Fidel Salas fue el segundo herido más grave durante el aborto de la conspiración de La Rosa Blanca el 13 de agosto de 1959 en Trinidad
Al cabo de 57 años todavía cierra los ojos, concentra el pensamiento y vienen a su mente los disparos, los gritos y exclamaciones de dolor, y se ve a sí mismo rodando por la escalerilla del avión con múltiples heridas manando sangre.
Fue el 13 de agosto de 1959 en el aeropuerto de Trinidad, donde se escribió el último capítulo de la conspiración contrarrevolucionaria de La Rosa Blanca. Allí mismo “se le fue la luz” al espirituano Fidel Salas Veloso, hoy Mayor retirado de las FAR, quien estuvo un año sin poder reintegrarse a sus tareas de oficial del Ejército Rebelde en La Habana, donde estaba destacado entonces.
Combatiente de la clandestinidad durante la lucha contra Batista en las filas del Movimiento 26 de Julio en Sancti Spíritus, Salas se alzó con solo 15 años cuando ya estaba muy “quemado” y participó en varias acciones en las lomas, hasta que se produce la división en el seno del Directorio, y él quedó en un grupo al mando del capitán Genaro Arroyo, del II Frente Nacional del Escambray.
Con Arroyo permaneció Salas hasta los días finales de la dictadura, cuando su tropa ocupó la ciudad de Cienfuegos y de ahí partió a toda marcha hacia La Habana, donde sus superiores lo enviaron casi inmediatamente a estudiar en la Escuela de la Policía Rural Revolucionaria, creada por el Comandante Camilo Cienfuegos.
EL CONSPIRADOR IMPROVISADO
¿Cómo se infiltra usted en la conspiración de La Rosa Blanca?
En esa Escuela fui abordado por el capitán Lázaro Artola; él me dijo: “Salas, hay una tarea para la cual necesitamos hombres de confianza para cumplirla”. Yo pregunté: ¿De qué se trata? Y Artola expresó: “Es una conspiración”. Yo exclamé alterado: ¿Cómo?, ¿conspiración?, y él replicó: “No, no, tranquilo. Es que hay que infiltrarse en una conjura”. Entonces acepté.
A partir de ese instante comencé a frecuentar la casa donde se reunían los conspiradores, que era un palacete enorme con piscina, ubicado en Céspedes y 66 A en La Habana, donde había vivido William Morgan. La mansión se había cogido después para Club de Oficiales del II Frente. Yo tenía que tomar allí nota de todo.
DESHOJANDO LA ROSA BLANCA
A principios de agosto de 1959, Fidel, quien había tomado en sus manos los hilos de la conspiración que pretendía derrocarlo, da la orden de iniciar las operaciones para abortar la conjura.
¿Cómo recibe usted la orden de iniciar las acciones y cuál fue su participación?
En los primeros días de agosto de 1959 nos dan la orden de capturar al llamado Gobierno Provisional que los conspiradores ya habían formado. Cumplimos la orden y al poco rato llega al lugar Fidel con toda su comitiva. Siguiendo el plan concebido por el Comandante en Jefe, a mí y a un grupo de compañeros nos ordenaron partir para Cienfuegos, porque teníamos que simular un alzamiento en el Escambray.
Como había que capturar a un grupo de dirigentes de la contrarrevolución, entonces salimos en avión para esa sureña villa. Eso debe haber sido más o menos el 9 de agosto por la noche y amanecimos allá el día 10. Apenas llegamos nos mandaron para el pequeño hotel Florida, a donde citaron a dirigentes locales de La Rosa Blanca.
Entramos en el hotelito, fuimos a la habitación asignada, pusimos los colchones en el suelo y Genaro Arroyo bajó a la primera planta para ir recibiendo a los “caballeros” que acudían a la reunión conspirativa, e ir enviándolos uno a uno para el segundo piso.
Entretanto, en la habitación nos encontrábamos Emerio Domínguez, Eliope Paz Alonso, Domingo Ortega y yo, y cuando llegaba alguien y daba el toque convenido en la puerta, lo mandábamos a pasar y se le ordenaba de forma tajante: “¡Tírate ahí!”, señalándole el colchón en el piso. Allí llegaron como siete individuos a la supuesta reunión, y a todos los cogimos prisioneros.
Luego seguimos para el Central Soledad —luego Pepito Tey—para recibir a otro grupo que venía a incorporarse a la conjura. Estando ahí llegan dos máquinas llenas de figuras de la contrarrevolución en la zona.
En los dos automóviles venían 14 individuos listos para alzarse, y cuando les dijimos: “¡Están presos!”, uno de ellos saltó para detrás de una piedra y sacó una pistola. Entonces le gritamos: “¡Oye, párate!”, pero el tipo nos disparó y tuvimos que responderle. Le tiramos tres compañeros a corta distancia y allí quedó tendido.
ALZAMIENTO EN PLAYA INGLÉS
¿Entonces su grupo se “alza” y va para Trinidad?
Sí, pero no ocurre exactamente así, sino que salimos de la ciudad para un lugar en la costa llamado Playa Inglés, donde se montó una casa de campaña y se instaló una planta de radio para comunicarnos con República Dominicana. El lugar contaba con un pequeño muelle y otras instalaciones, porque estaba previsto que por allí arribarían unos barcos para desembarcar la llamada Legión del Caribe del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
Pero como el lugar no se prestaba para la llegada de los barcos nos ordenaron preparar una pista de casi 2 kilómetros de largo aledaña a la playa, por el Circuito Sur para recibir aviones. Primero vino un B-26 que hizo amagos de aterrizaje dos veces. Entonces dijo por la radio: “Oye, no me puedo tirar ahí. Voy a lanzar el armamento en paracaídas. Ustedes estén listos para recogerlo”.
