Bajo esa determinación vive, desde hace más de dos años, una espirituana que tocó fondo por cuenta del alcohol. Bajo el anonimato narra a Escambray pasajes de su vida
La voz, sin el brillo de antaño y como salida del encierro, me llega a rafagazos a través del teléfono. “Soy yo. Sí, podemos conversar. Mejor personalmente”. Su dueña, una mujer que ha consentido en que se haga pública la historia que me revelará, suena nerviosa, aunque segura. Ya en su puerta, veo el rostro aceitunado con huellas que se me antojan cicatrices y un olor a cigarro, como amuleto para alejar las tentaciones. Lleva un sencillo vestido blanco, gafas sobre el cabello recogido, reloj, anillo y pulsos. Sin collar o cadena. Luego del café, servido en la cocina humilde, echa mano a toda la mansedumbre aprendida desde un balance del hogar de su infancia.
I
La historia de mi vida es larga, dura. Con el consumo de bebida empecé joven, tomando en fiestas, sobre todo en las casas de amistades. Un traguito de vino ahora, otro después. Ya entonces algunas personas me decían que ese traguito podía llevarme a un alcoholismo y yo decía que no podía ser.
En la universidad tomábamos mucha cerveza. Después que me gradué, a finales de los 80, tenía una pareja que trabajaba en Gastronomía y hacíamos reuniones de celebración. Con ello vinieron los fracasos, las frustraciones en mi vida personal. Me empecé a hundir en un hueco y comencé a buscar más la bebida. Me trasladé de lugar y en aquel nuevo sitio fue peor. Primero era una canequita para lavar, fregar, limpiar; después era más, hasta que bebía las 24 horas del día.
Lo peor son los cambios que trae el alcoholismo. Mi hijo nació en 1988; gracias a mi mamá, que me lo crió, pudo mantenerse a cierta distancia de todo aquello. Ella, de una vista muy larga, veía ya algo malo del alcohol sobre mi persona. Cuando lo recibía hacíamos fiestas con cake y comida, pero no faltaban el coctel o el vino. Las mujeres que bebemos no somos iguales a los hombres, te ven como la borracha; una pierde muchos valores éticos.
Mira, yo perdí mi trabajo; soy profesional y no pude seguir ejerciendo, me vi sin casa; en lugar de ayudar tuvieron que ayudarme. Yo no entendía nada, estaba como en una niebla. Andaba en bares; dormía en calles. Fui violada porque tomaba regularmente con hombres; no sé, un sufrimiento intenso.
Una vez salí de casa de unas amistades y como no tenía dónde quedarme me escondí en un portal; después alguien de esa vivienda se percató y salió a buscarme, me recogió y me llevó para allá; otra vez dormí en un parque y me recogió otra amistad. Quien se introduce en el alcohol halla el pretexto: o nació alguien, o se murió alguien, tengo problemas en el trabajo, y el problema está en ti. Dios me dio todas las oportunidades de la vida, yo viajé, me tuvieron que suspender la misión por trastornos del alcohol. Cuando aquello no entendí y maldije a todo el mundo. Mi mamá fue la que más sufrió.
Mi hijo siempre trató de apoyarme, me decía de ingresarme; tenía buen desenvolvimiento económico durante su adolescencia y sin embargo lo llevaba solo a lugares donde se ingería alcohol. Con el tiempo en la rehabilitación me asusté al darme cuenta de lo que había significado todo aquello. ¿Qué le enseñé? Le enseñé a beber. Le provoqué problemas con la justicia.
El relato se interrumpe. Su voz tiembla, como sus manos. Se disculpa por el mal hábito, mientras, ahora de pie, prende un cigarro. “Dos era mucho pedir, así que uno a la vez”, se consuela al exhalar el humo. Toma asiento y cuando vuelve a hablar diviso nuevamente sus dientes gastados. Toda una odisea pasó para salvar parte de ellos, declararía luego, antes de agregar, lapidaria, que “el alcohol te come hasta los huesos”. Tiene más de 50 años. La piel ajada muestra vestigios del descuido.
