Durante décadas en la Seguridad del Estado, Manuel Rodríguez detectó sabotajes en la antigua fábrica Libbys, además de ubicar bandas y organizaciones contrarrevolucionarias en la provincia
Manuel Rodríguez no tenía ni la más mínima noción del teatro, pero, dadas las circunstancias, asumió la actuación que cambiaría su vida: un juicio público en la fábrica Libbys donde trabajaba, por supuestos problemas internos y opiniones contrarrevolucionarias.
Corrían los primeros años de la década del 60 y la Contrainteligencia del Ministerio del Interior lo había escogido para penetrar las múltiples organizaciones contrarrevolucionarias que pululaban entonces como sostén del bandidismo en el Escambray.
“Me escogieron porque yo tenía mucha familia afectada por las leyes revolucionarias, por ejemplo, mi madrina perdió 2 millones de pesos con las intervenciones de propiedades. Me mandaron a buscar a Santa Clara y me pidieron que volviera a la lucha clandestina. No entendí bien al principio, pero acepté. Montaron ese juicio y me separaron de la Libbys. Destruí fotos del tiempo que había estado en la lucha contra Batista, dije que el comunismo era una basura, preparamos como una cama para la doble fachada”.
ENTRE LA REVOLUCIÓN Y LA CONTRA
Hasta entonces, no en balde a Manuel Rodríguez se le conocía por antibatistiano y fidelista: a pesar de que su padre era encomendero de ganado y dueño de 16 caballerías de tierra, desde el bachillerato se vinculó a la lucha contra el dictador junto con Enrique Villegas, Elcire Pérez y Armando Acosta.
Huelgas, manifestaciones, creación de las primeras cédulas de la clandestinidad, seis detenciones y alguna golpiza, hasta que a fines de 1958 se alzó para la zona de Banao con la guerrilla de Moisés Torrecilla. Desvelos familiares que no cesaban. Luego llegó a Gavilanes y participó en la liberación de Guasimal. Con el triunfo revolucionario pasó a la vida civil.
“Me costó trabajo entrar a la Libbys, tuve que hacer un examen, todavía era propiedad privada y no tenía recomendación política. El americano que mandaba allí me dijo que lo que tenía era mozo de limpieza, luego fui operador del enfriador. Se hacían jugos de pera, melocotón, albaricoque, tomate. Cuando intervinieron la fábrica pasé a la administración, por eso los conocía a todos allí”.
Al quedar sin empleo y reclutado como agente, bajo el seudónimo de El Soñador, comenzó a vincularse con enemigos del Gobierno revolucionario para conspirar, incluidos algunos de sus propios familiares.
“Los choferes de la Nestlé y de la Nela cuando salían a los campos a recoger la leche abastecían las bandas. Había muchas organizaciones, me relacionaba sobre todo con el llamado Movimiento Revolucionario del Pueblo, con el Movimiento de Recuperación Revolucionaria, estaban bien organizados en la clandestinidad. Me atendieron varios oficiales: Soto, Moisés, Alberto y Emilio.
“Esta ha sido una lucha larga y dura. A mis padres siempre se lo negué, murieron sin saberlo porque no quería buscarles más preocupaciones. Por las características de mi trabajo y mi forma de pensar puse en juego incluso la relación con buena parte de mi familia”.
EL AGENTE CONTINÚA
Durante sus muchos años en la Seguridad del Estado, el agente El Soñador guarda en su haber considerables aportes a la defensa de la Revolución: desde la ubicación de las coordenadas de bandas y organizaciones contrarrevolucionarias, de sabotajes en la fábrica Libbys hasta el seguimiento a un exministro pasado a las filas enemigas de paso por la provincia.
A principios de la década del 60, el exministro de Obras Públicas Manolo Ray, del gobierno de Urrutia, visitó Sancti Spíritus para establecer contactos con las bandas y organizar las primeras células aquí del Movimiento Revolucionario del Pueblo, como coordinador nacional de esa organización contrarrevolucionaria. El traidor se alojó en la finca de un conocido político y latifundista local. Enterado, Manuel notificó los hechos.
Como también informó la ubicación de bandas y de conocidos cabecillas contrarrevolucionarios para cercarlos en el Escambray: a Osvaldo Ramírez, Tomás San Gil, Maro Borges, entre otros.
Todo ello sin desviar el punto de mira de la fábrica: “En la Libbys hacían muchas cosas, reventaban las poleas de los elevadores de las máquinas para parar la producción; echaban a perder tachos completos de jugo por exceso de ácido cítrico o con vidrio. Muchos trabajadores eran de origen batistiano, recolectaban medicamentos y dinero para los alzados, rompían las máquinas. Allí detuvieron como a 60 implicados, se hicieron juicios y a muchos les salieron condenas de 10 a 20 años.
“Después de eso me sacaron de aquí porque estaba achicharrado, pasé a trabajar de supervisor en Construcciones Militares. Me cuidaban mucho como agente, solo hablaba del trabajo con el oficial que me atendía, hacíamos los contactos en distintas casas, nos cruzábamos en la calle y ni nos mirábamos, nunca le dije nada a nadie, incluso mi actual esposa se enteró de todo después de 11 años de casados”.
