El espíritu de la tercera villa cubana habitó en espacios expositivos de Francia y Luxemburgo a través de la obra del pintor Luis Blanco Rusindo
Creyeron que regresaba a esa especie de estado autista en el que se sumerge cuando crea. Dicen que, tras la puerta del taller, el día y la noche se confundían. Una luz podía escabullirse entre las hendijas a altas horas de la madrugada. El silencio matutino se interrumpía con el sonido del pincel coloreando el lienzo.
En dicho universo quedó atrapado Luis Blanco Rusindo cuando se dispuso a crear la treintena de obras que exhibiría en varios salones expositivos de Francia y Luxemburgo como miembro del catálogo de Arte Mundo, una suerte de grupo de trabajo interesado en promover a artistas latinoamericanos.
Si bien el creador ha conquistado a lo largo de su carrera escenarios europeos, exponer en el Centro Cultural Jean Ferran valida la solidez creativa de uno de los pintores más reconocidos en la tercera villa, cuyo pincel marca un estilo personal, ponderado por la crítica nacional y extranjera en más de una ocasión.
Pero ni siquiera con el frío calándole los huesos Trinidad se desdibujó de los recuerdos. “Este centro cultural me recordaba por momentos mi antiguo centro de trabajo: el Cuartel de Dragones, donde radicara la Academia de Artes Plásticas”, confiesa.
Así, el espíritu de la ciudad de sus nostalgias merodeaba los grabados y dibujos de mediano y pequeño formatos seleccionados para la muestra, que levantó suspiros a los espectadores y funcionarios de los gobiernos locales. “Más que una expo, terminó convirtiéndose en un intercambio de ideas sobre cuánto falta por descubrir y mostrar del arte cubano”, añadió.
Días más tarde, la esencia de la Ciudad Museo conquistaba un nuevo sitio: el salón de exposiciones del castillo de Bretenburgo, en Luxemburgo, sitio antes explorado por Rusindo, pero esta vez con la sugerente propuesta de La música en la piel, donde la manifestación artística devenía leitmotiv para concebir el discurso.
“Luis Blanco es un pintor complejo que ha atravesado diferentes estados de expresión (…), ha experimentado con la pintura no figurativa, con los elementos geométricos o seriales hasta arribar a expresiones figurativas con un acento antropológico próximo a las culturas precolombinas. En sus actuales obras se conjugan símbolos personales y de referencias de significación cultural, generalmente de la religión afrocubana y la magia. Estas contradicciones se encuentran en un objetivo común: la conquista del poder, el conocimiento y la dominación de todos los elementos del universo”, reseñó después el crítico Eugenio Díaz Gerend en distintos sitios especializados en arte.
¿Cómo logra un trinitario captar la esencia musical y traducirla a un público que culturalmente es diferente a nuestra idiosincrasia?
Al principio de proponerme la exposición pensé en el ambiente propio del luxemburgués, en toda la historia y referentes de la música europea. Comencé a trabajar en ese sentido, pero después decidí hacer una mezcla entre la música popular cubana y mis tradiciones. Al final resultó una mixtura de ambiente, de concepto.
¿Cómo Trinidad se hace presente en su obra a la hora de llevarla a escenarios foráneos?
Me parece totalmente esquemático representar a la ciudad con la torre del convento de San Francisco de Asís o las piedras. La esencia de Trinidad va más allá: es un espíritu de protección a la villa, de llevar sus colores en mis obras. Ser trinitario es un sentimiento”.
Dicen que aquel día de una parte del castillo de Bretenburgo emanaba olor a caña de azúcar, se escuchaba el sonido de una trompeta y un tambor… Y en las tonalidades de cuadros asidos a los muros se respiraba un ambiente a patrimonio, cultura y legado, gracias a la magia de un pincel.
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