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Los ojos rojos, las lágrimas bañando el rostro, las manos temblorosas. “No, por favor, no puedo”, dicen con el verbo o el gesto la niña de 11 años, la profesora universitaria, el hombre recio y una abuela con su bastón. Resulta lícito el silencio. La inmensidad de su dolor es mejor asumirla en solitario.

Han acudido, sí, a venerar al hombre que nunca imaginaron en la quietud de esa otra dimensión. Frente a la foto del guerrillero de mirada altiva y traje verde olivo colocan una flor, callan y piensan. La señora en silla de ruedas que baja la rampa accede al diálogo.

Habla de orígenes humildes, de lucha clandestina, de eternidad de un legado. Debe acopiar serenidad, pero quiere ofrecer su testimonio, que es casi como decir su corazón. El niño de uniforme rojiblanco alude a la grandeza del ejemplo. La niña de Secundaria Básica habla de continuar con una Cuba libre y grande.

“Fue como un padre para mí”, coinciden tantos que se me antoja el archipiélago completo. Lo dice la periodista de verbo sagaz y comprometido. Lo repite la septuagenaria de la Cátedra del Adulto Mayor. Lo ratifica el custodio que en el Centro Provincial de Genética Médica asiste al momento de mayor consternación en su existencia. Es negro como el ébano y mientras observa la fila de personas que pasan para suscribir el juramento de ser fieles al concepto de Revolución, esbozado por el Gigante aquel primer día de mayo del año 2000, habla del defensor de la humanidad, del abogado de los alimentos para todos, de sus esfuerzos por construir la paz y preservar la independencia.

Un hombre país, hombre planeta, hombre era moviliza multitudes en todos los continentes. Lunes 28 y martes 29 de noviembre, de 9:00 a.m. y hasta las 10:00 p.m. en Cuba se le rinde tributo en lugares disímiles. Guardia de honor junto a su fotografía y a las ofrendas florales que esta vez llevan la cinta más dolorosa de todo el siglo. Intelectuales, atletas, profesionales de las esferas económicas, políticas y sociales, amas de casa, jubilados; gente de cualquier raza o credo, tierra que él visitara a su paso victorioso hacia La Habana tras el triunfo de enero de 1959. Todos y toda son un “Hasta siempre” para el Iluminado.

Espirituanos que enfrentaron el ébola en naciones africanas se estremecen más hoy que ante aquella amenaza mortal; otros que, igual, le deben el título, la medalla, el despliegue de sus capacidades o la dignidad misma admiten que de no ser por él, nada serían. El Comandante en Jefe de la Revolución cubana, líder innato e innegable, ha unido a todos en el fin de semana más largo que muchos recuerden, tras la noticia más dolorosa que alguien imaginara, en el momento que parte en dos la Historia Patria.

Cuando las emociones se acomodan para dar paso al homenaje los abrazos superan las palabras, suplen declaraciones, amansan nervios. Y basta un “¡Qué duro!” como el de la auxiliar de limpieza que te recibe al llegar, o una simple mirada que te dice que sí, que es del carajo tener que asimilarlo, que Fidel se fue, pero sigue ahí, que lo tatuaron en tu destino cual luz, certeza, esperanza.