La labor de un agente se sabe cuando comienza, pero no cuando termina. Un buen día, a principios de la década del 70, Manuel tuvo que presentarse a la Audiencia de Santa Clara a declarar en un juicio contra un abogado defensor que tiraba la toalla a contrarrevolucionarios y tuvo que desenmascararlo como miembro del Movimiento de Recuperación Revolucionaria para que lo desactivaran y fuera a prisión. El Soñador creyó entonces que ya lo habían “quemado” definitivamente.
Mas, la “máscara” se la habían quitado únicamente allá porque aquí unos sospechaban, pero muchos no podían creerlo y las dudas también pueden ser útiles para enfriar los asuntos y recomenzar después. A principios de la década del 80 lo llamaron a otra misión.
“Me mandaron para La Habana con una clave de la CIA que la Seguridad había ocupado. Tenía que ir a la casa de un agente de la CIA involucrado en el caso de la destrucción de las presas. Me tenía que hacer pasar por alguien de Recursos Hidráulicos que ya estaba preso, como si hubiera salido de pase e iba allí para que él me ayudara a irme clandestino. En realidad lo importante era que este agente de la CIA reconociera la clave que le llevaba en una cajita de fósforo. Enseguida me dijo que regresara por la tarde, que iba a transmitir para darme respuesta, para ver cómo me sacaban. Ese mismo día en esa casa registraron y detuvieron a tres contrarrevolucionarios, les salieron hasta 30 años de cárcel”.
Manuel Rodríguez, protagonista también de la constitución en la provincia de la Asociación de Combatientes, ha recibido 14 medallas y condecoraciones por su valor inestimable como agente de la Seguridad del Estado. Laboró además en la fábrica de dulces Lucumí y en la Empresa de Materiales de la Construcción, donde de alguna forma también colaboró con el Ministerio del Interior.
En 1984 se reconoció en público su labor hasta entonces secreta: “Algunos familiares de los conspiradores me han provocado y muchos me miran atravesa’o, sé que quieren mi cabeza, pero no les tengo miedo, yo luché por un ideal, luché por Fidel Castro y eso para mí siempre será un orgullo y un privilegio”.
Algo impresionante, cuando se acepta un trabajo de ese tipo y este no se entiende.
Siga orgulloso de lo que ha hecho. Sus familiares y amigos se lo agradecerán.
Un dato para los lectores: La compañía Libbys actualmente es exitosa y sus productos se venden en toda América, jugos, vegetales en conserva, etc …. que produce cuba hoy? Ummmm nada
Siempre fue una buena marca, ahora con los créditos de la antigüedad y la experiencia. Me contaba en vida Adolfo Rodríguez (padre de Adolfo Rodríguez Nodals, Jefe del Grupo Nacional de Agricultura Urbana y Suburbana) que él les vendía grandes cantidades de frutabomba de las cosechadas por él (variedad Maradol, conjugación de los nombres María, la esposa, y Adolfo), no solo para compotas, sino para mezclar con la pulpa de tomate que procesaban para la salsa y/o puré que producían. Claro, en la dosis exacta, lo cual sucede con otras producciones alimentarias (no de alta gama, claro). Existen parámetros (estándares) internacionales de calidad, inviolables; tanto para el consumo nacional como para la exportación. ¿Caso Cuba? Ya sabemos. calidad para «afuera» (y no siempre), y para «malecón adentro», vale todo. Y no pongo de ejemplo a la superpublicitada McDonald’s, que en 2013 fue acusada de incluir en sus hamburguesas carne no es apta para el consumo humano, argumentándose que era «lavada» con sustancias tóxicas, lo cual demostró un chef británico. (Al menos eso recuerdo haber leído en Internet)… Si lo poco que producimos (bloqueo-embargo a un lado) no cumple con las normas y especificaciones, estamos «fritos». Hoy el mercado internacional es supercompetitvo. Pero acá, en la Cuba profunda, todo es comestible y «bebestible». Y no hablemos de mezclas (café mezclado, hamburguesas, y todo lo que se vende a granel, bautizado desde que ¿sale de la industria?. En fin, un tema no agotado por la agenda mediática, pero al que no se le da la importancia requerida por el consumidor de «a pie», siempre presionado por los jugos gástricos y la economía doméstica. No sé si la Libbys sigue mezclando la salsa o puré de tomate con la frutabomba, como me contó Adolfo padre allá por los finales de los 70 del pasado siglo. Tampoco meto la mano en la candela en estos tiempos donde todo está sometido (o bajo los efectos) de la monetización y cada vez más aplastante sociedad de consumo… Pero existe una gran verdad, la calidad no radica en el qué, sino el cómo, ni comienza en la industria, si no allí, donde Adolfo padre cultivaba sus Maradol.
Nadie es perfecto y todos tenemos errores.
Ejemplo:
2010 vinculacion cubana en importacion de alimentos podridos a Venezuela
2 o 3 comentarios…
La sociedad de consumo tiene sus errores, pero tiendas vacias no son tampoco la solución.
Las tiendas del cuc ofrecen para cubanos, lo que no hay en las tiendas normales y una botella de aceite no es un punto aplastante de la sociedad de consumo.
Cafe mezclado en Cuba (cafe con mas del 60 % de chicharos)
Hamurguesas en Cuba ( de gofio, soya, » de qué»)