La judoca cubana Dalidaivis Rodríguez le tributó este viernes a Cuba el primer título en los Juegos Paralímpicos tras vencer por ippón a la ucraniana Iryna Husieva
Los afluentes de Río corren a favor de Cuba en esta cita de la diversidad, la inclusión y el humanismo. Aunque está apenas en sus bloques de arrancada, el nombre de la isla resuena en la decimoquinta paralimpiada, aun cuando su delegación se queda en desventaja con las 175 que la acompañan
Es sobre todo por sus símbolos, como Yunidis Castillo, que no opacó su estrellato pese a teñir de plata la presea con que Cuba se inscribió temprano en el medallero por su salto de longitud, una noche en que la luz del Estadio Olímpico pareció apagarse a sus pies por un salto inesperado de la neozelandesa Anna Grimaldi en el último intento
También por Omara Durand, la cual antes de llegar a la final de los 100 metros hizo rechinar la pista del Estadio Olímpico con registros de marca mundial, una de las tónicas de esta naciente competición, que ha visto caer récords universales y paralímpicos en varias disciplinas como la natación, en la que se hicieron trizas cinco marcas en su arrancada.
Es además por la energía de quienes han llegado hasta acá en lucha desigual con sus contrarios, pero han impuesto su superación personal. Irradia el ejemplo de la pesista Leydis Rodríguez, quien se levantó sobre su silla y su entereza para incrementar la marca con que se colgó el título de Toronto, en el Panamericano de 2015.
O del nadador Juan Castillo, que tocó, exhausto, la meta acuática, porque ese es el reto que mueve a los más de 4 350 atletas protagonistas de esta fiesta que trata de ser fiel a sus valores: determinación, inspiración e igualdad.
Cuba ya marcó en un medallero halado por las máximas potencias; los días por venir deben ser pródigos en conquistas. Por el “desquite” de Yunidis, por la cosecha de Omara y de otros exponentes del atletismo que tendrá opciones hasta el epílogo de los Juegos.
También del judo, que este sábado concluye sus acciones y depara para Sancti Spiritus la presentación de su único atleta en esta lid. Yangaliny Jiménez intentará aportar a la cosecha nacional y a la del terruño que lo precisa luego de la sequia de los Olímpicos de Rio. Junto a él estará Jorge Hierrezuelo en busca otra vez de la inmortalidad. Desde la pileta Lorenzo Pérez nadará por hacer valer su condición de recordista mundial en 100 metros libres y de subcampeón paralímpico en 50.
Cuando este reporte hacía rejuegos entre los husos horarios y el cierre de Escambray, la isla pugnaba por ascender en el medallero, tras el oro alcanzado por la yudoca Dalidaivis Rodríguez en la tarde del viernes.
Mas, por las historias personales que se esconden tras cada discapacidad, prefiero no esclavizarme al medallero. Río vale la pena al menos para ser cómplice de ese goce interno que inhala cada atleta cuando traspasa su mundo y se inserta en el de todos.
Lo conmina la sede con su invitación promocional: Por un mundo mejor, aunque en la práctica ni las intenciones del olimpismo han podido coartar las distancias entre los ricos y los pobres.
En medio de esa lucha Cuba tiene plantada su bandera, mirando a Londres, su lugar 15 y sus nueve títulos, pero con los pies no en las arenas de Copacabana.
Más allá de carteles, de los hombres de negro con bayonetas, de su sociedad tecnológicamente sensorial, Río deja escapar deslices organizativos, que menos mal se compensan en sus áreas competitivas y lo disimula con la sonrisa de su gente, presta a auxiliar, presta a preguntar en “portuñol” por la Cuba que reconocen no solo en sus atletas; también por el Che, la música y el tabaco.
Será por las agitaciones “genéticas” de esta urbe, por la rectitud de su carácter, o por la lejanía de los círculos de poder, pero los Paralímpicos impusieron una tregua de paz en medio de un Brasil convulso.
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