En relación con Cuba el tema reviste mayores complejidades, por cuanto hay en curso un proceso de normalización de relaciones que depende en gran medida de las posiciones que adopte el candidato electo
¿Qué podemos esperar los cubanos de las próximas elecciones en Estados Unidos? Esa es una pregunta que nos hemos hecho millones de compatriotas, debido al papel que ejerce esa superpotencia en el mundo y al influjo —nefasto— que históricamente ha ejercitado en esta isla caribeña.
Mucho, muchísimo más allá del dilema ¿Clinton o Trump?, el tema reviste mayores complejidades, por cuanto hay en curso un proceso bilateral de normalización de relaciones que depende en grado superlativo de las posiciones que adopte el candidato que resulte electo en los comicios a realizarse en noviembre.
Cierto que la demócrata —solo por el nombre de su partido— Hillary Clinton ha prometido que si llega a la Casa Blanca dará continuidad a la política de la actual administración hacia La Habana y se muestra públicamente contraria al bloqueo, pero la vida ha demostrado la facilidad con que cambian de rumbo los mandatarios estadounidenses ante presiones políticas internas y coyunturas autóctonas o foráneas.
De otro lado, su adversario Donald Trump ha sido moderado en sus valoraciones sobre Cuba y ha prometido continuar el proceso de acercamiento, aunque con la salvedad de que lo revisará para que se realice acorde con los intereses del país norteño. Ello resulta preocupante, pues el magnate insinúa la intención de exigir a cambio concesiones, lo que llevaría a un estancamiento e, incluso, a un retroceso en lo avanzado.
Sin embargo, analistas políticos coinciden en que, gane quien gane, ni Clinton ni Trump arriesgarán el rumbo actual de las tratativas bilaterales, en primer lugar porque, después de más de medio siglo de fracasos, continuar con la práctica anterior al 17 de diciembre de 2014 les seguiría garantizando fiascos. En segundo término, porque es mucha y creciente la presión de empresas y grupos económicos en EE.UU. que aspiran a invertir en el archipiélago vecino.
En términos globales, ambos candidatos ofrecen aspectos positivos y negativos, pero una valoración tema por tema demuestra que, más allá de la ambivalencia de Clinton y Trump al haberse pronunciado de forma contradictoria sobre uno u otro asunto, ha sido Hillary más coherente en sus esbozos, sobre todo en lo que respecta a Cuba, la migración, la reforma de salud y las política de impuestos, empleo y salarios, entre otros.
La incertidumbre en torno a lo impredecible que podría resultar Donald Trump, las contradicciones de su discurso y la amenaza latente para sectores de poder dentro de los dos partidos hegemónicos: el Demócrata y el Republicano, inclinan progresivamente la balanza a favor de la Clinton, quien despunta como la candidata del stablishment, hacia quien se inclinan cada vez más las intenciones de importantes factores políticos dentro del bando simbolizado por el elefante.
Y ello lo demuestran muchos indicios, entre ellos las encuestas, que ya andan dándole ventaja de 10 puntos a la primera aspirante mujer al timón de la principal potencia mundial, y la defección hacia ella de renombradas personalidades del partido que otrora fue de Lincoln, incluidos artistas, escritores, grandes empresarios y otros, lo que se suma al apoyo casi absoluto de las minorías negra e hispana. Ni qué decir de los cerca de 2 000 millones de dólares recaudados hasta la fecha.
De la también llamada “chica dorada de Wall Street” se ha dicho en un informe preparado por una institución llamada Coalición por la Integridad del Proceso Electoral Norteamericano que ella y su partido robaron la nominación a su par Bernie Sanders, mediante el chantaje, la manipulación y robo de votos, la programación de las máquinas de votar, la supresión de nombres de votantes y otros sucios procedimientos.
Entonces, ¿les convendría a cubanos y latinoamericanos la victoria de Hillary? Muy dudosamente, y solo comparándolo con el mal mayor que puede resultar Donald. No en balde el célebre publicista australiano Julian Assange —asilado en la embajada de Ecuador en Londres— dijo que escoger entre Trump y la Clinton equivale a optar entre el cólera y la gonorrea.
Todo ello porque, además, Hillary apoyó en marzo del 2003 la guerra de W. Bush contra Iraq, apañó en el 2009 el golpe de estado parlamentario contra el Presidente hondureño Manuel Zelaya, influyó de forma determinante la intervención en Libia y, más recientemente, comparte con la administración Obama las conjuras contra Venezuela, en tanto no oculta su apoyo al renacer derechista en América Latina.
¿Y qué decir de su proyecto para Siria? No olvidar que la señora Clinton propuso no hace mucho establecer allí una zona de exclusión aérea tal cual los EE.UU. y sus secuaces ingleses, franceses e italianos desplegaron en el 2011 contra Gaddafi, lo que hubiera llevado al mundo directamente a la III Guerra Mundial. “De haberlo hecho, no lo estaríamos contando”, ha comentado alguno.
Por si fuera poco, se asegura que reconoció hace dos años haber canalizado armas para Al Qaeda y el Estado Islámico y estar entre los creadores del Daesh. Con esos truenos, la hoy difunta dama de hierro británica Margaret Thatcher se quedaría en pañales.
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