Las enseñanzas de Fidel siempre estuvieron presentes en el desarrollo educacional del país, que tuvo su momento inicial en la Campaña de Alfabetización
Pedagogo natural y martiano por convicción, es Fidel el gestor de un proyecto educacional que trasciende la Cuba revolucionaria para asentarse en latitudes impensadas por cualquier cubano cuando convocó a desterrar, definitivamente, la ignorancia, la incultura y el analfabetismo.
El llamamiento se convirtió en un mar de voluntarios que tomaron todos los caminos existentes, e hicieron los que fueron necesarios, para llegar a cada rincón de esta isla, como la vanguardia de la Revolución, que con el libro en alto cumplían una meta: llevar a toda Cuba la alfabetización.
El año 1961 marcó el primer hito en el desarrollo cultural de nuestra nación; y el 22 de diciembre se alzó su voz, enérgica y diáfana, para declarar que Cuba era territorio libre de analfabetismo. Quedaba atrás la ignominiosa herencia capitalista de tinieblas y atraso que desde el juicio del Moncada prometió proscribir. También quedaron impresas, en la dermis de todo un pueblo, las huellas imperecederas de Conrado, Delfín, Manuel…
Pero esta conquista no le fue suficiente y, como ávido e incansable lector, bebió de las ideas y de la obra de José Martí, el más grande pensador latinoamericano del siglo XIX.
Releo la carta que el Maestro le escribiera a María Mantilla el 9 de abril de 1895, y sigo pensando que en ella se encuentran muchas de las motivaciones que convirtieron a Fidel en el más fiel de sus discípulos en relación con el desarrollo de proyectos educacionales y recomendaciones específicas para la labor de los docentes.
Con sus pronunciamientos el líder cubano fue capaz de enunciar los rizomas de lo que sería, por ejemplo, el proceso de perfeccionamiento de la Educación Primaria, la creación de las ESBEC y los IPUEC, de las Escuelas Vocacionales, el surgimiento del Destacamento Pedagógico, la creación de las Escuelas de Instructores de Arte, el proyecto de los Profesores Generales Integrales, la Universalización de la Educación Superior, o la revitalización de las Escuelas Formadoras de Maestros, si se tiene en cuenta el perfil amplio que consideraba básico para el hombre de estos tiempos.
El Fidel de los educadores es —porque el pretérito no se ajusta a su colosal dimensión— ese hombre talentoso que hechizó al mundo con su sapiencia, con su energía, con su afán transformador, con su altruismo, con su entrega de hacedor permanente de hombres y pueblos nuevos. Es el de los conmovedores discursos, el de la palabra vibrante y precisa, el del gesto acusador ante la injusticia, el del abrazo cálido y fuerte.
Sus concepciones acerca del rol de los maestros y profesores, de la escuela, y de la educación en sentido general, han quedado como legado para todos los que, hoy y mañana, asumimos la responsabilidad de educar y formar las actuales y futuras generaciones. Están en memorables discursos que deberíamos estudiar, repasar o recordar.
Para los integrantes del III Contingente del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech (adolescentes graduados de Secundaria Básica que asumimos el reto no solo de impartir docencia al tiempo que estudiábamos, sino de hacer estudios universitarios sin cursar el preuniversitario) que nos dimos cita con el líder histórico de la Revolución el 13 de julio de 1979, en el teatro Carlos Marx capitalino, son inolvidables sus palabras en el discurso de nuestra primera graduación:
“La educación es el arma más poderosa que tiene el hombre para crear una ética, para crear una conciencia, para crear un sentido del deber, un sentido de la organización, de la disciplina, de la responsabilidad.
“La educación es el arma más poderosa que tiene el hombre para crear una ética, para crear una conciencia, para crear un sentido del deber, un sentido de la organización, de la disciplina, de la responsabilidad.
“El éxito de nuestra Revolución, la seguridad de nuestro futuro; el éxito de nuestro socialismo dependerá, en gran parte, de lo que sean capaces de hacer los educadores”.
Hablé de una primera graduación porque su interés por la preparación de los profesores de Enseñanza Media General, en aquel entonces, lo llevó a considerar necesario lo que denominó Completamiento (con dos años de duración después de los cinco de estudios por Curso Diurno Intensivo con las sesiones del día compartidas como alumnos universitarios y como profesores en las Escuelas Secundarias Básicas en el Campo) que permitiría alcanzar el título de licenciados en Educación, de ahí que, culminada esta etapa, nos reuniríamos nuevamente con el Comandante en Jefe en La Habana.
