No estamos frente a cuentos de caminos ni palabras sueltas al viento, como esas que a veces suelen decirse cuando llega la prensa. De hecho, Escambray no tenía previsto recalar en la escuela especial Jesús Betancourt Pichs, de la tercera villa cubana, aquella mañana de aires invernales.
Aquí la entrega, el amor y la paciencia se traslucen. La nostalgia entrecorta las declaraciones. Aquí, eso de que la esperanza nunca se pierde, más que un refrán popular, se erige como un credo.
I
“Mi recuerdo más bonito fue cuando aprendí a decir mamá y papá. Me enseñaron a leer, hablar, respetar, cómo preparar el cantero para sembrar una matica”, explica Michel Acosta Palacio, adolescente de 14 años con retraso mental breve, y acto seguido enumera sin titubeos el algoritmo para tener una siembra de primer nivel “con plantas grandes y fuertes”.
Pese a tener buena mano para la tierra, sin embargo, Michel piensa convertirse en un albañil de renombre “para construir casas, edificios y escuelas como esta para niños como yo”. Tal cosecha se recoge luego de siete años de persistencia. El Michel introvertido, a ratos disociado, queda solo en el recuerdo de los profes.
Como él, otros alumnos pulen sus habilidades desde los 13 años en los talleres docentes de economía doméstica, artesanía, confecciones, carpintería y técnicas básicas agropecuarias, a la vez de prepararse para comenzar el ciclo complementario el venidero curso escolar, grado extra para suplir las deficiencias en el proceso de aprendizaje.
Otros, de menos edad, transitan por el proceso de articular las primeras palabras o inician la familiarización con sonidos nunca antes escuchados. Así se entreteje el ritmo diario para lidiar con 213 estudiantes, distribuidos en los regímenes interno, seminterno y externo, sumando alumnos incluidos de otras escuelas y los ambulatorios por enfermedades crónicas. La matrícula obedece, además, a la integración de cuatro antiguos centros de la enseñanza especial distribuidos en las áreas urbana y rural de Trinidad.
Desde entonces el plantel se ha visto en un constante proceso de remozamiento constructivo para desterrar la carpintería corroída por ejércitos de comejenes y filtraciones imprevistas; transformación valorada en más de medio millón de pesos, según precisan funcionarios de la Dirección Municipal de Educación, cuyo resultados se traducen en “un lugar prácticamente nuevo, con locales ventilados, seguridad y este curso nos beneficiamos con la modernización de la tecnología educativa. Hoy contamos con cinco computadoras, televisores en las aulas, albergues y el local de recreación”, detalla Mariam Escobar Saroza, directora por más de una década.
II
Cada día supone nuevos desafíos. Bien lo sabe Niurka Bosch Rubio, especialista en Logopedia, quien, pese a la experiencia de trabajar con afectaciones en los proceso psíquicos, retardo en el desarrollo del lenguaje, dislalia, entre otros padecimientos, esgrime un nuevo proceder para educandos con una patología nunca antes tratada aquí.
“Tenemos cuatro niños con daños neurológicos, no pueden hablar, pero tienen que expresarse de alguna forma. ¿Cómo sabemos si se sienten mal? ¿Cómo conseguir la comunicación? Estamos empleando el habla signada, que no es lo mismo que el lenguaje de señas para el estudiante sordo porque las personas con pérdida auditiva conservan el intelecto. Hemos logrado que una niña nos indique la palabra galleta, algunos animales e incluso que la tengo hasta el último pelo. A veces hemos tardado meses para escuchar el sonido de una vocal, pero vale la pena. Cada paso para nosotros representa un mundo para ellos”.
Experiencias semejantes comparte Marisela Marín Carreo, quien comenzara como asistente docente y hoy lidera la formación de ocho alumnos de segundo grado. “Ya saben leer y escribir —refiere orgullosa—. El apoyo familiar es decisivo en este aspecto. Por eso también en el centro impartimos talleres a los padres, para orientar cómo trabajar durante etapas de vacaciones, semanas de receso, etc.”.
La dinamización de dicho resorte acapara toda la atención de los docentes, de cara a los padres que no aceptan la discapacidad de sus hijos y se muestran renuentes a apostar por la enseñanza especial.
III
Más allá de temas pendientes con la culminación de cubiertas o el retoque a la plomería y las instalaciones sanitarias, la escuela especial Jesús Betancourt Pichs todavía lucha contra el peso del estigma.
Aunque funciona como un centro de recursos y apoyo para las entidades educativas con niños incluidos; aunque capaciten a otros profesores para asumir la atención diferenciada, no pocos la eligen como última opción.
Carmen Urquiza Rojas, metodóloga de la Enseñanza Especial en el terruño, describe la negación de los familiares como una barrera infranqueable. “Están en todo el derecho —aclara la funcionaria—, pero a veces perjudican a su hijo, lejos de ayudarlo. El centro dispone de una guagua para recorridos en caso de lejanías, y garantiza la inclusión social de los estudiantes al mundo laboral. Para ello existe una estrecha relación con entidades de producción y servicios, la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social…, con quienes se coordinan despachos previos al egreso para lograr la preparación de la vida adulta e independiente de los alumnos en relación con la preparación laboral recibida”.
Si bien el indicador no ofrece cifras alarmantes, la resistencia persiste. “Hemos tenido casos que, una vez con nosotros, avanzan con mayor rapidez. Insistimos en que estamos abiertos para todo tipo de orientación a la familia. Cada alumno nuestro hoy anda por la vida como trabajador formado, gana su salario”.
Si quedara alguna duda, basta escuchar a Michel Acosta Palacio: “Cuando yo sea albañil y me pregunten dónde estudié, diré sin pena que estudié aquí. Esta es mi casa. Esta es una escuela como otra cualquiera. Esta no es la escuela de los locos, como la gente piensa”.
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