La obra de Perucho Figueredo aún reserva no pocas interrogantes. ¿Cuándo comenzó a considerarse nuestro himno nacional? ¿En qué cuerpo legal quedó refrendado por primera vez? Escambray inicia una serie de trabajos sobre la marcha que identifica a Cuba
Un año atrás aludimos en estas páginas a la polémica histórica sobre la fecha de gestación de la letra y la música de La bayamesa, marcha patriótica que desde el mismo siglo XIX era conocida, también, por los nombres de Himno de Bayamo o Himno bayamés.
Otras fechas poco precisas relacionadas con la composición apenas han suscitado, sin embargo, el interés de los historiadores. ¿Cuándo, exactamente, los cubanos alcanzaron el consenso de que debía considerársele nuestro himno nacional? Y una vez conseguido el acuerdo, ¿cuándo se le instituyó, legalmente, en cuanto tal?
Se sabe que, al menos en los tiempos de Patria —el órgano de prensa fundado por Martí en la Nueva York de 1892—, ya era asumido como símbolo: “En seguida más de cien niños de la iglesia congregacionalista cantaron magistralmente el himno nacional cubano acompañados por la orquesta”, reza en la descripción de una velada de los independentistas de Tampa en 1893.
La primera edición masiva del himno —100 000 ejemplares— se realizó en diciembre de 1900, a instancias del superintendente de escuelas de Cuba. La publicación de la letra se acompañó de una carta, que se repartió en los centros educativos, en la cual se hacía constar el propósito de que “el primer día de este nuevo siglo (…) en todas partes de la isla se escuche el Himno Nacional”.1
Sin embargo —inexplicablemente—, apenas unos meses después, la Carta Magna de la futura república no le refrendó esa condición. Ello no fue óbice para que el Himno de Bayamo se escuchara en la ceremonia organizada para la firma del trascendental documento, el 21 de febrero de 1901, así como en el acto por el traspaso de poderes de Leonard Wood a Estrada Palma, el 20 de mayo de 1902, en el Palacio de los Capitanes Generales.
Según el historiador José Antonio Pérez Martínez, el himno “tiene carácter oficial desde que el presidente Tomás Estrada Palma hizo que así fuera circulado por el extranjero, y a la vez aceptó que las bandas militares y civiles lo ejecutaran en las ceremonias y en todos los actos públicos”.2
Según el historiador José Antonio Pérez Martínez, el himno “tiene carácter oficial desde que el presidente Tomás Estrada Palma hizo que así fuera circulado por el extranjero, y a la vez aceptó que las bandas militares y civiles lo ejecutaran en las ceremonias y en todos los actos públicos”.2
Aunque se echa de menos la existencia de un documento jurídico y una fecha exacta, es de suponer que la refrendación, ciertamente, aconteció en esos años, quizás por decreto ejecutivo, estimando, sobre todo, que tiempo después, el 28 de abril de 1906, se promulgó en la Gaceta Oficial de la República el Decreto 154, aprobado cuatro días antes, “que regulaba la forma y el uso oficial del himno, el escudo, la bandera y los sellos de la nación”.3 Hubo de esperarse varios decenios para que, en 1940, se le acreditara como símbolo de la nación en un texto constitucional.
Aclarada, más o menos, la segunda de las interrogantes, intentemos responder la primera.
Oscar Loyola afirma que las notas de La bayamesa, luego de cantadas públicamente el 20 de octubre de 1868, “presidieron todos los actos del movimiento independentista”.4 Enrique Gay-Calbó sostuvo parecido criterio: “(…) los cubanos lo sabían y lo cantaban, y sus músicos militares lo tocaban en toda ocasión. Vivía en el pueblo la melodía que se hizo inmortal con el sacrificio de los patriotas y resonó invencible en los campos de batalla, tan representativa de la patria como la bandera”.5
Resulta muy extraño, sin embargo, que un patriota como Fernando Figueredo Socarrás —protagonista de la toma de Bayamo, combatiente de la primera guerra y divulgador incansable de la pieza del tío— no la mencionara en ninguna de las conferencias que sobre la contienda impartió en Cayo Hueso entre 1882 y 1885. Ni siquiera cuando narra actos solemnes, como los juramentos de Cisneros, Spotorno o Estrada Palma al asumir, sucesivamente, la presidencia de la República en Armas. Tampoco la refiere en su relato de los festejos celebrados en Bijarú, 1876, por el octavo aniversario de iniciada la guerra.6
En contraste, son varias las ocasiones en que habla de la presencia del Himno de Las Villas entre el mambisado. En febrero de 1874, cuando cunde la noticia de la decisión de invadir el territorio de Las Villas: “Debido al entusiasmo que dominaba a todos, se rogó al dulce poeta villareño El Hijo del Damují, que improvisara con ocasión del suceso, y a poco corría de mano en mano, en cuartillas de papel, y luego quedó grabado en la memoria de todos, el hermoso himno (…) que fue desde aquel momento el canto de guerra y que bien o mal, solo o en coro, era cantado a toda hora”.
