Así, desgradanadas, una tras otra, cayeron las medallas para Cuba la tarde de este sábado en el estadio Olímpico de Río de Janeiro
En concatenación perfecta, como si se tratara de una carrera de relevo, el atletismo cubano se vistió de largo y regaló a la delegación tres títulos en el lapso de una hora.
Parecía el foto finish de una carrera de largo aliento. O el final de la telenovela, ya que estamos en Brasil. Primero vino Ernesto Blanco, con un oro en el que solo él creyó. “En mis planes sí estaba esta medalla y en los de mi familia, también”, dice al llegar a la Zona Mixta, luego de recorrer 400 metros T-47. Y entre la emoción y la incredulidad, habla de su remate genial en la carrera más espectacular de su vida.
“Nunca la voy a olvidar porque se trata de mi primera medalla paralímpica, tenía que llegar a la meta, salí a correr, estaba bien concentrado, no me desesperé, hice la carrera táctica como había acordado con mi entrenadora y salió”.
Salió así el título más inesperado de los ocho obtenidos por Cuba y que ayudaron a catapultar a la isla hasta los primeros veinte sitios del medallero.
Después llegó Super Omara, con otra presea dorada, su terceroa, en Río y su quinta en dos ediciones paralímpicas. Y cuando el reloj de la pista del João Havelange , marcaba un 52.77 segundos, anunciaba récord mundial en los 400 metros T-12. Otro más en las pistas cariocas, como si implantarlos fuera para ella, un juego de muñecas: tres universales y siete de la competencia.
“Ha costado mucho esfuerzo, dedicación y voluntad, que se impone mucho en los atletas paralímpicos, hemos pasado muchas vicisitudes, pero estamos aquí”.
Y solo después de concretar su séptima carrera en nueve días, se atreve a develar porqué la “cinta” en su pierna durante toda la competencia.
“En uno de los calentamientos, tuve una distensión muscular, pero seguí con mucha valentía y aquí estoy, ese es el mismo espíritu que reina en toda la delegación”
“Las palabras de Omara las hago mías”. El “oportunista” es Yuniol Kindelan, el muchacho que también corrió siete veces con la sincronía de las manecillas de un reloj, para conseguir sus títulos, sus récords.
Y a poco de salir del shock en que te sume la Durand cada vez que castiga las pistas, la delegación cubana conquistaba de nuevo al estadio Olímpico en las piernas de Leinir Savón en los 200 metros, mientras en la Zona Mixta el nombre de Cuba se escuchaba en todos los idiomas, pero se traducía en perfecto español.
Para saber las interioridades de la última medalla cubana en Brasil, habría que esperar por el suspenso que medió entre la carrera, la ceremonia de premiación y la zona mixta.
Pero ni el impass impidió medir los grados de la hazaña concretada por el campeón de los 200 metros T-12, quien repetía sus triunfos de Doha Catar en el 2015.
“Siempre vine a buscar los dos títulos. Me emocioné mucho con el triunfo de Ernesto, porque me dio más confianza en ganar, por eso el triunfo no me lo iba a impedir una pequeña molestia que tengo”.
Y no todo giró solo en el estadio. Minutos antes de comenzar la cosecha allí, en otra pista, la acuática del parque olímpico, a varios kilómetros de distancia del Havelange a, el nadador Lorenzo Pérez Escalona llenaba la tarde de augurios dorados.
Allí en épica batalla contra su propio récord mundial del cual quedó a solo diez centésimas, el muchacho abrió la senda de lujo en los cien metros libres S6.
Pero las travesías gigantes entre una instalación y otra, impidió a la prensa cubana estar presente aquí, disfrutar “en vivo y directo” del primer oro paralímpico de Lorenzo.
Porque lo viví en la mañana en el pase a finales, imaginé entonces a Ernesto Garrido, su entrenador, ahogado en lágrimas y al muchacho de Granma, desbordado de felicidad en su silla de ruedas.
Así cerró Cuba su desempeño paralímpico. Como el guerrero que se levanta cuando “cae” un líder de batalla y la tropa sigue para honrar y merecer. De un tirón, la isla asombrosa, como algunos le dicen cada vez que cae una presea, saltó entre los primeros veinte en el medallero con un oro, una de plata y seis de bronce.
Esa es la épica de un pequeñísimo ejército, que dejó sin argumentos, la eficiencia.
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