II
Mi mamá era la salvaguarda en todas esas situaciones. Yo le faltaba el respeto a él, le iba arriba a darle golpes, una vez lo metí en un tanque de agua que por poco lo ahogo. (Silencio). Ya después, en mis últimos dos años, me daba igual; fue cuando perdí definitivamente el trabajo, porque me separaron, y me querían quitar de nuevo la casa. La había perdido por una desmoralización pública: un hombre que me dio una mano de golpes y me dejó desnuda en la calle. Después me habían dado un chance y lo estaba desperdiciando.
Somos mucho objeto de violencia doméstica, la mujer entre más bebe más golpe recibe del hombre, más maltrato. Tanto pasé que perdí a mi mamá en el año 2012; cuando aquello mi hijo me llamó y me dijo: “Mami, ven, que abuela está mal”, yo llegué borracha, con dos botellas de ron. Anivelé un poco en el tiempo ese, ella falleció un mes después y empecé de nuevo a beber en grandes cantidades cuando volví para donde vivo. Ya yo no podía más, pensaba que sin el alcohol no podía vivir, pero al mismo tiempo sabía que aquello me iba a matar. Era la mujer de bar, la prostituta; te señalizan mucho y en ese juego quedan pocas personas. Pero a mí se me tendieron todas las manos tratando de ayudar, era yo la que no me dejaba, no entendía que estaba enferma.
Andaba tan sucia que nadie me reconocía, había sido siempre presumida. Ya a las 4:00 a.m. tenía que salir a buscar alcohol, era mi desayuno, mi almuerzo y mi comida. Bajé mucho de peso y envejecí; nadie me quería, ni dejaba que se me acercaran. Un buen día en diciembre del 2012 la presidenta del CDR, que iba a celebrar la navidad y el año nuevo, me dijo que podía estar con ella si me portaba bien y le prometí eso.
Me porté bien, para que usted vea, pero bebí bastante, bastante, pero mucho, mucho, mucho. Así esperé el año y al otro día no me acordaba de nada, era vergonzoso. Tenía que preguntarle a alguien: ¿qué hice ayer? a ver si podía salir de la casa, a ver si discutí con alguien, si le falté el respeto o agredí a alguien. El 3 de enero del 2013 me empezaron unos temblores intensos, pensé que iba a convulsionar, pero lo que hice fue formar escándalos públicos con la pareja del momento: ojo hinchado, hueso partido, me gritaban cosas. Busqué a un alcohólico amigo mío y le dije que si no tomaba un trago me iba a morir. Él me preguntó si yo no iba a ingresar, le respondí que no, que mañana. El día 4 me levanté, me bañé malamente y me puse unos trapitos, no tenía ropa ni zapatos, lo había vendido todo; le dije a mi pareja que me iba a ingresar, pero no me creyó.
Llamé a un padrino de anteriores sesiones de terapia, cogí una jabita vieja y fui a dar a la clínica Gali García, en el hospital nacional Enrique Cabrera. Es una clínica de referencia, con solo 10 camas, donde tratan las adicciones femeninas; un lugar muy agradable y cómodo, con doctores altamente profesionales. (…) Desde que entré empecé a preparar mi recaída, sabía que tenía derecho por ello a un segundo y a un tercer ingreso. Me decía: “Estoy happy, cuando salga me vuelven a recoger”.
Indago acerca de la institución, que en el portal digital Infomed aparece como Psiquiátrico Gali García, fundado en 1928 en calidad de clínica privada. Hoy es una sala de Psiquiatría perteneciente a la Facultad de Ciencias Médicas Enrique Cabrera. Negocio, de paso, la idea de añadir el perfil de la carrera que cursó, inscrita en el sector de la Salud. Aunque no se esconde de sus conocidos, la publicidad rompería el anonimato al que se encuentra acogida.
III
El primer paso es dejar de beber. Yo estuve tres meses ingresada. Allí hice amistad con una psiquiatra que me aconsejaba aferrarme a algo, lo que fuera que me sirviera de ayuda, “como si es un vaso de agua en el techo de tu casa”, me decía. Ellos me recomendaron Alcohólicos Anónimos, una opción en la que ganas la sobriedad del no beber, pero te queda el cómo ganas espiritualmente. Yo no vivo ni con el pasado ni con el futuro, vivo el día de hoy. Me levanto y digo: soy alcohólica; luego rezo una oración que me da mucha serenidad. Cada hoy es solo por 24 horas. Hoy no voy a beber, pienso, y me agarro de lo que sea. Me dieron el alta, pero después seguí asistiendo, pude evitar las recaídas.