Asimismo, cuenta que en diciembre de 1875, “después de haber ocupado a Pedernales presentábamos nuestra hermosa bandera a las puertas de Holguín (…) La charanga de la Brigada de Holguín lanzaba al aire sus armoniosos acordes, amenizando la escena con el popular himno de las Villas”. Entonces —continúa el relato— hace una arenga Tomás Estrada Palma para convencer “de la necesidad de reforzar con fuerzas orientales a los hermanos que peleaban en las Villas. Las tropas acogieron con entusiasmo extraordinario las palabras del Secretario de Estado, y allí, al compás del himno invasor de las Villas (…) se selló el compromiso”.7
Por otra parte, aun cuando en la década de los 90 Patria ofrece abundantes pruebas del arraigo que La bayamesa tenía en las celebraciones de los clubes de emigrados en los Estados Unidos, sorprende que Martí, consciente del valor de los símbolos para la consecución de la unidad entre los cubanos, aunque reprodujo varias veces su letra y música en el periódico, no la presentara como himno nacional, ni en sus breves palabras sobre la composición en el número 16 ni en las encomiásticas que le tributa después, en el prólogo a Los poetas de la guerra.
Tampoco la reconoció así ninguno de los textos constitucionales de la República en Armas (Guáimaro, Jimaguayú, La Yaya) ni la literatura de campaña más difundida sobre la Guerra de los Diez Años.
Lo cierto es que en documentos sobre la Guerra del 95 ya aparece el Himno de Bayamo ligado a la vida en la manigua.
Si al hecho de que el primer documento donde se identifica a La bayamesa como himno nacional es la partitura apócrifa impresa en Nassau en 1873, sumamos la sospecha de que el arraigado regionalismo que hizo fracasar la primera gesta libertaria habría impedido el reconocimiento del himno de Perucho como símbolo de toda la nación (a semejanza de lo sucedido con la bandera del alzamiento de La Demajagua entre los delegados a la Asamblea de Guáimaro), cabría pensar que la idea provino de ciertos sectores de los revolucionarios emigrados (¿orientales y/o bayameses?), y que tal opinión fue generalizándose poco a poco después de 1878, mientras crecían los afanes y se multiplicaban los esfuerzos para romper otra vez las hostilidades contra España.
Lo cierto es que en documentos sobre la Guerra del 95 ya aparece el Himno de Bayamo ligado a la vida en la manigua. Narra Bernabé Boza en su diario que al encontrarse Maceo y Gómez el 29 de noviembre de 1895, después de cruzar la trocha de Júcaro a Morón, se pronuncian discursos y vivas. Añade: “Todo el tiempo que duró este acto, la banda de música que pertenece al cuartel general del lugarteniente tocaba el himno de Perucho Figueredo”. Luego, el 5 de enero de 1896, describe la entrada del contingente invasor en Alquízar: “La banda de música del cuartel general del lugarteniente recorrió las calles del pueblo tocando el himno bayamés y la marcha de la bandera”.8
Referencias encontradas en las memorias de Manuel Piedra Martel (1943) y José Isabel Herrera, Mangoché (1948), apoyan la idea de que, al menos en el campo insurrecto cubano, La bayamesa adquirió verdadera fuerza simbólica como expresión de la nación solo en los años 90.
Referencias encontradas en las memorias de Manuel Piedra Martel (1943) y José Isabel Herrera, Mangoché (1948), apoyan la idea de que, al menos en el campo insurrecto cubano, La bayamesa adquirió verdadera fuerza simbólica como expresión de la nación solo en los años 90. Escribió Piedra Martel: “El teniente coronel Montalvo me hizo colocar en una improvisada camilla, enviándome al hospital de sangre (…) Al cruzar mi camilla de herido por la Loma del Cura, el general Rabí, que ahora comandaba aquella posición, ordenó que por la banda se me hiciera el homenaje del Himno Nacional. ¡Cuánto fortalecieron mi espíritu sus marciales notas!”.9
Ha de considerarse, no obstante, que ambos relatos fueron escritos y publicados durante la República, con posterioridad a la oficialización de la marcha de Figueredo como himno nacional. Más fiables que las memorias y de mayor fuerza probatoria serían las menciones que pudiesen aparecer en los diarios de la Guerra del 95.
Habrá que seguir buscando. Por lo pronto, la interrogante sigue en pie.
Bibliografía [1] V. M. Iglesias: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, Ediciones Unión, La Habana, 2010, p. 195.2 J. A. Pérez Martínez: «El Himno Nacional de la República de Cuba», Caliban (revista digital), mayo-junio, La Habana, 2015. 3 M. Iglesias: ob. cit., p. 106. 4 E. Torres-Cuevas y O. Loyola: Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y Liberación de la Nación, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2001, p. 237. 5 E. Gay-Calbó: Las banderas, el escudo y el himno de Cuba, Sociedad Colombista Panamericana, La Habana, 1956, p. 31. 6 V. F. Figueredo Socarrás: La revolución de Yara, 1868–1878, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2000, pp. 13-18, 105, 124-125 y 146. 7 Ibídem, pp. 35, 119-120. 8 Bernabé Boza: Mi diario de la guerra, t. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, pp. 50, 113. 9 Manuel Piedra Martel: Mis primeros treinta años, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 453.
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Pedro de Jesús es Narrador y ensayista. Premio Alejo Carpentier
En mi opinión se le ha perdido un poco el amor y el respeto a nuestros símbolos patrios, pues en muchas ocasiones vemos como cuando se entona el himno nacional, las personas pasan sin detenerse, en señal de respeto y mantener silencio, mientras dura, como tampoco lo hacen cuando en algún lugar publico se iza o se baja la bandera, son momentos en que se debe detener la marcha y rendir homenaje con nuestro silencio y atención.
Es lamentabilísimo como entonan el Himno Nacional nuestros estudiantes; de marcha épica deviene en cántico fúnebre. No importa el nivel eudcacional, es lo mismo en la enseñanza media como en la politécnica y en la universitaria.