Consagración al carnaval y a los niños define la vida de Francisco Muñoz Fundora (Paquito). Alma de las fiestas populares en Trinidad por más de medio siglo, solo pide que el pueblo arrolle siempre detrás de su conga
Ni siquiera el alboroto de Nochebuena o la fiesta de fin de año le producen tanta alegría como estos tres días de junio. Desde ayer, dice, cuenta las horas para sacar del escaparate su camisa de rumbero. “Y me la pongo desde que salgo de la casa para que gente sepa que estamos en carnaval”, aclara.
Con 74 años vividos no precisamente con la comodidad añorada, Paquito, el de la comparsa, como lo bautizaron un día, vuelve a ser el mismo joven que con 27 años dirigió su primera agrupación en medio de los planes vacacionales; el mismo joven que entendió que la creatividad aliviaba las decepciones, cuando resolvió disfrazar a sus bailarines de aborígenes y nombrar su comparsa Siboney ante la cantidad de desmedida de sacos de yute donados por la Federación de Mujeres Cubanas, allá por 1969, como único apoyo para su proyecto de principiante.
“Pero en la vida hay que tirar pa’lante”, afirma con la nobleza de quien ha vivido para la cultura popular sin más recompensa que los aplausos. Paquito no tiene más fama que la cultivada con el sudor de los años, ni más casa que cuatro paredes instaladas en un callejón apartado de la fanfarria, pero bendecido con un paisaje bucólico al borde de lo irreal: las montañas del Escambray a sus pies, el aire fresco de la loma apenas abre la puerta, el silencio interrumpido únicamente por algún carretón de paso o un perro escandaloso.
Tiene el rostro gastado, pero no deja de sonreír. Le basta mirar para el rincón donde está el farol de colores vivos para saber que hoy, en la noche, saldrá otra vez a la calle, al frente del ejército de pequeños, dispuesto a contagiar a todos con su comparsa. “Eso es lo único que quiero: que todo el mundo arrolle con nosotros año tras año. Eso, y ver bailar a los niños, es algo indescriptible.
“Pero a lo mejor lo que tú no sabes es que yo nací en el callejón de El Tamarindo, estudié Mecanografía y Taquigrafía, y trabajé en el Bufete Colectivo. Mi mamá hacía labores domésticas en casas. Papi estaba enfermo de los nervios. Siempre me gustó el carnaval, pero era muy tímido. Solo bailé en una comparsita de La Popa, con 12 o 13 años”.
Me habla de Rafelito Tiemblatierra, un vehemente defensor del legado tradicional en la villa. Me habla de la paciencia para lidiar con los chiquillos cuando no quieren bailar o cuando los varones abandonan los ensayos y dejan colgadas a las hembras. Pero, sobre todo, me habla de una tarea mayor, casi titánica, el trabajo psicológico con las madres: “¡Ay, mi’jo, ahí sí hay que decirle a usted! Que si mi hija no va con Fulanito; que si la mía tiene que ser la estrella de la comparsa”, comenta en broma.
“Esto es cuestión de iniciativa, de voluntad, más que de otra cosa. Hay veces que es un desastre, pero es un desastre lindo, como todo lo que se disfruta. ¿Que si es un trabajo bien pagado? Depende como se mire. El mejor pago de mi vida fue cuando me entregaron el Premio Único de las Artes en el 2011, lo más grande que entrega Trinidad. Hasta ahora soy el único comparsero que lo ostenta, según tengo entendido. Vivo orgulloso”.
Contra viento y marea mantiene a flote La Jardinera, su comparsa; refugio donde encuentra a los hijos y los nietos que la vida le impidió tener.
“Trato de ponerle lo mío. Acuérdate de lo que dicen por ahí: ‘Con la comparsa de Paquito, baila hasta el más blanquito’. ¡Hasta bajo la lluvia hemos actuado! Siempre quedarán cosas por hacer como recuperar las decoraciones de los barrios o hacer un carnaval infantil que esté a la altura de los niños trinitarios. A pesar de todo, junio sigue siendo el mes más bonito del año.
“Cuando no hay carnavales reparto periódicos, a veces, o me dedico a otros inventos porque tranquilo no puedo estar. ¿Hasta cuándo? Pues hasta que Dios quiera y me dé salud. Si oigo sonar un tambor, tiro mi pasillito en la casa. Por supuesto, la gente me pregunta cuándo me voy a retirar. Mi respuesta es sencilla: si Alicia Alonso, que es mucho mayor que yo, todavía está dirigiendo el Ballet Nacional, tengo el derecho de seguir en esto por más tiempo, ¿no?”.
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