Desde el 2009 en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, el mandatario insiste en desaparecer del mapa la historia y la ideología.
Barack Obama me simpatiza, quizás por el carisma mediático, el desenfado, su subyugante historia personal, esa brillantez oratoria y, en particular, por su indiscutible inteligencia y valentía. Quizás también porque es un político como Dios o el diablo mandan. Pero, con toda su seducción, con todas sus citas de Martí y el valor de fotografiarse junto a la imagen del Che, el Presidente de los Estados Unidos no me echó tan fácil en el bolsillo.
Obama vino a ponernos la zanahoria delante
Obama en Cuba: ni entusiasmo ciego, ni negación de barricada
Se trata, quizás, de que somos contemporáneos. Todas las generaciones no percibimos igual a Obama, no somos hijos del mismo tiempo. Él nació en 1961 y yo en 1967. Mucho nos diferencia, claro. Y no hablo de sus millones y mis centavos, de las limusinas que mirarían con sorna mi bicicleta china. Se trata de los olvidos o, más bien, de la memoria.
En 25 años de periodismo pocas veces he redactado en primera persona. No me parece prudente, ni efectivo. Hago esta salvedad ahora porque no escribo como comentarista internacional ni analista política. De hecho, no me siento con ninguna de esas dos respetables calificaciones. Publico esta crónica por honestidad con mi generación y también por dolor propio y ajeno.
Esta profesión me ha permitido conocer, a través de la lectura e incluso entrevistar, a no pocos protagonistas de la Historia de Cuba. Todos regresaron a la vez mientras escuchaba el discurso pronunciado por míster Obama ante la sociedad civil cubana en el Gran Teatro de La Habana. Si en alguna dimensión ello es posible, muchos de nuestros tantos muertos seguramente se inquietaron en sus tumbas.
Resulta que en su interesante alocución —porque no deja de ser interesante—, el Presidente de los Estados Unidos volvió a insistir varias veces en esa goma mágica que lo borra todo con frases sueltas como: “Conozco la historia, pero me niego a verme atrapado por ella”; “…ahora que hemos quitado la sombra de la historia de nuestra relación”; “Desde el inicio de mi mandato, he instado a los pueblos del continente americano a dejar atrás las batallas ideológicas del pasado”; “Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado”.
Demasiada reiteración para ser casual. Según algunos analistas, desde el 2009 en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago el mandatario de la Casa Blanca insiste en desaparecer del mapa la Historia y la ideología, como si no tuviera clara una lección que —dicen—, aún se estudia en las escuelas de su país salida del filósofo hispano-norteamericano Jorge Santayana, quien legó para la posteridad una enseñanza aplastante: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”.
Ni en el discurso de Obama, ni en la vida real, escojo dibujar en blanco y negro. Su alocución, por momentos certera, sentimental y hasta sincera, también esconde manipulaciones, farsas y apetitos de reconquista. No quiero pecar de extremista, ni de socialista a ultranza. De hecho, como casi todos los cubanos, también le reconozco unos cuantos defectos al sistema político que hace más de 50 años manda en mi país. Solo que esta vez y en particular sobre este tema medular Obama y yo pensamos distinto.
Mientras le escuchaba no pude evitar recordar, por ejemplo, aquella anciana ya encorvada que a inicios de los 90 me concedió una entrevista sentada en un amplio patio trinitario. Había llegado para subir otra vez al calvario de Limones Cantero. No lloraba. Se quitó las gafas oscuras y me miró con su tristeza infinita: “Ahora dicen que ahorcaron a mi niño con alambre de púas, pobrecito”.
Poco antes de morir Evelia Domenech testificó ante el Tribunal a propósito de la Demanda del pueblo cubano al gobierno de Estados Unidos por daños humanos. Dijo lo que todos sabíamos: “He sido perjudicada por lo más grande que le puede pasar a una madre: la pérdida de su hijo (…) Se ensañaron con su cuerpo, un adolescente de 16 años. No soy yo sola, sino miles de madres con las garras del imperio clavadas en nuestras entrañas (…), no tienen perdón”.
El 22 de diciembre de 1961, en la Plaza de la Revolución, Fidel declaró a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo. Ahora Obama elogia los resultados educacionales de la isla, pero sugiere no recordar que la CIA y el gobierno de su país alentaron, dirigieron y financiaron las bandas de alzados que mataron a Manuel Ascunce.
No se trata de un hecho aislado: recientemente se encontraron en una cueva del Escambray los restos desaparecidos durante más de 40 años del miliciano Ernesto Guerra Nieblas, asesinado por la banda de Blas Tardío en Arroyo Grande. El enmascaramiento lapidario le negó a Celia Nieblas un sitio donde venerar su cadáver. “La vieja nunca se sobrepuso —contó otro de sus hijos—, se murió a los 94 años sin que pudiéramos darle esa conformidad”.