El avión lanzó los bultos, que fueron 25 paracaídas. Unos cayeron en la costa, otros casi en las montañas y los demás en el mar, pero al final logramos recuperarlos todos. Ahí venían ametralladoras calibre 50 con su parque, bazucas, proyectiles de mortero, etc.
A LA “TOMA” DE TRINIDAD
El día 11 nos dieron la orden de “tomar” Trinidad. Al día siguiente nos tocó a nosotros cerrar la ciudad poniendo retenes en sus dos entradas principales. Luego nos dirigimos al cuartel y lo tiroteamos. Se tiraron por los alrededores unos cuantos morterazos y se hicieron unos tiroteos para que si se filtraba alguna noticia al exterior que le pudiera llegar a Trujillo, le confirmaran que lo del alzamiento contra el Gobierno revolucionario era cierto.
Al siguiente día llega el primer avión y aterriza en el aeropuerto. En la aeronave vinieron el cura trujillista Velazco Ordóñez y otros individuos. Ese avión descargó cierta cantidad de armamento y levantó vuelo de regreso a su base. Para entonces ya estaban allí Fidel, Camilo, Celia y otros compañeros que se reunieron en el cuartel, y para dirigir la operación se ubicaron en un ranchito muy próximo al aeropuerto desde donde lo podían observar todo.
En la tarde del 13 de agosto aterriza el avión en su segundo vuelo, ahí venían hijitos de papá del régimen depuesto. Cuando esos señores se bajaron los llevaron para el cuartel de Trinidad y allí los cogieron presos.
Entretanto, yo me quedé en el aeropuerto y Lázaro Artola me encargó dirigir la descarga del C-47 para un camión que teníamos allí, pero no podíamos actuar hasta que recibiéramos la orden expresa que solo podía dar Artola. La señal consistía en tomar una de las granadas y exclamar: “¡Qué granadas más lindas!, ¡mira esta!”.
En ese momento teníamos que montar las ametralladoras, porque en el avión había permanecido el piloto, llamado Antonio Soto Rodríguez, el copiloto Carlos Valls y el excapitán Francisco Betancourt, todos armados y listos para disparar.
SE DESATA EL VENDAVAL
Cuando al fin Artola da la clave y suenan los primeros tiros, yo en vez de salir huyendo, subo por la escalerilla y al acercarme me sueltan un rafagazo, que es donde me dan en el codo del brazo izquierdo y en el maxilar, que me lo fracturan, además de heridas sobre la ceja izquierda y debajo del ojo de ese lado.
Al recibir los disparos me caigo y el camión me atropella, arrastrándome por el piso. Ocurrió que como el chofer no aparecía, el combatiente Eugenio Fraga se montó en el vehículo y salió mandado, porque habían dado la instrucción de que si sonaba un tiro había que sacar el carro de allí a toda velocidad, so pena de que le diera una bala al cargamento y arrasara media Trinidad.
Cuando Fraga ve la bola de gente que cae encima y delante del camión tira un corte pero me atropelló de todas maneras. Lo único que recuerdo es a personas corriendo por la pista… En el aeropuerto, después del tiroteo, me tiran entre los muertos y llega un amigo al lugar de los hechos y le dicen: “¡Coño, Domínguez, mataron a Fidel Salas!”… Él preguntó: “¿Dónde está, dónde está? que quiero verlo”. A él le dicen: “Está allá, entre los muertos”.
Se corre la noticia, pero cuando Emerio Domínguez me voltea yo eché un buche de sangre. Él gritó: “¡Está vivo! ¡Está vivo!”. De ahí me llevaron para el Hospital de Trinidad, donde estuve 13 días sin conocimiento. Me pusieron 18 transfusiones de sangre y 42 sueros y me mantuvieron durante 16 días que permanecí allí, con cámara de oxígeno, debido a la neumonía que me produjo la sangre que tragué por vía nasal.
Al cabo de ese tiempo me trasladaron para el Hospital Carlos J. Finlay, en La Habana. En total estuve ingresado por espacio de nueve meses y fui sometido a varias operaciones reconstructivas. En el aeropuerto tuvimos dos muertos: Frank Hidalgo Gato y Eliope Paz Alonso, y resultamos nueve heridos, incluido uno más crítico que yo: Oscar Reytor Fajardo, que murió pasados 42 días.
BALANCE AL PASO DEL TIEMPO
Hoy vemos los sucesos con la perspectiva de los 57 años transcurridos. Aquella fue una de las acciones mayores de los enemigos contra la Revolución cubana. Yo siempre he considerado que después de Girón y el Plan Mangosta, fue de las más grandes conspiraciones, porque en ella estaban implicados la dictadura de Trujillo, el Gobierno de EE.UU., los batistianos y la oligarquía.
Y a pesar de todos sus recursos y de no contar nosotros con todos los aparatos de inteligencia ni tener una gran experiencia, pudimos penetrar al enemigo y hacer que actuara de acuerdo con nuestra conveniencia, hasta salir victoriosos guiados por el valor y la inteligencia insuperable de Fidel.
Nota: Escambray agradece la contribución decisiva del compañero Jorge L. Aneiros para la realización de este trabajo.
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