabajen en función de una temática central —admite Cadalso—. Tal vez por vivir constantemente de cara al turismo, muchos no quieren realizar una pieza bajo una idea común. A los especialistas nos falta trabajar directamente con los creadores en este sentido. Hay que propiciar un acercamiento directo entre ambas partes. Esperemos zanjar estos asuntos poco a poco porque talento hay para superar esta bienal, que ya de por sí es muy buena”.
Mas, tales inconvenientes, junto a ciertas dificultades de gestión, no pesan tanto cuando se ve al terruño colonial resurgir de la desidia cultural, para comunicar desde el arte la relación tensa y dialéctica entre préstamo e intercambio que supone la preservación de la identidad, sin negar las influencias foráneas recibidas de nuestros padres fundadores, pero cerrando el cerco a quienes pretendan dominar desde el pensamiento.
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