Ha muerto Fidel. Ha partido el líder de talla universal, el hombre país, el dirigente inigualable que luchó por más de seis décadas, primero por la libertad de Cuba, después por forjar una nación; el guía portentoso que dio a otros pueblos toda la ayuda posible para un estado pequeño de apenas 11 millones de habitantes, ganándose con ello la gratitud de incontables personas en los cuatro confines del planeta.
Ha fallecido el prestigioso adalid, que hizo de Cuba lo que es, lo que será con su estatura de hombre símbolo… No por la lógica de su edad, su partida inesperada la noche del viernes 25 de noviembre, fue menos dolorosa para todos e hizo que el pueblo, paralizado en un primer momento, reaccionara unánime para volcarse luego masivamente en homenaje de millones.
En Santiago de Cuba dignatarios para honras fúnebres de Fidel
Raúl en la Plaza de la Revolución: Fidel, te decimos, ¡Hasta la Victoria Siempre!
Maduro: ¡Comandante, misión cumplida!
Voces amigas reconocen trascendencia de Fidel
En este tributo a Fidel, desbordado de dolor y lágrimas, la isla entera se fue a las plazas, a las calles, a las escuelas y centros de trabajo para mostrar su amor a su líder histórico, realizador de increíbles hazañas, quien sin embargo consideró, como Martí, que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz y que su único mérito era estar vivo, después de más de 600 intentos del imperialismo y sus lacayos por asesinarlo.
Permítasenos discrepar entonces para decir que no, que su gloria es tan grande que rebasa los confines de esta patria que él sirvió a tiempo completo y que su mérito es inmenso, porque se dio a su pueblo y a los pueblos del mundo, sin escatimar fuerzas, afrontando a veces un mortal peligro.
Esos méritos indiscutibles fueron reconocidos en la tribuna por 17 jefes de Estado o gobierno y enviados especiales entre los representantes de decenas de países que participaron en la grandiosa concentración efectuada la noche del martes 29 en la habanera Plaza de la Revolución José Martí, donde se escucharon discursos sobre nuestro Fidel, pletóricos de gratitud y admiración hacia su figura sin paralelo en el mundo en los últimos 120 años.
La existencia del líder que hoy recibe el homenaje de su amado pueblo santiaguero en la ciudad que tanto quiso y que definió como cuna de la Revolución, donde velará junto a Martí desde mañana por los destinos de Cuba y de América, en Santa Ifigenia, es una vida épica, legendaria y, pudiéramos afirmar, prácticamente irrepetible.
Allí mismo, en Santiago, Fidel asaltó el Moncada —la segunda fortaleza militar de Cuba— el 26 de Julio de 1953 al frente de un puñado de valientes, reiniciando en la isla la Revolución de Martí y Céspedes. Luego, en el juicio por aquella hombrada heroica, asumió su propia defensa y con valentía espartana convirtió el estrado en tribuna acusatoria contra Batista, sus cómplices y esbirros.
Condenado a 15 años de prisión a cumplir en el Reclusorio Nacional de Isla de Pinos, Fidel reconstruyó su alegato acusatorio que, bajo el título de La historia me absolverá, devino Programa del Moncada y se convirtió en formidable arma para la lucha política.
El 15 de mayo de 1955 la presión popular obligó al batistato a liberar a los presos moncadistas, quienes apenas salieron del encierro se percataron de dos factores básicos: primero, que la conciencia nacional de nuevo aparecía de cierta forma abotargada, y que no había espacio en Cuba para una oposición legal al régimen.
Esta fue la razón del exilio de Fidel en México y de la concentración allí de gran parte del núcleo sobreviviente del Moncada y de otros cubanos patriotas que, tras incontables peripecias, regresaron a la patria en la expedición del Granma. La salida del yate del puerto de Tuxpan, el 25 de noviembre de 1956, alcanzaría 60 años después un simbolismo cenital por la partida, hacia el Olimpo, del alma de aquel esfuerzo heroico.
