La Habana es una peña a cielo abierto (+ Infografía)

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Cuba vs Tampa Bay Rays en un escenario cargado de béisbol y sobre todo de símbolos

Sobre el partido de Obama, como se le ha bautizado acá y acuyá, extrañamente, no se especula tanto de su marcador. A fin de cuentas, no debe ser lo más trascedente tras los nueve innings entre el team Cuba y el Tampa Bay Rays.

Para muchos, sin tirarse la primera bola entre Pedro Luis Lazo y Luis Tiant, ya emergió un ganador: la amistad. “Esto no es deportivo”, asienta un aficionado de traje azul, en la esquina de 23 y M. “Es un juego político, lo estigmatiza y afirma que ahora con un Latino a lo “Grandes Ligas” por sus colores, su césped y hasta sus carteles, los leones podrán ser campeones.

Y tiene razón, creo, en lo del mensaje esencial del partido que paralizará a parte del mundo este martes al mediodía. No solo por la presencia de Barack Obama como el aficionado a seguir entre los 50 mil que, se dice, colmarán el graderío del coloso del Cerro.

Demasiados símbolos ocuparán posiciones y empuñarán bates como para estar mirando todo el tiempo a la pizarra, mientras en el terreno dos países intentan darse las manos después de duelos encarnizados en Mundiales, Olimpíadas , Panamericanos o el más simple de los topes.

Jugadores emblemáticos defienden banderas diferentes, pero han decidido hablar el idioma universal del béisbol como puente de entendimiento, concordia y civilización. De un lado Omar, Kindelán o Lazo con la bandera del Cuba de siempre, del otro el mítico torpedero  de los Yankees Derek Jeter o el mismo Tiant para quien “volver a este estadio (el Latino) donde lancé con el Habana mi último año en la Isla, es maravilloso. Nunca he perdido la fe en mi país y mi gente; voy a ser cubano por siempre”.

Y estarán los de ahora. Los símbolos del llamado mejor béisbol del mundo y los que pugnan por mantener vivo este béisbol made in Cuba, herido, pero vivo. Con esa patente, los anfitriones, sin desdorar el simbolismo, apuestan por el triunfo, como ha dicho su manager. Desde el graderío más de un aficionado lo tendrá en la lupa y la mente: por más que lo dicte el “deshielo” que cae gota a gota por estos días sobre esta Habana de todos, muchos saben que en pelota y contra Estados Unidos, Cuba siempre juega a ganar.

De eso habla la capital vísperas de un juego que ya se inscribe en la historia sin darse la voz de ¡a jugar! Debe ser un juego para disfrutar más allá de jugadas, alineaciones, batazos. Y claro que se puede aplaudir y polemizar porque no deja de ser un juego de pelota entre dos naciones que llevan el béisbol en las venas.

Mientras llega el momento del partido, La Habana deja deslizar un clima refrescante por los vientos que soplan y los grados de menos en su termómetro. Los otros grados, los del calor, están en su clima de normalidad pues, a no ser por los guardias que custodian, para bien, cada esquina, por la epidemia noticiosa que irrigan los cientos de colegas presentes aquí y por la confluencia de duetos de banderas cubanas y americanas —estas últimas no tantas como se piensa desde lejos— nadie advertiría que está aquí el mismísimo Obama a punto de entrar en el Latino.

Entre almendrones que se disputan la botella de transeúntes presurosos, rutas y ruteros repletos de pasajeros, la wifi más llena que de costumbre, vendedores que pugnan por mejores pescas en este río de visitantes y algún que otro curioso ansioso por saber cuál fue la propina de Obama en la paladar San Cristóbal, La Habana es esta urbe de siempre.

Desde mi palco de invitada trataré de vivir la intensidad de este privilegio y quizás pueda contarle “lo que no se vio”.