Desde hace días en Sancti Spíritus los rostros dibujan un arcoiris de dolor; no hace falta oír la corneta con el toque de silencio, a las gargantas solo se les escucha hablar bajo; al ruido y la bulla, las ahogó el cielo. La vida parece haberse detenido, como nos detuvimos allí, frente a su imagen gigante, en una parada de instantes, pero grabada para siempre.
“Mamá, ¿por qué la gente está tan seria?, preguntó aquella niña cuando pasaba temprano en la mañana frente al Policlínico Centro, en la ciudad de Sancti Spíritus. Sorprendida la madre ante tamaña curiosidad —y también este reportero que justo en ese momento las adelantaba—, ella la siguió llevando de la mano y, no sé cuánto duraría la explicación y si la pequeña entendió la respuesta, solo escuché la primera parte: están serios porque murió un hombre bueno”.
Desde hace días los rostros del tributo no se identifican por las edades, valen por esa espera de horas que significó para muchos esta cita con la historia, por ese llanto que ahoga las palabras, por los nudos que aprietan las gargantas, por los ojos que vislumbran la única humedad real que en estos días marcan los pluviómetros, porque las caras transpiran tristeza y respeto.
“Todavía no me lo creo”, ha repetido varias veces la niña Lía, porque para su estatura de tercer grado ese hombre bueno es inmortal. “Vine a este homenaje porque lo quiero mucho”, alcanzó a decir en una entrevista radial un hombrecito de pañoleta, minutos después de haberse parado frente al Pionero mayor.
“Me llamo Marta Natalia Pentón, soy máster en Ciencias de la Educación, eso es gracias a Fidel”, expresó emocionada la educadora de la escuela primaria Julio Antonio Mella. Solo con una taza de tilo en las manos, la alfabetizadora Ofelia León ha resistido las emociones de tantas horas frente a la pantalla televisiva.
“Yo soy Fidel”, gritó varias veces en la noche de la Plaza de la Revolución José Martí el estudiante universitario Fran Alejandro, como parte de ese centenar de jóvenes espirituanos que fueron a La Habana a despedir también al Comandante.
Para rendir homenaje a Fidel bajó hasta Cacahual, desde la finca Veguita Buenos Aires, en lo alto de Cantú, en pleno Escambray, Ricardo Salabarría Chinea, el mismo campesino que acogió al Che en octubre de 1958, cuando la columna invasora trepaba hacia el firme del lomerío de Fomento para seguir la guerra de liberación.
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