De ese desembarco surgió el núcleo del Ejército Rebelde, que luego de 25 meses de lucha en las montañas, derrocó la tiranía oprobiosa. La genialidad de Fidel, puesta de manifiesto en la derrota de un ejército que contaba con decenas de miles de efectivos, se volcaría ahora en la construcción de una sociedad radicalmente nueva. Su fidelidad a los principios y promesas hechas al pueblo se tradujo en la aplicación expedita del Programa del Moncada, que sería superado con creces.
En los primeros tiempos llovieron medidas revolucionarias que, como la Reforma Agraria y la nacionalización de empresas extranjeras, rebasaron el marco democrático burgués para devenir transformaciones de tipo socialista y decretaron —como recordó el Presidente Raúl Castro en la Plaza el pasado martes— la guerra a muerte del imperialismo contra la Revolución.
El propio Fidel expresaría años después: “Creo que mi contribución a la Revolución cubana consiste en haber realizado una síntesis de las ideas de Martí y del marxismo-leninismo, y haberla aplicado consecuentemente en nuestra lucha”.
Hitos de ese combate sin cuartel fueron la primera y segunda Declaraciones de La Habana en 1960 y 1962, de condena a las maquinaciones de la OEA contra Cuba, la Campaña de Alfabetización y el enfrentamiento a las bandas armadas, que Fidel no combatió en esencia con las fuerzas regulares, sino con el pueblo convertido en ejército de milicias, hasta triunfar sobre ellas en 1965.
Merito indiscutible de Fidel junto a su pueblo fue también la victoria en plazo récord contra la invasión mercenaria de Girón en abril de 1961, consciente como nadie de los planes del enemigo de establecer una cabeza de playa para implantar un gobierno títere que solicitaría al imperio la intervención directa. Después de aquella primera gran derrota del Imperialismo en su traspatio —dijo— “los pueblos de América fueron un poco más libres”.
Año y medio más tarde, la Crisis de Octubre del ’62 que puso al mundo al borde del abismo nuclear impidió esa agresión y elevó a alturas siderales la estrella política del Comandante en Jefe. Al hombre que arriesgó la suerte del Granma por salvar a un expedicionario caído al mar se debió la batalla victoriosa por el regreso de Elián González, ganada en el 2000, y la no menos gloriosa empeñada por traer de vuelta a la patria a los Cinco Héroes antiterroristas presos en cárceles norteamericanas.
Una proyección fidelista que marcó la impronta de la Revolución cubana desde sus inicios fue el apoyo a los movimientos de liberación en este continente, en África y en Asia. La preservación de la independencia angolana, la libertad de Namibia y el fin del apartheid en África del Sur —han reconocido sus líderes— fue en gran parte obra de Cuba y de Fidel. Vietnam, Argelia, Etiopía y otros países recibieron también masivo aporte de la perla antillana.
El aporte se tradujo además en la formación de miles de especialistas y médicos, maestros e ingenieros… en universidades de la isla, como la Escuela Latinoamericana de Medicina.
Pero si enorme ha sido esa contribución, colosal resultó el esfuerzo en cumplimiento de los ideales de redención de América Latina y el Caribe, soñados por Bolívar y Martí, donde de la colaboración de Fidel y de su aventajado alumno, Hugo Chávez, surgieron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
De la interacción cubano venezolana impulsada por Fidel y Chávez nacieron también Petrocaribe y las misiones sociales que acabaron con el analfabetismo en Venezuela y gran parte del continente, restituyeron la visión a muchos por medio de la Operación Milagro y potenciaron los niveles de salud en beneficio de las grandes mayorías desposeídas.
Hoy, cuando todo un pueblo llora la ausencia física del líder, transido de dolor por su partida, ha llegado la hora del recuento, conscientes los cubanos de que nadie, nunca, hizo tanto por Cuba como Fidel Alejandro Castro Ruz, quien rescató para todos la libertad y la soberanía, la dignidad y la justicia, que restauró la patria libre para devolver a este archipiélago su condición de llave del Golfo, vital para el equilibrio de América y del mundo.
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