Trinidad perdió el lunes 13 de junio a Alfredo Rankin, arqueólogo hasta el último amanecer, quien consagrara su existencia a hurgar en las entrañas de la villa para descubrir sus misterios para la posteridad
La tierra aún está llena de misterios
Las mañanas ya no le sorprendían en cuevas, escalando riscos, rodeado de despojos humanos o intentando reconstruir una vasija aborigen. Años atrás, la vida ya le había empezado a cobrar las locuras de la juventud, cuando se dispuso desentrañar hasta el último enigma sepultado bajo tierra en el centro sur de Cuba.
Sin embargo, nunca desabrochó el chaleco ni se desprendió de su barba prominente. Era, en efecto, una suerte de Indiana Jones en busca de la Trinidad perdida.
Desde entonces la gente olvidó que su nombre de pila era Alfredo Francisco para llamarlo solo por su apellido: Rankin. O al menos así lo bautizaron los más benevolentes. Otros, en cambio, “me estamparon el mejor calificativo que puede recibir alguien: loco, porque significa pasión y entrega incondicional a lo que haces”.
Así lo confesó al filo de aquel mediodía cuando mi grabadora intentó sonsacarle confesiones, sin sospechar que el protocolo de entrevistador-entrevistado se esfumaría apenas iniciar el diálogo porque nunca fue hombre de formalidades o poses de gran personalidad, sino de conversaciones distendidas. Él nunca imaginó que esas serían sus últimas declaraciones a un medio de prensa.
Que entre sus arsenal de reconocimientos figurara la Medalla de la Cultura Cubana, la Raúl Gómez García, el Premio Único de las Artes (máxima condecoración entregada en Trinidad); que la mismísima Marta Arjona lo elogiara por su desempeño a favor de la conservación del patrimonio cultural; que gracias a su sabiduría griega, el terruño había erigido el Museo de Arqueología… eran, a su parecer, frutos de años de esfuerzo. “Escúchame bien: esfuerzo es lo primero. Las cosas no caen del cielo”, sentenció.
Desde los afectos, ¿cómo definiría la Arqueología?, le pregunté
“La Arqueología es un sueño porque vives perennemente de lo que vas a hallar. A veces buscas mucho y no encuentras nada, te decepcionas. A veces encuentras el tesoro de tu carrera en minutos. Pero, sea como fuere, siempre tienes ganas de continuar. Eso se lo debo a mis abuelos. Con ellos me crié. Muy en el fondo, mis padres creían que sería médico, abogado o algún profesional afín a las carreras de élite del momento. Grande fue su sorpresa cuando aposté por la Arqueología”.
Con 79 años llegó al mundo de las almas. El corazón se quedó, intempestivamente, sin más latidos que darle. Dicen que se llevó secretos para que otros pudieran descubrirlos si deciden, como él, aventurarse a los designios de la tierra. Murió en otras latitudes, abrazado por los suyos, pero con Trinidad metida adentro.
Mientras la noticia me llegaba a través del teléfono, recordaba a una amiga que decía que cuando alguien bueno parte de este mundo, el cielo llora desconsoladamente. Y este lunes, el suelo de Trinidad amaneció empapado.
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