El valioso patrimonio industrial al norte de Sancti Spíritus está en franco deterioro, una situación que viene agravándose tras el cierre definitivo de los últimos centrales
Lo que el tiempo se llevó. En el antiguo barracón de Cartaya los gruesos muros de adobe descarnados aún dejan entrever las llagas de la esclavitud. Lianas multiformes juguetean por las paredes de arriba hasta abajo. Con total desparpajo, los hierbazales cubren el piso y las últimas decadencias del trapiche Bofil. Por un milagro de la arquitectura colonial la torre del ingenio Belencita se mantiene casi intacta, con sus ladrillos rojizos en carne viva. Ruinas nada más.
Al patrimonio cultural azucarero de la comarca al norte de la provincia se lo tragó el olvido. Sus raíces se remontan a la instauración del modelo de plantación azucarera esclavista que, según los estudiosos, penetró en los territorios espirituanos de forma limitada: por Trinidad, al sur, y por Yaguajay, al otro extremo.
El investigador Esteban Acosta asegura que en esta región entre 1845 y 1860 la caña comenzó a adueñarse del paisaje con la fundación de los ingenios Belencita, Santa Catalina, Soberano y Aurora. En 1877 ya existían nueve ingenios en esa llanura y la zona se convertía así en una de las más atractivas para la expansión del azúcar hacia el este.
¿PATRIMONIO MUERTO?
El censo agrícola de 1946 ubica a Yaguajay en el lugar 16 entre los municipios cubanos en la producción cañera. Algo más de una década después los centrales de la zona controlaban 3 240 caballerías y empleaban a 6 400 trabajadores. Pero la riqueza tangible del patrimonio colonial azucarero había comenzado a decaer desde mucho antes.
“Aquí llegaron a existir más de 20 entre trapiches e ingenios, comenzando por el ‘Camaján’, propiedad de don Diego de la Coloma, considerado el primer poblador de Yaguajay. La tea incendiaria de los mambises destruyó algunos de ellos como el Constancia, Urbaza y Aurora. En 1898, el Generalísimo Máximo Gómez acampó con sus tropas al oeste de Narcisa, en el ingenio Océano, de don José Bofil”, detalla a Escambray Gerónimo Besánguiz, director del Complejo Histórico Comandante Camilo Cienfuegos y defensor a ultranza de la riqueza cultural e histórica del territorio.
Con la centralización de la industria azucarera muchos resultaron demolidos y solo quedaron tres: el Noriega, después convertido en Vitoria; Belencita, que luego fue Narcisa; y Rosa María, que pasó a llamarse Nela. Pero de aquellos ingenios iniciales solo sobreviven algunas ruinas muy mal conservadas y sin ninguna protección, al igual que del resto de la infraestructura complementaria para el desarrollo de esa rama económica.
Los muelles y embarcaderos, estructuras indispensables para la comercialización de esta mercancía, también tomaron auge cerca de la costa, donde los barcos de gran calado no podían entrar, y llegaron a sumar una docena, incluidos uno ubicado en Carbó —el más conocido durante el pasado siglo— y el de Vitoria, donde se mantiene un restaurante.
Besánguiz, historiador sin pausas, lleva a punta de lápiz además todo el desarrollo del ferrocarril, que surgió paralelo como eslabón imprescindible para el traslado de la producción de azúcar primero y el servicio público después: “Aquí se construyeron más de 500 kilómetros de líneas y se inauguró la más estrecha del país, que llegó a monopolizar el tramo entre Caibarién y Chambas”.
Desde el punto de vista patrimonial, ¿qué valor le concede a la industria azucarera del territorio?, inquiere Escambray.
“Durante más de 400 años Yaguajay vivió de la industria azucarera. El municipio siempre dependió económica y espiritualmente de la caña. En las familias, los oficios pasaban de padres a hijos y luego a los nietos, lo mismo en los centrales que en la plantación, como parte de una idiosincrasia. Hasta algunas raíces de las parrandas de barrio aquí tienen que ver con este cultivo. Cuando el país decidió redimensionar la industria azucarera, el municipio perdió los centrales y la fábrica de torula. Todo eso no ocurrió como un proceso largo y natural, sino muy rápido, como cuando se va el sol. Ese fue el tiro de gracia a nuestra cultura azucarera”.
