El libro de Héctor Cabrera Bernal Mucho pa la chiva, habla de anécdotas reales y de personajes pintorescos que existieron alguna vez y se convierten en metáforas populares de lo que ha sido la historia y la cultura cubanas
Una familia negra, pero de apellido Blanco, que vivía en una cuartería maltrecha frente a los elevados del pueblo de Guayos, allá por los años 60, se quedó sin techo ante la soberbia de un “vientecito platanero”. Hasta aquí, la introducción de este cuento ha sido narrada por mí, pero siguiendo muy de cerca la manera en que lo ha contado Héctor Cabrera Bernal en su libro Mucho pa la chiva. Ahora glosaré directamente del original la forma en que Macholín —como popularmente se le conoce al autor— resuelve escrituralmente el desenlace de tal suceso: “Al Poder Local, antesala de lo que es hoy día el Poder Popular, se fueron los 17 afectados: hombres, mujeres, ancianos y niños querían hablar con el presidente del Gobierno Local, un campesino recién nombrado para esta función. Ante tan pocos recursos, tanta exigencia de los afectados y poco cerebro del dirigente, él mismo resolvió el caso de una manera peculiar: —Riéguense como las codornices —les dijo”.
¿Quién no se muere de la risa con este breve cuento? Quizás ahora mismo usted lo esté haciendo. Pero no se trata solo de humor, sino de sabiduría popular, de historia comprimida en una breve narración, sencilla pero viva, de tema aparentemente intrascendente pero que condensa con el mayor desenfado esencias del carácter y la idiosincrasia local y, por tanto, de la historia del país. Y no digo la historia del país con ánimo de engrandecer el valor del libro, sino porque esta breve narración, así como el resto de las que conforman Mucho pa la chiva, al hablarnos de anécdotas reales y de personajes pintorescos que existieron alguna vez, se convierten en metáforas populares de lo que ha sido la historia y la cultura cubanas.
Por ejemplo, cuando en Riéguense como las codornices Macholín describe con gran poder de síntesis la familia de “los Blanco” y las características del presidente del Gobierno Local, resume apenas en unas líneas lo que eran el pueblo y la isla en aquel entonces. Pobreza, analfabetismo, un nuevo tipo de relación de los ciudadanos con el gobierno (“los Blanco” ya se sienten con el derecho de ir a reclamar socorro al gobierno revolucionario), así como personas poco instruidas, pero con probado aval revolucionario, asumiendo cargos importantes de dirección sin estar calificados para ello. Sobre la base de esta información, que el autor ha logrado comunicarnos con el mínimo de recursos narrativos posibles, es que adquiere todo su poder metafórico la ilustre frase del campesino-presidente. La numerosa familia de “los Blanco”, 17 en total, es convertida por el imaginario del campesino en una bandada de codornices; mientras que la brillante estrategia política del dirigente también encuentra inspiración en la naturaleza, no podía ser de otra forma. De tal manera que, ante las exigencias que se le planteaban, el campesino-presidente no encuentra otra alternativa que ahuyentar a la manada.
Mucho ha llovido desde entonces hasta la fecha, el país ha librado una compleja gestación social, ya los presidentes locales no son campesinos, y quizás algunos descendientes de los numerosos Blanco ya tengan confortables casas. Sin embrago, la memoria colectiva y la tradición oral han conservado esta singular anécdota, así como muchas otras que Macholín se encarga de recrear literariamente en este libro. Su estilo es ameno, sintético, con tino para los giros lingüísticos de vis cómica, y para acumular expectativas en el lector que solo se satisfacen en el desenlace final del cuento. Todo ello son recursos característicos de la tradición oral, de la cuentística popular. Macholín los respeta y los utiliza, los explota con fina intuición, porque él mismo es un depositario de esa rica tradición.
Llevar estos cuentos al papel implica un reto. No es cosa sencilla, como pudiera parecer. Se trata de historias que son de dominio público, contadas de generación en generación, que están vivas y existen en la subjetividad popular, que constituyen el imaginario cultural de un pueblo. Por tanto, fijarlas en el papel para la posteridad no puede atentar contra la espontaneidad, la sencillez, la jocosidad, la síntesis y el desenfado propios de la oralidad. Macholín, que es él mismo un gran cuentero, un carismático orador, ha sabido recrear estas breves historias como si las estuviera contando a viva voz. Ha logrado mantener intactos su esencia, su temperamento, su carácter, su nervio, su ritmo, su carisma, su sabiduría empírica y su para nada engolada inventiva metafórica.