Esta vez el teatro no permitió el encuentro en su acogedora arquitectura; fue la explanada de Ciudad Libertad el escenario seleccionado porque ese año, 1981, el sistema de formación profesoral entregaba a la sociedad cubana más de 10 000 graduados, pues terminaban la formación básica los integrantes del V Contingente, alcanzaban el título de licenciados los del III y los del VI (estos, a diferencia de los cinco primeros, con preuniversitario concluido y cuatro años de formación universitaria), y se graduaban también los del Primer Contingente Internacionalista Ernesto Che Guevara, cuya preparación incluyó la labor pedagógica en la hermana tierra angolana.
Todavía su imagen imponente se hace vívida para los que estuvimos allí, y es perceptible aún cómo la llovizna se había dado el lujo de salpicar su uniforme verde olivo en nombre de todos, porque era imposible que estrechara la mano de tantos, y que en contubernio con su luz propia se disiparan las nubes grises de un día lluvioso para que, con su llegada, saliera el sol. Ese 7 de julio se torna imborrable; su voz de padre que enseña, prepara y orienta se escuchó para decirnos cómo teníamos que ser, y afirmó:
“El educador debe ser un activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas. Debe ser, por tanto, un ejemplo de revolucionario, comenzando por el requisito de ser un buen profesor, un trabajador disciplinado, un profesional con espíritu de superación, un luchador incansable contra todo lo mal hecho y un abanderado de la exigencia. (…) En la escuela, en el lugar de residencia, en las actividades sociales, el maestro tiene que ser un ciudadano ejemplar que todos respeten y admiren.
“El educador no debe sentirse nunca satisfecho con sus conocimientos. Debe ser un autodidacta que perfeccione permanentemente su método de estudio, de indagación, de investigación. Tiene que ser un entusiasta y dedicado trabajador de la cultura.
“En la medida en que un educador esté mejor preparado, en la medida que demuestre su saber, su dominio de la materia, así será respetado por sus alumnos (…). Un maestro que imparta buenas clases, siempre promoverá el interés por el estudio en sus alumnos”.
“La autopreparación es la base de la cultura del profesor. Es esencial la disposición que cada compañero tenga para dedicar muchas horas al estudio individual, su inquietud por saber, por mantenerse actualizado, por mejorar su trabajo como educador.
“La autopreparación es la base de la cultura del profesor. Es esencial la disposición que cada compañero tenga para dedicar muchas horas al estudio individual, su inquietud por saber, por mantenerse actualizado, por mejorar su trabajo como educador.
“La autopreparación tendrá calidad si existe el espíritu de superación, si se es exigente consigo mismo, si se está inconforme con los conocimientos que poseen. La inquietud intelectual de un profesor es cualidad inherente de su profesión. Cuando se tiene clara conciencia del papel que se desempaña, el estudio se convierte en un placer, además de una gran necesidad.
“Para llegar a ser un educador respetado por sus conocimientos, hay que dedicar mucho tiempo a la lectura, al estudio e incluso, sacrificar horas de descanso, si fuere necesario.
“El colectivo de profesores de una escuela tiene que servir de modelo moral para el colectivo de alumnos. Nuestros educadores tienen que ser ejemplos de la moral del socialismo y combatir resueltamente toda desviación que no esté acorde con los nuevos valores creados por la Revolución”.
Otros momentos de su quehacer como pedagogo mayor, y como educador martiano, están plasmados en encuentros importantes con maestros y profesores, con dirigentes, metodólogos e inspectores del sector educacional, con los pioneros, con los adolescentes y los jóvenes.
En tal sentido, y vigentes en estos tiempos en que perfeccionamos nuestro modelo económico, es necesario recordar estas afirmaciones del eterno Comandante:
“Además del estudio, la disciplina y la educación, es muy importante eso que llamamos la educación formal; el respeto a los maestros, el respeto a los padres, el respeto a los mayores, la buena educación que deben recibir en la familia y en la escuela, el hábito de seguir los buenos ejemplos (…). Hay dos formas de combatir los malos ejemplos; una de ellas es criticarlos, y otra es no imitarlos.
“La organización escolar es muy importante para la educación de todos, que maestros, profesores, trabajadores en general y, muy especialmente los alumnos, sepan lo que deben y lo que no deben hacer (…)”. Por estas, y por todas tus enseñanzas, ¡Gracias, Fidel!
La autora, MSc. Liliam M. Quiñones Colomé, es profesora de la Universidad José Martí
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