Alguien cercano comenta en este debate callejero que se ha armado a propósito de la respetable visita que “no fueron los americanos, fueron los mismos cubanos, igual que los que vinieron en Girón, o los mandados por la Fundación Cubano Americana y eso. No hay peor cuña que la del mismo palo”.
Y su lamentable desconocimiento me remite a una verdad que ahora mismo anda apuntalando el emotivo discurso del míster: salvo excepciones, si algo hemos hecho mal en Cuba durante décadas es enseñar la Historia, presentar los héroes momificados y los hechos reducidos a una enumeración simple de causas y consecuencias.
Escena de la denominada Operación Peter Pan.
El prestigioso intelectual cubano Ambrosio Fornet recordaba recientemente que fue la lucha por la independencia la que contribuyó a formar el concepto de nación que pudiéramos llamar martiano y a seguidas mencionaba el comienzo de todo, la intervención de Norteamérica que hizo fracasar la guerra contra España, donde tanto cubano grande había dejado su vida. Luego vinieron el baldón de la Enmienda Platt y la Base Naval de Guantánamo para consagrar aquel deseo de poseer la fruta madura.
Hace bien poco, otra madre huérfana de sus hijos prefirió el anonimato para contar a este semanario un testimonio desgarrador. En las paredes desconchadas de la casa aún conserva, intactas, algunas fotografías de los niños, como si no hubieran partido para jamás regresar, aquel lejano septiembre de 1962 en plena Operación Peter Pan. Desde entonces lleva atragantada dentro esa cascada tormentosa porque jamás los volvió a ver.
Capítulo a capítulo se ha escrito cada centímetro de dolor: jóvenes asesinados a la luz pública por tiranías armadas y aplaudidas desde el norte, los muertos de Girón y sus hijos huérfanos, aquellos muchachos de Barbados con ese desgarrador “Pégate al agua, Felo, pégate al agua”, mientras Posada Carriles participa en recepciones invitado por la Casa Blanca; los niños enterrados por el dengue, los medicamentos que no llegan por el bloqueo, la economía sin avanzar en parte por ese mismo estrangulamiento, la angustia por Elián prisionero, tantos intentos para asesinar a Fidel, la humillación contra el Havana Club y las vegas de Pinar del Río, nuestros muertos en el mar y hasta en la tierra por la Ley de Ajuste Cubano, los médicos que se nos van porque los sobornan…
Lamentablemente, con toda y su elegancia, no puedo mirar a Barack Obama como a mi vecino de al lado. Quizás no sea culpable, pero es el presidente del país que durante más de 50 años nos ha hecho la vida literalmente un yogur gratis, o mejor dicho, solo por la luz de esta isla diferente, cautivante, que pudiera ser “sospechosamente” imitada por otros en el continente.
No miento, respiré aliviada cuando no vi las banderitas ni las consignas en su recibimiento. Las omisiones voluntarias de su discurso apuntalaron estos criterios: aunque insistió en la necesidad de eliminar el bloqueo, jamás mencionó la base naval, ni los millones que nos deben, el dinero que su gobierno entrega puntualmente a los disidentes, la política de pies secos-pies mojados, ni tantas cuentas pendientes.
En verdad, quizás no sea justo pedirle tanto, en verdad quisiera no parecer paranoica, pero ¿y si acaso desde allá arriba comenzaron a preparar el decálogo de la reconquista? O fue por gusto que se detuvo precisamente en lo que más huele aquí a capitalismo: los negocios privados, la tecnología, los jóvenes.
“Y con el tiempo, la juventud va a perder la esperanza”, profetizaba el conquistador Obama, como si desde hace rato a nosotros no nos preocupase también ese desespero emigrante que ahora rebotó en Peñas Blancas, como si no nos ocupara esa tendencia de apreciar más al dinero que al espíritu.
El ensayista Ambrosio Fornet lo llamaba el platismo, un neologismo que alude al afán de conseguir plata a cualquier precio y que penosamente se encuentra en ese consumismo desenfrenado presente lo mismo en un funcionario corrupto que en un camarero; en un servil o en un discurso oportunista de cualquier generación.
Y se preguntaba el estudioso cubano: “¿Hemos creado el clima cultural e ideológico necesario para desarrollar el debate y la crítica en todos los niveles de la sociedad? Y a seguidas recordaba lo imprescindible de llevar de la mano el patriotismo y el civismo, este último concepto no pocas veces subordinado al primero y menospreciado en la escuela revolucionaria cubana. Para concluir que, si la respuesta a la pregunta inicial fuese negativa, “sería bueno empezar ya, porque ellos y sus numerosos aliados criollos no van a esperar por nosotros con los brazos cruzados”.