La mejor prueba de ello es escucharlo leer alguno de esos cuentos. Adopta la pose de un actor. Pronuncia las palabras con un ritmo trepidante, imita voces, gesticula, expresa información con el rostro, genera suspenso, nos envuelve en una atmósfera teatral, hasta que de golpe nos precipita hacia el desenlace y su carcajada resuena tan alto como la del que escuchó el chiste por primera vez.
Mucho pa la chiva obtuvo la Beca de Creación Sigifredo Álvarez Conesa 2011, que otorga el Centro Nacional de Casas de Cultura, y Ediciones Luminaria tomó la lúcida decisión de publicarlo. A la excelente edición de Marlene E. García Pérez se suman las sugerentes ilustraciones interiores del artista Julio Santos y la ilustración de cubierta de Carlos M. Águila Sierra. Obras de este tipo tienen un gran valor cultural y, en consecuencia, identitario, porque ayudan a fijar tradiciones, mitos, leyendas; le dan forma al imaginario colectivo y permiten que ese imaginario se siga reconociendo y regocijando en su propia savia, en su sabor característico y a su propio ritmo de cocción.
Recuerdo que de niño mi abuelo Cuco me hacía siempre el mismo cuento. Pero en cada ocasión la historia ganaba un matiz diferente, se hacía nueva, con cada recreación imaginada por él, otro cuentero nato, un hombre sencillo y bueno, sabio como la naturaleza. Así lo recuerdo. La narración trataba sobre un isleño bruto, que había amarrado una chiva a la defensa trasera de un carro de alquiler, y en medio del camino, al ver que el carro aumentaba la velocidad, le preguntó al chofer: ¿oye eso no será mucho pa la chiva?
¡Qué bendición encontrarme con el mismo cuento en el libro de Macholín! Y mi madre los recuerda casi todos, también se los contaron de niña. Guayense de fines de semana, pues volaba de la Loma del Potro para ir a arrollar detrás de las congas en las parrandas de Guayos, el pueblo de su infancia y adolescencia.
(El autor, Hamlet Fernández, es Crítico de arte. Profesor de la Universidad de La Habana)
Desde niño oigo ese cuento de la chiva,en la versión que conozco,MEREJO es el nombre del chofer y boteava entre Yaguajay y Cabaiguan,a mi todavÍa cuando alguien dice algo dificÍl de creer,se me va la famosa frase de MEREJO ESO ES MUCHO PÁ LA CHIVA
Conozco de primera mano el libro de Héctor Cabrera Bernal -mi buen amigo, historiador de Cabaiguán y cubano reyoyo. Para su formación como escritor, Cabrera Bernal ha contado con varios recursos infalibles: curiosidad innata, gracia criollísima y muchas horas/nalgas dedicadas a la investigación y la lectura. La síntesis de esos elementos le ha permitido afilar su lengua escrita, porque la oral le vino acerada del nacimiento. Hay que disfrutarlo contando una anécdota callejera, conduciendo un Té Cultural en la Biblioteca de Guayos, o narrando un cuento popular en una animada reunión de amigos (si hay cerveza y un tamal con carne de puerco, como los hace Oliday, su mujer, mucho mejor) para comprender que del narrador oral al escritor folclórico sólo se necesitaba un salto, y ese lo dio Héctor con garrocha.
La UNEAC en Cabaiguán y Sancti Spiritus le harían un gran favor a la cultura espirituana y cubana si le hicieran de inmediato el proceso de ingreso a Héctor Cabrera Bernal para integrar las filas de esa organización de artistas. La UNEAC no necesita prestigiar al escritor, el escritor es quien prestigia a la institución. Melindres y subterfugios aparte, en esta hora me vienen a la cabeza las palabras de Marx cuando decía que la dialéctica Hegel estaba de cabeza para abajo y que había pasado la hora de ponerla de cabeza para arriba.
De la reseña que le hace el crítico Hamlet Fernández Díaz al libro de Cabrera Bernal no me corresponde opinar, porque me toca demasiado de cerca: es nuestro hijo, mío y de Yousy.