Una mujer espirituana que hace milagros con sus arreglos faciales sostiene que no aspira a enriquecerse, sino a proporcionar belleza y sosiego a los demás
No sabría decir a quiénes o cuándo les hizo el servicio completo sin cobrar un centavo, o les brindó un almuerzo a la hora de su pausa para tomar un respiro. Su filosofía es bien sencilla: recoges lo que siembras. Huelga la declaración en su voz, de un tono cordial que jamás parece trastocarse en indisposición, ira o reproche. Pero aun así la expone, más bien para acallar a quienes le tildan de ingenua por mantener fija la tarifa mientras todo sube: piensa en los demás, no en sí misma.
Con 25 años de desempeño como trabajadora por cuenta propia, durante los cuales no ha tenido ni un sí ni un no con la Oficina Nacional de la Administración Tributaria (ONAT), Reina Obregón Oyarzábal exhibe credenciales suficientes como para justificar la constante afluencia de público a su hogar. En la calle Lepanto No.4, entre Raimundo y Tello Sánchez, de la cabecera provincial, se cuentan por montones quienes buscan el tratamiento apropiado para su rostro y salen satisfechos.
Salón de belleza sui géneris, diríase de su acogedora morada, donde confluyen adolescentes, jovencitos, mujeres de cualquier edad, incluidas abuelas de esas a las que siempre les importa su imagen. Todos suelen regresar, no solo porque allí encuentran la comprensión que falta en otros sitios, sino también porque a la sombra de esas manos que parecen mágicas se experimenta una sensación de paz imprescindible en épocas convulsas.
Aunque nació en la ciudad del Yayabo, fue Paredes la barriada que presenció sus primeros intentos de peinar, hacer un cold wave o improvisar un pelado a alguna vecina. Era solo una niña atrevida, pero siempre hubo quien confiara en sus habilidades. Al cabo de cuatro décadas y un poco más —tres de ellas dedicadas a las mañas para poner en forma el rostro ajeno—, Reina evoca sus inicios en esa suerte de negocio particular que para ella es más bien un sacerdocio. Fue nada más y nada menos que en 1991, año inolvidable, cuando empezó a compartir su trabajo entre la peluquería y el hogar. A veces casi le daba la medianoche retocando un peinado. Siempre agradecerá el consejo de Pilar, la compañera que descubrió su lado fuerte.
Ya jubilada, hará apenas un quinquenio, estableció su propio horario. “Comienzo a las 9:00 a.m. y aquí con los clientes me dan las 7:00 p.m., de lunes a viernes. Ellos son parte de mi familia”, expresa. Si vuelve a nacer hará lo mismo. Arregla con idéntico amor a la doctora o a la docente que a quien limpia el piso donde ellas trabajan. No entiende de distinciones fútiles. A sus ojos todos los óvalos faciales merecen desvelo: la limpieza, el masaje, el arreglo de las cejas, la mascarilla de parafina o fango medicinal, la depilación. Todo por 10 pesos.
Un consejo aquí para curar el acné juvenil, una sugerencia allá, en aras de relajar o conferir luminosidad a la piel. Ello implica, a veces, privarse de un frasco de loción sanadora o de un tubo de crema para el estudiante en exámenes, que por ahora no podrá volver, o para la abuela que vive lejos, cuya visita deberá dilatarse.
“Venir con ella es como una terapia tranquilizadora”, se le escucha a una clienta por encima de la música que ambienta el local. Y es que Reina logra, sin que la ternura le abandone jamás, evitar conversaciones molestas, discusiones o críticas, siguiendo ese impulso natural de respetar al otro como es, comparta o no su credo.
¿Por qué la ausencia de fotografías a modo de pregón para su arte?, pienso mientras recorro las paredes y percibo el aroma de alguna crema que ahora mismo aplica. Intuitiva y sagaz, adelanta la respuesta sin escuchar apenas la pregunta: le encanta ver, cuando termina, cómo quedan y, sobre todo, la expresión de complacencia. Después sabrá que una le comentó a alguien más y así en una cadena que parece no terminar nunca. “Soy natural, me gusta que sea la gente quien valore lo que hago”, me desarma.
No aprendió sola y de ello sí le gusta hablar. Hubo estilistas que la prepararon; ella, a su vez, preparó a otras. Y usted, si la sorprende mientras masajea en los puntos exactos o fabrica lociones con manzanilla y pétalos de rosa, aunque no sea Internet donde la encuentre, créale si le dice que no aspira a ser rica y que lo suyo es el pan diario. Créale a Reina que es feliz con su estilo.
soy una de las clientas de reina y me gusta mucho su trabajo, es una persona muy dulce, complaciente,a cualquier hora que las persona van a su casa ella esta en la mejor disposición s, tengo 45 años y salgo como una niña de 20.