Los tabacaleros de la región desataron protestas y huelgas contra el propósito de los patrones de introducir máquinas torcedoras que habrían provocado miles de despidos. Alfredo López, un mártir casi niño
En julio de 1951 los trabajadores de las fábricas de tabaco del territorio espirituano se lanzaron a la huelga para luchar contra la introducción por los patronos de una máquina torcedora de habanos que habría significado miles de despidos de los obreros del gremio, con su secuela de hambre, inseguridad y otros males, para ellos y sus familias, por lo común bastante numerosas.
Cada máquina, accionada eléctricamente, tenía capacidad para realizar de forma aceptable la labor de decenas de tabaqueros en la producción de vitolas dedicadas al mercado nacional, lo que habría significado para los dueños el ahorro de importantes cantidades de dinero en salarios y, según alegaban los promotores del artefacto, “era una inversión que se pagaría a sí misma en poco tiempo”.
De acuerdo con una investigación del historiador guayense Héctor Cabrera Bernal, plasmada en su libro Jesús Menéndez, tabaco y azúcar, el movimiento contra la introducción de la máquina torcedora de tabaco desembocó en jornadas de lucha extremadamente virulentas.
En Cabaiguán, como en Guayos, Zaza del Medio y otros puntos, “dirigentes obreros de la región central del país, que hasta 1948 cierran filas junto a Jesús Menéndez, se colocan al frente de las masas”, expresa Cabrera Bernal.
A pesar del embate de los gobiernos “auténticos” contra el movimiento obrero en Cuba y la conversión de la CTC en la tristemente célebre CTK, amarilla, el oficialismo gremial no pudo impedir la lucha frontal contra las torcedoras metálicas.
Fue así que en Cabaiguán se constituyó una comisión organizadora del paro en perspectiva, integrada, entre otros, por Miguel Reyes, Diego León, Marino Gómez, Manuel González y Modesto Valdés, mientras que en Guayos se ponen al frente Armando Acosta Cordero y Osvaldo González Abreu.
Pero el movimiento de protesta no se limitó a unos pocos pueblos y sectores obreros del territorio, pues, según se refleja en la Síntesis histórica provincial de Sancti Spíritus, “el 2 de julio de 1951 las principales ciudades de Las Villas amanecieron en pie de lucha”; en Cabaiguán, prácticamente todos los obreros del tabaco apoyaron la huelga, así como el resto de los sectores laborales y la localidad fue declarada ciudad muerta.
¡No a la máquina torcedora de tabaco!, fue el grito unánime que se escuchó durante varios días en pueblos y ciudades espirituanos.
LA REPRESION COBRA UNA VÍCTIMA
Con los cuerpos represivos en las calles, prestos a reprimir a los trabajadores en paro, y la combatividad de las masas, para quienes el “diabólico” engendro amenazaba su alimento y, en última instancia, hasta sus propias vidas, el choque violento era inminente.
El 4 de julio, después de tres días de desórdenes, como le llamaron los cuerpos represivos y pese al despliegue policial y de efectivos del Ejército, los trabajadores toman nuevamente las calles con sus carteles y gritos de protesta. Entre los manifestantes en Cabaiguán se encuentra el joven trabajador del Comercio Alfredo López Brito, de solo 17 años.
La multitud, enardecida, se dirige a la vía férrea donde una brigada de rompehuelgas se afana en la reparación de la línea, y allí empieza a increpar al grupo de esquiroles, exigiéndoles que abandonen su labor y se les unan en su justo reclamo.
En ese instante uno de los soldados que trataban de quebrar la protesta disparó su fusil contra la multitud, hiriendo mortalmente al muchacho, casi imberbe, que fue llevado en brazos de sus camaradas en pos del ya inútil auxilio médico. La batahola se generalizó y muchos de los manifestantes recibieron lesiones, mientras no pocos dirigentes y dirigidos fueron a parar a la cárcel.
Pese a la violenta represión, aquella batalla campal la ganó el pueblo, pues la huelga, devenida prácticamente general, empezó a afectar los bolsillos de la clase patronal en toda la antigua provincia de Las Villas y amenazó con subvertir la estabilidad institucional del régimen del entonces presidente Carlos Prío.
Fue así que un progreso técnico controvertido —pues hubiese afectado la economía del territorio—, que se anunciaba capaz de sustituir mal que bien la maestría y habilidades de los veteranos tabaqueros, fue derrotado por el gremio del sector con el apoyo solidario de otros sindicatos y del pueblo. Ni una sola máquina torcedora pudo ser instalada en ninguna tabaquería. La sangre generosa del joven Alfredo López Brito no se vertió en vano.
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