El señor Presidente no visitó Cuba gratis, vino porque en Estados Unidos también mucho ha cambiado. Según las encuestas, una amplia mayoría de los norteamericanos —62 por ciento— favorece el restablecimiento de relaciones bilaterales como positivo para aquel país y 55 por ciento ve con buenos ojos el fin del bloqueo contra Cuba. Más aún, en el propio Miami, la mayoría de los cubano-estadounidenses se manifiestan a favor de la normalización de relaciones e incluso del fin del bloqueo.
Y para volver a recordar a Martí, “si es noble decir la verdad, más noble es decirla toda”. ¿Alguien ha dejado de preguntase por qué Obama equilibró su visita a Cuba siguiendo en viaje directo a la Argentina, donde le esperaba el genuflexo Mauricio Macri, el espaldarazo más sólido con que ahora mismo Washington cuenta en Latinoamérica?
En Cuba, muchos lo han aplaudido y no hay que temer por ello. Al final Obama no es el lobo, ni nosotros las ovejas. Al final, Obama se mantendrá como un político millonario de los Estados Unidos y nosotros alcanzaremos lo que podamos aquí dentro. Vuelvo a compartir con el crítico Ambrosio Fornet: si su visita es un peligro para la nación, ese peligro está más dentro que fuera.
Pero no puedo quitarme de la cabeza que, fresco al pecho, Obama ha venido a pedir lo imposible. No se trata de almacenar rencores, pero al menos a los cubanos de mi generación y a los de antes les resulta demasiado caro voltear la página. No por casualidad Martí, el Che y Fidel, una trilogía de oro en el pensamiento revolucionario cubano, alertaron explícitamente sobre los peligros del norte. En particular, agradezco esta visita al Señor Presidente, pero no pretendo entregarme tan fácil y dejo estos ases bajo mi manga, por si acaso.
Barack Obama, nació en 1961 en Honolulu, Islas Hawai, su padre un burócrata keniano y su madre una estudiante universitaria estadounidense de 18 años. Al cumplir Obama sus 2 años de vida su padre dejo a la familia y regresó a Kenia. Posteriormente su madre se volvió a casar y se fue a vivir con su hijo a la casa de su nuevo esposo en Jakarta (Indonesia) donde vivió por espacio de 4 años antes de regresar nuevamente a Honolulu, donde vivió junto a sus abuelos casi la totalidad de su niñez y su juventud. También realizó visitas esporádicas a sus abuelos paternos a Kenya, donde conoció las costumbres y modo de vida de ese pueblo. Fue un estudiante destacado en todos los niveles de enseñanza y se desempeñó como un buen jugador de basketball en las ligas estudiantiles.
Su trayectoria política y social antes de llegar a la presidencia de Estados Unidos estuvo marcada siempre por el discurso en favor de la paz y la defensa de las minorías, en él sentaba grandes esperanzas el Comité del Caucus Negro del Congreso de esa nación; pero una cosa es de afuera y otra adentro. Los presidentes no siempre pueden imponer sus criterios y ser consecuentes con lo que profesaban antes de asumir su cargo y no porque solo fueran falsas promesas políticas para vencer en elecciones sino que en la historia de ese país hay mas que tristes hechos que confirman que cuando alguno no ha hecho lo que la gran maquinaria política y económica de ese país quiere, su destino no ha sido nada bueno.
Inteligentes reflexiones, nuestros periodistas al igual que nuestro pueblo y nuestros máximos dirigentes muy acertados en sus criterios, nunca permitiremos que nadie nos venga a gobernar ni a decirnos que hacer, incluso del modo mas sutil e inteligente que tratan de aplicar en su nueva proyección política hacia Cuba. Ahora si bien esta claro que nunca olvidaremos nuestra historia, si debemos aprender a retomar otras caminos no acostumbrados para poder llegar a un entendimiento entre las dos naciones, no nos podemos pasar siglos y siglos peleados y en guerra, al final son los pueblos los que mas sufren las consecuencias.
Me da mucha alegría saber que jóvenes como usted se preocupan por el futuro de nuestro país y siente revolverse en sus tumbas a todos los que donaron su sangre en aras de una sociedad mejor, al ver , de repente después de tantos años de odios sembrados entre ambas naciones al presidente de de los E. Unidos visitando el nuestro con tan buenas intenciones.
Excelente crónica, muy pero muy caro nos cuesta voltear la página , conmovedores entre otros los hechos que relatas.
Excelente crónica, coincido contigo que nos cuesta muy pero muy caro voltear la página, entre otros los hechos que has narrado aún son memorias vivas.
No solo EU deberían dinero a Cuba. Cuba debe billones, ya que no hay razon para la expropiaciòn hasta de una tintoreria con 2 empleados.