A 55 años de ser asesinado a manos de bandas contrarrevolucionarias, el espíritu de Conrado Benítez García se erige como faro para los educadores espirituanos
Asesinato del maestro Conrado Benítez: primera víctima del terrorismo
El tiempo, las horas frente al surco, empiezan a arrugarle el rostro a Julio Rodríguez Sánchez. A simple vista no difiere mucho del resto de los habitantes de Pitajones, una comunidad de monte adentro en el macizo montañoso Guamuhaya, Trinidad, donde las veredas se tornan sinuosas y la neblina cubre las lomas en la alborada. Botas por si llueve, pulóver a rayas, peine en el bolsillo, sombrero en mano describen a este guajiro raigal.
Mas, una tristeza le acompañará hasta el fin de sus días. “No conocí a mi viejo. Me lo mataron los contrarrevolucionarios, cerquita de aquí. Yo tenía siete meses de nacido, lo único que tengo es una foto suya que me dieron unas tías mías en la casa”, admite con la resignación de los años.
A pocos kilómetros donde tuvo lugar el homicidio contra el campesino Heliodoro Rodríguez, padre de Julio, y el maestro Conrado Benítez García, este martes se veía ondear la bandera cubana como símbolo del legado del joven alfabetizador, aquel que mataron por “ser negro, pobre y revolucionario”, según refiriera el Comandante en Jefe Fidel Castro tiempo después.
A más de medio siglo, Pitajones amaneció diferente, rodeado de quienes hoy peinan canas, pero en su momento descubrieron a los moradores de las inmediaciones vocales, consonantes, números y trazos; momento propicio para condecorar con la medalla José Tey a quienes permanecen en el sector educacional sembrando futuro como son Martha López Rodríguez, funcionaria de la Dirección Municipal de Educación en Trinidad, y Paula Medina Jiménez, promotora del programa Educa a tu Hijo en la villa sureña.
Basta echar un vistazo al paraje bucólico para corroborar cuánto ha cambiado el paisaje desde entonces. “Fueron años difíciles, pero llevar la luz de la enseñanza era más fuerte que cualquier amenaza por parte de los alzados”, recordó la alfabetizadora Norma García Machado, quien con apenas 15 años tomó el farol y la cartilla para perderse en el lomerío.
Como expresara Rolando Fomeiro Rodríguez, Vicemisitro de Educación: “Los sueños de Conrado siguen haciéndose realidad en las misiones internacionalistas para contribuir al desarrollo educacional de pueblos hermanos. Su ejemplo traza pautas en la formación de los profesores que necesitamos y guía el empeño de los educadores de toda Cuba, quienes laboran conscientes de la necesidad inexcusable de elevar la calidad de nuestra educación.
“Conrado está en la sonrisa de cada nuevo niño que aprende a leer y a escribir, en cada maestro que hable de las glorias y sacrificios de la Patria, en cada familia que tiene la tranquilidad de que la educación de sus hijos está garantizada, en cada nueva graduación de las escuelas pedagógicas”.
El tiempo ha convertido la modesta aula que el alfabetizador erigiera en un centro con más de un centenar de estudiantes, avocado en el fortalecimiento de los nexos escuela-familia. De ahí que esta mañana fuera propicia también para otorgarle la condición de centro cultural más importante de la comunidad; “un reconocimiento que implica trazar estrategias más sólidas para obtener mayor impacto en nuestro radio de acción y perfeccionar los mecanismos de interacción con los habitantes”, según refirió Radais Ramos González, directora.
Al escuchar el redoble de la marcha de la alfabetización, Julio Rodríguez Sánchez recordó a su padre. Tal vez una lágrima quiso escapársele, pero su orgullo guajiro lo impidió. Alzó la cabeza, miró hacia lo alto y más tarde sentenció sin tapujos frente a la grabadora: “Yo hubiera hecho lo mismo que él, puede estar seguro”.
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