Los trinitarios rindieron honor a la memoria del líder de la Revolución cubana y ratificaron su compromiso de continuar el legado de Fidel
Dicen que el sol no quería asomar entre las montañas; que no quería alumbrar el Escambray. Dicen que fueron pocos quienes conciliaron el sueño anoche. Dicen que, apenas despuntaba el alba, quedaban muy pocas flores en Trinidad porque la gente las había comprado desde la madrugada.
Gladiolos, inmensidad de gladiolos naranjas para intentar colorear el paisaje teñido por la tristeza. Rosas, girasoles… para disponerlas a los pies del guerrillero estampado en la foto: el hombre barbudo de pie en la cúspide de una colina con el fusil al hombro, acaso en un intento de recordar que la lucha sigue, y ahora con más fuerza que nunca.
Al pasar delante de la imagen “sientes que te falta algo, no sé cómo explicarlo con claridad; es una ausencia muy rara, es como si vivieras en una realidad distinta”, confiesa Gabriela Martínez, trabajadora del sector de la Salud por estos lares.
Como ella, son muchos los trinitarios que no articulan palabras al salir del Museo de Lucha contra Bandidos. Ese es el sitio más desolador del terruño.
La memoria trae las anécdotas de la estancia del líder en Trinidad aquel 13 de agosto de 1959, cuando en compañía de Celia Sánchez, Camilo Cienfuegos y otros combatientes trazó el plan para hacer frente al plan ideado por Rafael Trujillo desde República Dominicana con el propósito de derrocar la Revolución.
Alrededor, las ventanas se visten con los colores de la insignia patria y allá, en la otrora residencia de las Sánchez, se congrega otra multitud para reafirmar que la sentencia: “Revolución es luchar por nuestros sueños de justicia”, nunca será letra muerta.
Estampas similares se multiplican en cada calle de Trinidad, en cada sitio dispuesto en el territorio para honrar la memoria del Comandante en Jefe. Gratitud, le llaman.
“Si no fuera por Fidel hoy sería un analfabeto —sostiene Martín Cantillo, combatiente de las milicias revolucionarias en el Escambray—. Por desgracia, hoy tengo que despedirlo. A él le debo todo”. Y lo resume así, con el corazón en la mano, sin tanta fanfarria ni adornos en el lenguaje: “Fidel siempre va a ser lo más grande de mi vida”.
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