¿Por qué se han destruido tanto las valiosas construcciones heredadas de la época colonial?
“El patrimonio no es solo de Cultura ni de un organismo en particular, es de la sociedad, y quienes dirigen tienen que buscar soluciones para mantenerlo. Creo que la cultura y el patrimonio de Yaguajay no han estado en el centro de la preocupación ni de sus dirigentes ni de sus pobladores.
“Se deterioraron las construcciones, las máquinas, por ejemplo en el 2004 teníamos 11 locomotoras del siglo antepasado y de inicios del XX, tres casas de locomotoras con máquinas herramientas hechas por encargo a Inglaterra y todo eso ha salido para La Habana, para Materias Primas, para otros lugares. Desaparecieron 500 kilómetros de ferrocarril por arte de magia. Aquí queda una locomotora y poco más. Todavía algo puede salvarse. Todos debemos ayudar a propiciar las soluciones”.
SALVAR LAS RUINAS
Probablemente, hasta la mayoría de los pobladores de Yaguajay desconozcan la valía real de estos tesoros y su pésimo estado de conservación. Según algunos expertos, de los sitios sobrevivientes los mejor preservados resultan el barracón de Cartaya, la nave de Vitoria, la torre de Belencita y las ruinas de Júcaro.
“Tenemos el censo, el mapa y un levantamiento primario, pero para hacer allí acciones arqueológicas necesitamos un proyecto por áreas y que sea aprobado por la Comisión de Monumentos. Contamos con una prospección y una estrategia. En Sancti Spíritus no existe un solo Valle de los Ingenios, aquí tenemos un Valle costero de los ingenios y estamos trabajando para proponerlo como parte de la Ruta del Esclavo”, comenta José Chirino, jefe del grupo de estudios arqueológicos aquí.
Contra el patrimonio azucarero de Yaguajay han atentado desde ilusorios buscadores de oro y las ventas a Materias Primas hasta los imperativos económicos impuestos en estos años de crisis, a tal punto que la memoria colectiva no ha conservado ni el lugar donde acampó el Generalísimo con toda la justa gloria que lo acompaña.
“Tenemos la idea de restaurar el barracón de Cartaya para en un futuro montar un gabinete de arqueología, con el fin de estudiar el sitio aborigen de Playa Carbó. Queremos comenzar por Júcaro para buscar ese mundo perdido bajo la tierra durante años, pero todo está solo en ideas y lo primero sería proyectar el uso de lo que se rescate porque de lo contrario se volvería a destruir”, asegura Chirino.
La intención de salvaguardar y potenciar esta zona por su valor patrimonial y con fines utilitarios, como parte de una ruta turística por su cercanía a los polos de Santa María y Cayo Coco, parece razonable como una opción en aras del desarrollo local, prácticamente sin cimientos desde el abrupto cierre de la industria azucarera en el municipio. El antecedente de un recorrido en tren turístico con una locomotora antiquísima ya existió hace unos años. Todo parece poco para salvar de las ruinas lo que el tiempo se llevó.
Es bueno que cuando se escribe y se narra algo, se aprenda primero correctamente lo que se está describiendo. La autora narra el antiguo «Barracón de Cartaya» pero muestra las paredes del anitgujo «Barracón del ingenio Belencita». Autora, para su conocimiento: El barracón de Cartaya estaba (y está) localizado en el poblado de Yaguajay, en el bariro llamado La Loma. Las paredes (el resto de lo que los comunistas han dejado) que usted muestra en su artículo, es la pared oeste del antiguo Barracón del ingenio Belencita, posteriomrente conocido como ingenio Font, Central Narcisa y hoy lamentablemente Obdulio Morlases. Está situado en la parte sur de los restos de la central Narcisa.
Marcos A. Iglesias,