El ejemplo ético-moral insuperable del Che, su valentía, su inteligencia y voluntad de ofrendar la vida por la causa de los oprimidos hacen de él un paradigma de revolucionario universal
La escena terrible del vil asesinato del Che, herido y prisionero en la humilde escuelita del caserío boliviano de La Higuera el 9 de octubre de 1967 ha sido escrita, descrita, imaginada, sufrida y lamentada por millones de personas en todo el mundo, muchas de las cuales solo tomaron conciencia de su extraordinaria figura y del crimen de que fue víctima a partir de aquellos instantes irrepetibles.
Mataron al Che por orden de la CIA, transmitida a través de uno de sus agentes con más largo historial de terrorismo; lo asesinaron porque temían a su grandeza moral y su personalidad descollante de revolucionario; porque temblaban ante sus ideas y su ejemplo; porque sabían que en un juicio contra él habrían salido de su boca verdades miles de veces más letales que el fusil que esgrimió hasta la víspera.
Pero no se conformaron con eliminarlo físicamente. Quisieron matar también la aureola que emanaba de la vida y de la obra del Guerrillero Heroico —título que ganó en la guerrilla boliviana— y escondieron su cuerpo en un lugar oculto y volcaron contra él todo el volumen de sus medios para denigrarlo, desmoralizarlo y eclipsarlo de las mentes de la gente humilde en los cuatro confines del planeta.
Han pasado 49 años desde el crimen abominable de La Higuera. Muchas cosas han ocurrido en ese medio siglo; el mundo ha cambiado, aunque no siempre para mejor. Bolivia es libre e independiente, al igual que Venezuela, Ecuador, Nicaragua… y se unieron a Cuba en la lucha continental por la segunda independencia, pero el imperialismo sigue ahí, más insolente y agresivo que nunca.
Ante esta realidad, una pregunta ha surgido a la palestra entre los revolucionarios: ¿qué haría el Che en estos momentos en que la guerra de guerrillas ha dejado de estar a la orden del día y cuando el factor ideológico exhibe su preponderancia? ¿Qué pensaría de lo lejano que está aún en el siglo XXI el hombre que él asumió en su persona y en sus actos?
Ha sido en estas circunstancias que resurge con fuerza la figura del Che. “El hombre de hoy tiene sed de Guevara —expresó una investigadora cubana—. Puede que falte heroísmo a nuestros días, o sentido de sacrificio y hazaña, o que estemos sucumbiendo sin saberlo ante la mediocridad. Hay algo que incomoda”, apuntó. Obvio que debe incomodar toda concesión en los principios, la flacidez moral, la apatía, el egoísmo, la irresponsabilidad y un largo etcétera.
Consciente de ello, Cuba hizo en su momento todo por recuperar los restos del revolucionario argentino y de sus compañeros de epopeya y, conseguido esto, los trajo a la patria para plantarlos en octubre de 1997 en Santa Clara, no como despojos de personas vencidas, sino como un formidable destacamento de refuerzo.
Así lo definió el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, cuando expresó: “Veo al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que esta vez incluye no solo cubanos, sino también latinoamericanos que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria”. Y más adelante agregó: “Veo además al Che como un gigante moral que crece cada día, cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se han multiplicado por toda la tierra”.
Con esa fuerza más cuenta hoy la Patria en la colosal batalla ideológico-cultural en que está inmersa. A 49 años de la partida física del Che, hoy más que nunca resultan imprescindibles el fortalecimiento de la conciencia, la espiritualidad, la subjetividad y la moral que sustentan nuestro proyecto de país, factores indispensables en la formación del hombre nuevo capaz de llevarlo a vías de hecho.
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