Es un proceso largo, difícil; me faltaban las herramientas que me decían debía tener para no beber; no sabía cómo hacer, sin dinero, los cambios que me aconsejaban en mi vida. Y el cambio no está por el dinero, sino por ti misma. Empecé a visitar los mismos lugares que antes y andar con las personas con quienes bebía; solo caminaba por el lado contrario. Comencé a dar el giro y a buscar nuevas amistades o amistades viejas que trataban de ayudarme. Mi hijo me apoyó bastante en eso.
Estoy bajo terapia y en ese grupo. En un momento dado el psiquiatra me aconsejó presentarme al proceso que me permitiría asumir de nuevo mis funciones. Estuve sin ejercer hasta abril del 2014, unos tres años. Cuando lo logré me cambié de municipio, me aceptaron y a partir de ahí lo que he hecho es trabajar.
Me ha ayudado mucho pedir perdón a las personas a las que hice daño. Según dejas de beber te vas acordando de todo y te horrorizas. A quienes aún beben los trato de igual a igual. Esta enfermedad te lleva a la locura, te puede llevar a la prisión y también a la muerte. Confío en que tal vez un día escuchen igual que escuché yo. He dejado la ostentación, soy menos soberbia, menos iracunda, ya no me creo perfecta. Del alcohol lo que te separa es este gesto, que ni te pesa ni te cuesta (aproxima a sus labios un vaso con agua).
En Cuba no valoramos lo que vale una rehabilitación, es mucho, mucho dinero. Yo hoy sí valoro todo eso y digo: tengo que luchar por mí. Tuve una hepatopatía crónica, estuve a punto de una cirrosis hepática, me dijeron que podía mejorar mucho si dejaba de beber y ya mi hígado está sano.
Veo a esas mujeres y me da mucha pena, la verdad; razonan igual que yo en mis peores tiempos. Todo está en no darse el primer trago. El alcoholismo es una enfermedad incurable y te daña una zona del cerebro de forma irreversible, pero siempre, tengas la edad que tengas, estás a tiempo de parar.
No sabes los recuerdos que me traes con esa historia, gracias a Dios yo no tengo ese problema, pero si lo tuvo el Padre de mi hijo por muchos años, hasta que un dia hace como 3 años falleció, se volvió diabetico y hubo que amputarle un pie y de hay vino la complicación y termino su vida. Toda esa vida me hizo terminar con el desde muchisimo antes de su fallecimiento. La vida nos depara cosas horribles, hace 2 años perdi a mi hijo que aunque no era alcoholico tambien bebía para despejar( como el decia) , y un mal dia tuvo un accidente con unos tragos de más y falleció, como vez la bebida no conlleva a nada, solamente a la destrucción de las personas y al sufrimiento de las familias y de los que más te quieren. Ahora me quedé yo con esa pena y con ella debo vivir toda la vida. Es un sufrimiento muy duro, pero no por eso tengo que buscar ayuda en la bebida ni en otras cosas, al contrario tengo que aferrarme como pueda cada dia más a la vida y luchar por lo que me queda y por un poco de ilusion o esperanza en algo que me de fuerzas.
He leido tu carta detenidamente y no sabes cuando me alegro de esto ojala pudiera conocerte en persona para establecer una charla,solo quisiera que se publicara a otros sitios para que conoscan esta historia
Coño está de truco la historia, aunque sea anónima mucho valor tiene para contarla.
Pido a Dios le siga dando fuerza a esa persona para que se mantenga sobria.
Tengo un familiar que no ha llegado todavía tan profundo, pero es alcohólico y le falta el paso de reconocer que lo es, es el primero y más importante. Inclusive padece de miastenia gravis y cuando se mezclan los medicamentos y la bebida, realmente se pone mal, no sé como todavía está vivo. Ojalá antes de que sea tarde se dé cuenta.
Fuerza para usted.
ufff no sabes la nostalgia que me dio al leer su confesión, tengo alguien bien cercano que está pasando por lo mismo que paso usted alguien a quien quiero mucho. Ya no se como poder ayudarlo es un buen amigo casi un padre para mi, de verdad la felicito por las decisiones tomadas primero por asumir que eras alcohólica y segundo por someterse al tratamiento, nuevamente felicidades