Con sus historias afincadas en las esquinas de Cabaiguán, Gumersindo Pacheco regresa a por ellas cada cierto tiempo. Escambray dialoga con el destacado escritor, Premio de la Crítica 2014
Como si recorriera ahora mismo las cuatro cuadras entre la Avenida Libertad y el parque Martí, Gumersindo Pacheco es capaz de recitar de memoria el Cabaiguán de sus recuerdos: peluquerías, quincallas, tiendas y vidrieras con maniquíes, adornadas con cintas y guirnaldas, que exhibían ropas, zapatos, juguetes…, carros de granizadas, de helados, de churros, de frituras, de ostiones de Sagua.
“Estaban los puestos de revistas y de suplementos de aventuras El llanero solitario, Tarzán o Superman —describe—. En la heladería contigua al Ten Cent Vargas vi por primera vez cómo un cubo de refresco se convertía en helado; la tienda de Cápiro: Enrique Cápiro, procurador público, en la cual los papalotes más bellos del universo colgaban en sus paredes y el viento los movía ligeramente como si ya quisieran volar. No puedo imaginarme cuántos negocios podía haber en aquel pedazo de calle. Especialmente recuerdo también los circos que venían por temporadas y los niños tratando de burlar a los custodios para entrar por debajo de la carpa”.
Pero Gumersindo Pacheco no vive ya en aquella ciudad irreal que ha ido salvando a retazos para no morirse de nostalgia; sino en una urbe mayor, en la Miami de enfrente, desde donde sigue contando historias criollísimas que transcurren en escenarios cubanos, con personajes cubanos: sus obsesiones de siempre.
Hace más de 20 años él mismo había puesto en boca de Ricardo Armas Salteador, el héroe de la que algunos críticos consideran su obra cumbre, María Virginia está de vacaciones: “El pueblo donde uno nace nunca debe perderse de vista”. Una frase premonitoria que Sindo ha venido cumpliendo al pie de la letra.
De su juventud en Cabaiguán, cuando con 5 pesos bastaba para pasar una noche entera de carnavales, fiestas en la Colonia Española o en el Club Campestre El Siboney; de su muy orgullosa militancia en lo que él llama “la generación del Charco de Pedro” y hasta de la ingenuidad con que se descubrió escritor, Sindo Pacheco conversa con Escambray en un diálogo online que burla olímpicamente las 90 millas del estrecho.
¿Cómo el adolescente que no leía los libros orientados en la escuela se convierte en el voraz lector de Emilio Salgari, Balzac, Poe?
En la adolescencia leía muy poco. La obligación de leer a los clásicos a esa edad irreverente espantó al lector que yo iba a ser y atrasó su inevitable aparición. Salgari, Balzac, Allan Poe… llegaron a mí por medio de mis visitas a la librería y gracias a aquellas magníficas y muy baratas ediciones Huracán, donde lo más trascendente de la literatura cubana y universal estaba asequible a cualquier público.
¿Cuándo descubrió que tenía talento para la narración, más allá de los primeros textos que usted mismo ha calificado como infames?
Tendría ya como 24 o 25 años cuando me di cuenta de eso, y de que en toda mi vida anterior había hecho más bien todo lo contrario. Decidí ceñirme ese “yugo” y no tenía la más mínima idea de lo que era redacción. Algo dentro de mí me impulsaba a escribir y a corregir lo escrito, a escribir y a tachar, a escribir y a botar.
Usted comenzó su carrera en los talleres literarios. ¿Qué rasgos en su opinión debe tener un taller para que fomente la creación y no la coarte?
Debe ser abierto y tolerante, un sitio para la inclusión. Los talleres literarios, en los primeros tiempos, creo que desempeñan un papel importante en la formación de un escritor, sobre todo por la solidaridad que significa encontrar personas con las mismas inquietudes y deseos. Luego hay un momento de apartarse del taller y de volar.
María Virginia está de vacaciones es, sin duda, de las obras de su autoría, la que más éxito ha tenido en el público. Sin embargo, ¿es la obra que más lo satisface?
No sabría qué decirte. Algunos autores señalan que siempre se quiere más al último que se escribe. Tal vez sea porque es el más desconocido de todos, no sé. Yo quiero a mis libros por igual, incluso aquellos que pudieron ser de otra manera.
¿Cuánto del adolescente aventurero y hasta temerario que usted fue está presente en Ricardo Armas Salteador? ¿Fue María Virginia una suerte de Dulcinea tropical?
Tiene algo de mí, pero tampoco demasiado. Tanto Ricardo Armas como María Virginia están hechos de mucha gente, de amigos, de personas que conocí. Es una especie de simbiosis. Por supuesto, el amor hacia María Virginia es lo que mueve a Ricardo, como hace Dulcinea con el caballero de la triste figura.
¿Qué función cumple el humor en sus textos?
Yo escribo una historia y de repente aparece el humor de una forma o de otra, pero es un humor involuntario. Las cosas más dramáticas de la vida casi siempre tienen un lado risueño o irónico. La olla hirviendo tiene el asa gozosa por donde bajarla del fuego.
¿Alguna receta para captar la atención del público infanto-juvenil?
La sinceridad.
En su obra y sus personajes se resume “una Cuba que ya no es ni será, pero que vive en la memoria de los que la conocieron”. ¿Cómo alimenta esas memorias desde la distancia?
Yo creo que la memoria, lejos de apagarse, se alimenta con la distancia y el tiempo. Mientras uno más se aleja, más se acerca a los orígenes.
¿Es fácil la vida de un emigrado? ¿Y la de un escritor emigrado?
Ninguna de las dos es fácil, como tampoco lo es la vida misma. Si te va bien económicamente, tendrás el pan pero te faltará el verso, y si te va mal, te faltarán ambas cosas. Lo más terrible como escritor emigrado es que no tienes representatividad. No existes puesto que no te puedes hacer visible.
Usted ha comentado: “Mis obras siguen aquí y a cada rato vengo por ellas a Cabaiguán”. ¿Qué historias nuevas podría escribir de sus más recientes viajes? ¿Cuánto ha cambiado la ciudad de sus recuerdos?
Estoy terminando La prodigiosa llave de Indalecio, un extenso relato que transcurre en Paraísa (Cabaiguán) durante el gobierno de Carlos Prío. Cabaiguán ha crecido en tamaño y en población, pero ha cambiado muy poco, a no ser la gente que, como en todo el país, se expresa de forma diferente, incluso abusando del mal gusto y de la chabacanería.
¿Qué ha querido pero no ha podido hacer aún Sindo Pacheco?
Bueno, muchas cosas. Pero en el caso del escritor te diría que vivir de lo que escribo. De los derechos de autor es muy difícil sustentarse.
Si, como usted ha asegurado, un ser humano es lo que era a los 9 o 10 años de edad, ¿sigue siendo Gumersindo Pacheco el muchacho que fue?
La respuesta es sí. Cualquiera que pase revista de cuando tenía esa edad verá que sus amigos de entonces, con mayores o menores variaciones, más feos y más cansados, siguen siendo, esencialmente, los mismos.
Mis saludos y elogios al colectivo de «Escambray», en especial hoy a Giselle Morales Rodriguez; por su articulo, sobre el escritor , por siempre de Cabaiguan y cubano de pura sepa Gumersindo Pacheco.
Desde luego y absolutamente que:
» La memoria se alimenta con la distancia y el tiempo».
Mis saludos y afectos.