No fue de madrugada, ni la temperatura estaba fría, pero hubo una pertinaz llovizna como en la alborada del 6 de enero de 1959, cuando la otrora villa del Espíritu Santo recibía, en el parque Serafín Sánchez, al máximo líder de la Revolución cubana
Fue la nublada mañana de este jueves 1 de diciembre de 2016 en que el cielo quiso acentuar su tonalidad gris, y los espirituanos de aquella noche se multiplicaron por miles en el mismo sitio, y también a lo largo de 71 kilómetros en todo el tramo de Carretera Central perteneciente a la provincia de Sancti Spíritus, para observar al Comandante en Jefe en su tránsito hacia la inmortalidad.
Esta vez el legendario héroe de la Sierra Maestra no subió veloz por las escalinatas de la otrora sociedad de instrucción y recreo El Progreso para desde los balcones de la actual biblioteca provincial Rubén Martínez Villena dirigirse a los espirituanos.
La alegre algarabía y aplausos no dieron ayer jueves la bienvenida al titán que venía desde Oriente, encabezando la Caravana de la Libertad en su marcha triunfal hacia la capital de Cuba, vestido de verde olivo con su estrella de Comandante invicto sobre el rombo rojinegro que prendía de sus hombros.
Sin embargo, cuando arribó al mismo parque, justo a las 11 de la mañana, voces enardecidas y consternadas vitorearon, de nuevo, al líder y otra vez su inconfundible voz se adueñó del lugar a través del equipo amplificador instalado para la ocasión.
“Compatriotas de Sancti Spíritus —dijo aquel día y reafirmó hoy—, no podía ser para mí esta ciudad de Sancti Spíritus una ciudad más en nuestro recorrido.
“Si las ciudades valen por lo que valen sus hijos, si las ciudades valen por lo que se han sacrificado en bien de la Patria, si las ciudades valen por el espíritu y la moral de sus habitantes, por el fervor de sus hijos, por la fe y el entusiasmo con que defienden una idea, Sancti Spíritus no podía ser una ciudad más”.
En esta oportunidad también la conmoción resultó extraordinaria, pero los corazones estaban inflamados y lacerados por el dolor de la irreparable pérdida física de ese Gigante de la Historia, cuyo nombre de cinco letras, más que sustantivo, es verbo de acción.
El Himno de la Patria se oyó ahora más fuerte mientras la caravana se detenía en el mismo lugar que lo hizo en la alborada del 6 de enero de 1959.
Quienes lo vieron pasar sobre el armón en una urna comprendieron cuánta razón le asistió al Héroe Nacional, José Martí, al decir que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.
Fidel, en este recorrido por la misma ruta del primer mes de 1959 pero en sentido inverso, cumple el deseo del más universal de los cubanos cuando en sus versos sencillos, escritos en 1891, expresaba: Yo quiero salir del mundo/ por la puerta natural: en un carro de hojas verdes/ a morir me han de llevar.
La enseña nacional y la bandera del Movimiento 26 de Julio, al igual que en la madrugada del seis de enero del 59, flamearon en disímiles lugares del trayecto, pero hoy ondearon a media asta, en señal de respeto y reverencia ante el ídolo de Cuba y del mundo.
Se le vio partir en un viaje sin regreso para quedarse eternamente entre los revolucionarios porque los símbolos no mueren, siguen alentando y sus ideas se elevan con vehemencia al firmamento para que la obra humana, la más humana, perdure; por ello a Fidel nunca podrá despedirse. Martí lo advirtió: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.
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