Aunque ya no pase horas en cuevas y lomas en busca de las evidencias de nuestros antepasados, Alfredo Rankin nunca podrá desprenderse de la Arqueología.
Alfredo Rankin recuerda con lujo de detalles el día en que cruzaba por la Plaza Mayor y escuchó a dos trabajadores susurrar: “A mí me han dicho que ese hombre está medio loco, pero no te engañes: así como tú lo ves, gana tremenda cantidad de dinero recogiendo vidrios viejos”.
Era el precio de consagrarse a hurgar en los enigmas de la tierra como fundador del Grupo de Arqueología de Trinidad, creado el 4 de mayo de 1971, y perderse durante días en los parajes del Escambray en busca de despojos humanos, lanzas, redes, vasijas y cuanta huella diera fe de la existencia de asentamientos aborígenes y coloniales desconocidos hasta entonces.
“Solo así se logra construir la memoria de los pueblos. Son testimonios vivos que luego pueden dar pie a investigaciones, labores de restauración, intervenciones capitales”.
Era el precio de empeñar hasta la vida para erigir el Museo de Arqueología Guamuhaya, inaugurado cinco años después, el 5 de mayo, esa suerte de santuario para mostrar “cómo eran nuestros aborígenes, cómo vivían, su alimentación, costumbres, religión”, como expresó el día en que la institución reabrió sus puertas, luego de una rehabilitación integral.
Ahora el mar se interpone, pero las comunicaciones en las redes traen de nuevo su voz. Pareciera estar listo para enrolarse en una nueva expedición: el chaleco atestado de bolsillos, el pantalón al estilo Indiana Jones, el bastón para afincar el paso… Lo repite sin descanso: “Viviré enamorado de la Arqueología porque todavía quedan muchos secretos sepultados”.
El almanaque le cobra casi ocho décadas. Rankin, en cambio, aún se siente en deuda con el doctor Manuel Rivero de la Calle y Manolo Béquer.
“El primero fue el que me sembró el bichito al organizar aquellas excursiones a Río Cañas, y me enseñó que nada mejor que la Arqueología para asomarnos a nuestro pasado y aprender de dónde venimos en realidad. Al segundo le debo el amor por Trinidad, la persistencia aunque te tilden de desquiciado, las lecturas para comprender dialectos raros, la necesidad de perseguir un sueño en la vida”.
En algún momento, el pincel, el lente, el obturador, la escritura parecían el norte; mas, en realidad, siempre fueron herramientas para perfeccionar la verdadera vocación. “El dibujo me ayudó mucho porque en ese momento resultaba muy difícil, incluso costoso, fotografiar los hallazgos. Lo que hacía era un esbozo de casi todas las piezas para los expedientes de investigación. Lo mismo sucedió con la literatura: de ella obtuve los recursos para explicar todo cuanto hacíamos en un lenguaje asequible a los demás”.
Detrás de la barba tupida, del porte de sabio griego y la mirada de experto, habita el padre, el esposo, el abuelo; el hombre que defiende la familia como el descubrimiento más importante.
“Si te soy sincero, creo que algún día debería dedicarse una entrevista solo a ellos. Sin el aguante, sin la espera de mi esposa hoy sería el hombre más solitario del planeta. Yo estaba fuera días, meses. Prácticamente tenía abandonado a los míos. Ni la excavación más difícil, como aquella en Hoyo de Padilla en el 80 y pico, donde encontramos a metro y medio de profundidad el esqueleto de una india de aproximadamente 2 000 años y pasamos días averiguando cómo sacar el fósil lo más intacto posible, es comparado con encontrar la fórmula para conseguir el equilibrio entre bienestar profesional y armonía familiar. Tú puedes ser brillante en lo que haces, una eminencia, un ser único, pero si no tienes a la familia cerca de ti, da la batalla por vencida”.
¿El futuro? “No me preocupa. Tampoco soy tan ingenuo para decir que la Arqueología tiene la capacidad de convocar a grandes masas, pero nunca faltarán los interesados. Nosotros no llegábamos a 12 e hicimos bastante para nuestro tiempo, creo. La cantidad no determina la magnitud de los hechos”.
Antes de la despedida asoma la recomendación: “Uno de los sitios que urge investigar es El Masío, localizado a 20 kilómetros del Valle de los Ingenios, más o menos. Por ahí entraron muchos barcos negreros de contrabando que traían a los esclavos para llevarlos al valle, y las autoridades de la villa ni se enteraban. La tierra trinitaria todavía está llena de misterios”.
Aunque la vejez transcurre en otras latitudes, lleva dentro la ciudad “donde nací, me crié y donde traté de dejar huellas. No creas aquello de que nadie es profeta en su tierra. Mírame a mí, que con casi 80 años en mis costillas sigo siendo el mismo viejo loco y soñador de siempre”.
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