Ramón Domínguez Rodríguez, el guía turístico que viajaba al frente del ómnibus accidentado el 2 de abril bajo el paso superior de vía férrea de Jatibonico, revela a Escambray una trama que él mismo califica como de película
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Una llamada telefónica, casi al azar, me devolvió su voz, firme y afectuosa. Era, sin dudas, el mismo hombre que, sentado tras el buró de la Sala de Observación del Hospital General Universitario Camilo Cienfuegos, intentaba, teléfono en mano, comunicarse con los suyos en Guanabacoa para ponerlos al tanto del suceso. Había perdido el celular durante lo que bien pudiera calificarse ahora, pasados unos días, como película de terror.
Aquella noche del sábado 2 de abril interrumpió el marcado de los dígitos para atender a la breve indagación reporteril. Sus palabras pondrían el punto clave sobre las íes de la incertidumbre. “Todo parece indicar que el contenedor chocó contra el puente y se nos vino encima”, había dicho Ramón Domínguez sin titubear. Pero esta vez su afirmación sonaba mucho más rotunda. Se actualizó sobre el estado de sus clientes, se alegró enormemente de que la señora Eberl estuviera viva, aunque aún en estado crítico, y se mostró dispuesto a relatar la trama que parece sacada de la ficción.
“Yo estaba sentado de espaldas, en el asiento delantero opuesto al del chofer, dándoles información a los clientes. De pronto escucho una exclamación de Alkier en un tono raro, como de alarma: ¡Eh, pero mira esto! Miro hacia atrás y al enderezarme veo la rastra que viene. Veo cómo el borde del contenedor choca contra la parte inferior del túnel ese, como ustedes le dicen. Se levanta del apoyo de la rastra, se abre y vuela. En eso se cruzan los dos carros, la rastra nos pasa por el lado. El contenedor baja y por la inercia se nos viene encima. Yo vi el contenedor volando. Todo eso pasó en, no sé, poquísimos segundos.
“Yo siento el estruendo, el golpe, y veo que una plancha empieza a separarse como en dos, una va en dirección del chofer y la otra viene hacia mí. Supongo que por instinto me agaché, por eso no me da directo, sino que me roza el cuero cabelludo, me lo raspa. Me levanto, me viro, veo al chofer recto en su asiento, con las dos manos agarradas al timón; la guagua avanza unos 150 metros más adelante, en línea recta, sin desviarse. Llamo al chofer: ¡Alkier!, ¡Alkier! En la segunda mirada supe que estaba muerto. Ese hombre, incluso muerto, nos salvó la vida.
“No recuerdo haberme virado hacia los turistas. Estoy parado allí, lo veo a él y siento que desde afuera me hablan dos civiles: ¡Ven, ven, te pusimos una escalera! Las ambulancias llegaron rapidísimo, como si hubieran estado allí paradas, esperándonos. En verdad todo fue rápido, todo fluyó muy bien. Bajé, estaba empapado en sangre; me dijeron que debía irme al hospital porque estaba muy mal. Yo dije que no podía, que venía al frente de la guagua. Me insistieron en que había más gente que iba a ayudar y que en mis condiciones no los podría socorrer. Entonces me montaron en una máquina y me llevaron, a mí y a todos los demás heridos, al hospital de Jatibonico. Todos fuimos evaluados allí, les pasaron sueros y luego los trasladaron al hospital de Sancti Spíritus.
“Al día siguiente, cuando el policía y yo les llevamos agua a sus respectivas camas y salas, me contaron algo, los de más atrás, porque los Eberl, que iban exactamente detrás del chofer, sufrieron todo el impacto. ¡Cómo lucharon ellos esos asientos! Ese día salieron tempranito del hotel y fueron los primeros en montarse en la guagua. La señora Eberl iba muy feliz con su mochila. Muy nobles y tranquilos ellos.
“El médico me dio el alta el domingo, pero me dijo que debía irme a mi casa, ya que podía tener algún daño neurológico, que si no me iba debía ingresarme en otro lugar. Dejé claro el listado de nombres y las declaraciones de todos ellos.
“Alkier, el chofer, ese día derrochaba simpatía, era como si se imaginara que iba a ser el último. Él siempre era muy simpático y chistoso. Durante el almuerzo en Camagüey bromeó mucho con la otra guía, la del otro ómnibus. Éramos un grupo doble. Ella adelantó el recorrido por la ciudad y salió delante con su guagua, nos llevaba como media hora de ventaja. En realidad por el plan inicial debíamos dormir esa noche allí, pero hubo un problema con el hospedaje, entonces nos quedamos dos noches en Santiago y ese día seguimos para Trinidad. Íbamos a alojarnos en los hoteles Ancón y Brisas Trinidad del Mar. Nosotros, en el Brisas. Estaba pensado que ellos volaran desde La Habana hasta Santiago, pero al final viajamos en ómnibus hacia allá, les encantó Santiago de Cuba”.
Su voz se pone en pausa. Le explico que cuando quise entrevistarlo acá, la mañana del lunes, ya no se encontraba en Rancho Hatuey. Omito que en la noche fatídica me pareció irrespetuoso fotografiarlo ensangrentado, mientras me priorizaba por encima de su llamada a casa. Me excuso por enésima vez al extraerle un recuento tan doloroso, por llamarlo a su casa y robarle minutos de su tiempo junto al hijo, la nuera, el nieto de tan solo un mes. Pero él se mantiene en sus trece, inalterable en apariencias. “Hago el reposo que me indicaron; yo soy práctico, entiendo que las cosas pasan. Por el relato no se preocupe, lo revivo todos los días, varias veces”.
Como en una secuencia interminable, agrego mentalmente a su frase. Una secuencia que ojalá nadie más tenga que sufrir para olvidarla de inmediato o para recordarla de por vida.
Se debe hacer algo por parte de la direccion de tránsito, no es la primera vez que en ese puente ocurren accidentes, casi siempre fatales
Es triste y más triste para los familiares que los ven ir pero no saben si regresaran con esa inseguridad he vivido desde pequeña , mi padre también es chofer de tránstur en la Habana y cada vez que tiene recorrido vivo en espera de lo peor y le pido a dios que me lo cuide y proteja. Mi más sentido pésame a sus familiares.