Jóvenes oficiales de la Policía Nacional Revolucionaria en Trinidad enfrentan a diario intentos de soborno por parte de quienes hacen caso omiso a la ley
No llevan capas ni poseen superpoderes. Tampoco proceden del Olimpo ni tienen una guarida secreta. Nacieron en sitios donde la identidad cubana se cuece sin remilgos. Allí, el respeto, la entereza y el apego a la tierra se forjan a golpe de constancia.
El uniforme azul los identifica. El servicio a su país los define. Los molinos de viento que enfrentan no son los descritos en las escenas de la épica caballeresca, sino otros donde la tentación procura hacerlos tambalear. Ellos, sin embargo, no sucumben al deslumbramiento y, pese a la juventud, recuerdan la frase tantas veces repetida por el abuelo: “La moral no tiene precio”.
TESTIMONIOS
“No hay que ponerse incómodo, compadre. Coge esto y aquí no ha pasado nada”, le sugirió el copiloto de un vehículo al primer suboficial Iraeldi Hernández Pelegrín, de 25 años, mientras le enseñaba un billete de 20 CUC para justificar el aliento etílico y el desacato del chofer, luego de que el conductor se hiciera el de la vista gorda al pasar por el punto de control.
Ante la negativa del suboficial, la bravuconería.
- ¿Tú no sabes quién soy yo?
—No importa quién sea usted. Yo estoy aquí para hacer mi trabajo.
Si bien no constituye acontecimiento de todos los días, el delito de cohecho quiere plantar bandera en la tercera villa. Según consta en las estadísticas del Ministerio del Interior del territorio, desde noviembre a la fecha se han registrado más de 10 incidentes. Lo preocupante no resulta el número de casos, sino las disímiles formas en que se presentan.
“Unos extranjeros, antiguos estudiantes de Medicina ya graduados, no estaban ejerciendo la profesión, sino que se dedicaban al contrabando de ropa, zapatos y otros artículos — narra el suboficial Yordan Díaz Gómez, de 30 años—. Tenían varios maletines, de esos llamados gusanos, repletos de mercancía ilícita. Me ofrecieron 60 dólares para dejarlos pasar”.
Otros infractores, en cambio, prefieren sobornar con especies. “Hay quien te ofrece, por ejemplo, un equipaje lleno de cosas, paquetes de camarones de los que traen escondidos. Una vez, incluso, un ciudadano me dijo que él andaba buscando mujeres. Uno piensa que lo ha visto todo, pero siempre aparece algo nuevo”, refiere Osmany Chaviano Oliva, de 34 años.
CUESTIÓN DE RESPETO
El artículo 152, apartado 4, del Código Penal señala: “el que dé dádiva o presente (…) o le haga ofrecimiento o promesa a un funcionario para que realice, retarde u omita realizar un acto relativo a su cargo, incurre en sanción de privación de libertad de dos a cinco años o multas de 500 a 1 000 cuotas o ambas”.
En cambio, algunos ciudadanos no escarmientan e intentan pasar gato por liebre a la autoridad. “Piensan que en la noche ya estamos cansados y aprovechan para realizar sus operaciones. Hay hasta quien deja una cierta cantidad de dinero en la billetera por si encuentra a la policía a la hora de hacer la jugada”, comenta Edelkis Herranz Hernández mientras enumera la cantidad de artilugios con los que intentan seducirlos.
A juicio de Yordanis Valdivia Toyo, todo parte del respeto. “No somos ni superiores ni inferiores. Esta carrera también demanda consagración”, afirma y cuenta que a veces se acercan con el inofensivo pretexto de conversar. “De pronto te ofrecen un refresco y cuando vienes a ver te enredan de mala manera. Muchos se hacen los graciosos y nos ofrecen ron. ‘Date un palo, mi herma, que nadie tiene que enterarse’, nos dicen. No somos antisociales, pero hay que respetar el trabajo. A lo mejor alguno de esos hombres es enviado por el enemigo para después dar una imagen falsa de Cuba al mundo”.
De cara a la avalancha turística que ha sorprendido a la isla desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, el mayor Fernando Ramos Gámez, primer instructor del trabajo político-ideológico del Ministerio del Interior en el municipio, considera la preparación diaria como elemento vital para garantizar la integridad de los oficiales. “Son jóvenes —añade—, tienen sueños, aspiraciones como cualquier otro, pero las cosas no se consiguen con soborno, sino con trabajo”.
MÁS ALLÁ DEL UNIFORME
Luego de patrullar día y noche, la camisa azul reposa en el armario. Un oficial abraza a su hijo, acaricia a la esposa, prepara condiciones para un fin de semana en familia. “No somos de otro mundo. A mí me gusta la fiesta, pasar un rato agradable, estar en la casa viendo deportes”, explica sin pena Iraeldi.
El resto recuerda las veces en que, planificación mediante, han compartido en la playa como amigos cuyos lazos rebasan un uniforme, un cargo, una tarea…
Ahora cuentan del abuelo que participó en la lucha en el Escambray, del tío al que le cogían prestado el traje para disfrazarse en tiempos de la infancia, del padre con conducta intachable que se erige como paradigma. El porte de vigilante se difumina y asoman los hombres que no pueden vivir sin un trago de café, sin el chiste oportuno, sin la foto de la enamorada en la billetera.
“Ser policía se lleva en el corazón”, resume Edelkis. Salen al parqueo. Exhiben motos, carros (que los cuidan tanto como la niña de sus ojos). “Se hace tarde, periodista, hay que trabajar”, dicen. Al final de carretera cada equipo toma un camino diferente, consciente de que en sus manos está valer el orden tal cual lo establece la ley, aunque no se consideren héroes ni les asista poder sobrenatural alguno.
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