Hace 40 años, un acto terrorista puso fin a 73 vidas inocentes. Cuba aún reclama justicia
Es mediodía del 6 de octubre de 1976 y en el majestuoso cuatrirreactor DC-8 de Cubana de Aviación, posado sobre la pista del aeropuerto Seawell, en Barbados, el arranque de los motores acalla transitoriamente la algarabía de los jóvenes esgrimistas cubanos que acababan de ganar todas las medallas de oro en el recién finalizado Campeonato Centroamericano y del Caribe de ese deporte, celebrado en Venezuela.
El momento del despegue en un avión siempre resulta tenso, tanto como el aterrizaje, por eso, se hace silencio en la aeronave que a media capacidad con sus 73 pasajeros, 11 de ellos guyaneses que vienen a estudiar Medicina a la Isla y cinco norcoreanos, siempre contenidos, se desprende de las plantas auxiliares y emprende el recorrido hacia el comienzo de la pista.
En el CUT-455 viaja también una tripulación de Cubana que hacía rotación en Barbados, funcionarios, directivos técnicos y otro personal que regresa a la patria. A las 12 y 15, el majestuoso aparato levanta del asfalto sus cerca de 140 toneladas y se eleva haciendo un giro a la derecha para enfilar hacia Jamaica, su última escala antes de partir hacia La Habana
A las 12 y 23 minutos, hora de Cuba, se produce una primera explosión en el compartimiento de pasajeros y el capitán Wilfredo Pérez grita desde la cabina: ¡Cuidado! De inmediato se informa la emergencia a la torre de control de Seawell y que hay fuego a bordo. Acto seguido, la tripulación avisa que está regresando y pide —exige con apremio— permiso para tomar pista.
Es de imaginar los terribles momentos vividos por los pasajeros del CUT—455, durante los siete minutos que les quedaban, pues a las 12 y 27, cuatro minutos después de la primera detonación, se produce otra, esta vez en el área de los baños, en la sección de cola, condenando a todos a una muerte instantánea y violenta.
TORRENTE DE ACONTECIMIENTOS
Casi paralelamente con la comunicación del desastre a las autoridades de Cuba por parte de la aerolínea, y el aviso oficial a los familiares de los occisos, en Barbados empiezan las pesquisas para esclarecer lo que a todas luces aparece como un acto terrorista, el peor sufrido por Cuba desde la explosión del mercante francés La Coubre, en el puerto de La Habana, el 4 de marzo de 1960, con saldo de 100 muertos y cientos de heridos.
El propio 6 de octubre se crea una comisión investigadora que viaja a Barbados para ayudar a sus autoridades a esclarecer los hechos. El 14 de octubre se trasladan a La Habana los restos de los cubanos que pudieron ser recuperados, los que son expuestos en la base al monumento a Martí en la Plaza de la Revolución.
Entretanto, en Puerto España, la capital trinitaria, son detenidos los venezolanos Hernán Ricardo Lozano y Freddy Lugo, quienes más que sospechosamente habían abordado el avión cubano en Trinidad y Tobago, y descendido en Barbados, cuya primera acción allí fue dirigirse a la embajada de EE.UU. y luego llamar a Caracas a sus tutores Luis Posada Carriles y Orlando Bosch.
Quedó establecido que Lugo y Ricardo eran miembros de la CIA desde hacía al menos seis años. Luego se supo que ambos estaban implicados en varias acciones terroristas contra objetivos relacionados con Cuba en varios países caribeños.
Mientras el premier barbadense Tom Adams denuncia en la ONU que la destrucción del avión cubano era un acto de terrorismo, y los jefes de Estado de Venezuela, Guyana y otros países condenaban la acción homicida, EE.UU. solicita a las autoridades de Barbados permiso para participar en las investigaciones, lo que le fue negado.
COMPENDIO DE INFAMIAS
Por acuerdo unánime de los países relacionados con este affaire, se decide que Lugo y Ricardo sean deportados a Venezuela, lo que se concreta el 26 de octubre. El 28 de octubre comienza en Bridgetown la investigación pública sobre el desastre, la cual se extendió hasta el 3 de diciembre de 1976.
Para entonces ya han sido detenidos en Caracas por la policía política venezolana (DISIP), los terroristas de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila —y otras tres personas— a quienes ocupan pruebas y equipos relacionados con el hecho.
El juicio, que comienza a inicios de noviembre del ’76, fue un muestrario de artimañas políticas, maniobras e intentos de obstruir el cumplimiento de la justicia, con injerencia manifiesta de elementos de la derecha local, contrarrevolucionarios cubanos y el Gobierno de los Estados Unidos.
Proceso sui géneris por excelencia, se extendió por años entre la justicia civil y militar de Venezuela. El 18 de agosto de 1985 se fuga Posada Carriles con ayuda de la CIA de la cárcel de “máxima seguridad” donde se hallaba recluido. En 1987, pasados 11 años, un tribunal con otros jueces sentencia formalmente a Lugo y Ricardo a 20 años y deja en libertad a Bosch, a quien declaran ajeno al crimen cometido en Barbados.
Los frutos de la práctica de terrorismo de Estado ejercitada por Washington durante décadas, se le revertiría el 11 de septiembre de 2001 en territorio propio con la pérdida de más de 3000 vidas inocentes. Quien cría cuervos…
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