Aunque no le conocí físicamente, recuerdo que estuvo presente en mi vida: escuelas, vacunas, libros, concursos, actividades, universidad
La noticia ha desandado los rumbos de esta tierra desde hace varios días, hasta ahora me decido a escribir. Aunque no le conocí físicamente, recuerdo que estuvo presente en mi vida: escuelas, vacunas, libros, concursos, actividades, universidad…
Rememoro cómo, con solo seis años, veía a tantas personas reunidas con cara de tristeza y no entendía. Cecilia, la profe de primer grado explicaba las causas:
— A un niño de su misma edad no lo dejan regresar con su padre.
— ¿Y por qué, maestra?, preguntábamos con curiosidad.
— Los que odian a nuestro pueblo y su forma de vivir lo tienen y creen que con juguetes caros será feliz.
Así conocí la historia y el eco se repetía en toda Cuba por el regreso de Elián González, el niño de Cárdenas. El sentimiento se compartía: él también merece ir a su escuela, usar su uniforme, jugar con sus amiguitos del barrio.
El pueblo cubano se multiplicó, no quedó territorio en el cual esta Batalla de Ideas quedara rezagada. Allí estaba Fidel, firme, leal, amigo, acompañando al pueblo, con las palabras certeras para convocarnos a seguir.
¡Cuánta emoción! Cambiaba al fin la vida del pequeño: su padre, la esposa y el hermanito fueron a Estados Unidos a buscarlo. Nuestras manos repartían las fotos de ese encuentro, el rostro del niño había cambiado, la sonrisa volvía a resurgir.
En el recibimiento al avión que los traía a casa una figura descollaba: Fidel. Mientras, en la escuela los abrazos y la felicidad se compartían. Nuestro sueño, el sueño de todo un pueblo era una nueva victoria para Cuba. No paraba de sonar Cuando yo era un enano, canción de Silvio Rodríguez.
El gigante siguió acompañándome. ¡Cómo olvidar su presencia en las escuelas! Al encuentro con los más jóvenes de casa un coro se volvía himno: ¡Fidel, Fidel!
Con el paso del tiempo, y al verlo en retrospectiva, reconozco su valentía en la Cumbre de la Tierra en 1992, a mí, que siempre me conmueve que se diga lo que en cada momento es necesario. Allí, con su manera única expresó las razones que el mundo necesita para ser más digno, incluyente para los que siempre han estado olvidados: la mayoría.
Mi vida cambió con un regalo de mi padre: el libro Cien horas con Fidel: conversaciones con Ignacio Ramonet, cuya dedicatoria con puño de mi progenitor remitía a la frase del teniente Sarría —hombre que salvó tres veces la vida del líder cubano—: “Las ideas no se matan”. Hasta una poesía intenté hacer, digo intenté porque quedó imprecisa, sin colores, quizás porque los matices de él eran muchos que unas hojas no bastaban.
La enseñanza más impactante del recorrido por cada capítulo estuvo en el último. La pregunta, para algunos definitiva, para mí esperanzadora: ¿Después de Fidel qué? Respuesta única dada por el Comandante, parafraseo: el pueblo cubano sabría continuar la obra revolucionaria, estuviera él o no. Y así ha sido, aunque los detractores quieran minimizarlo, la palabra de millones les deja sin argumentos. Digo hoy como otros tantos: ¡Hasta siempre, Comandante!
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