El género del documental y el cineclub constituyen las armas del jatiboniquense Luis Raúl Pina para evitar la amnesia de su pueblo y contribuir a la formación de jóvenes realizadores
La vocación lo convirtió en licenciado en Cultura Física. La pasión, en cambio, lo llevó por los caminos del séptimo arte en tiempos del boom del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.
Desde entonces, rehabilitación médica y devoción al audiovisual trazan la existencia de Luis Raúl Pina, jatiboniquense raigal que aprendió de manos de sus padres la magia del cine en aquellas tardes en familia donde no existía mayor deleite que disfrutar una buena película.
Con 61 años, no recuerda con exactitud cuándo sucumbió ante los encantos del género documental. Demasiados títulos de cintas se le amontonan en el pensamiento. Demasiados largometrajes en la lista de los favoritos para señalar uno como la génesis de la fascinación. “Sería como traicionar al resto”, comenta con lealtad.
Todavía le queda el sabor amargo de dejar inconclusa su primera realización; anhelo de documentalista en ciernes allá por 1988, frustrado ante la escasez de recursos. “Era una comedia llevada a la ficción —explica—. Trataba sobre la obesidad y la importancia de hacer ejercicios. Una de las cosas mejor logradas fue aglutinar a muchas personas en un pueblo tan pequeño como Jatibonico”.
Las talanqueras a través del tiempo no han limitado la inspiración ni las ganas de hacer. “Junto a un grupo de amigos fundamos el cineclubismo en el municipio, primero con el cineclub Juan Muñoz, luego Focus, que actualmente mantenemos. Nos encontramos cada 15 días. Intentamos convocar a jóvenes de manera especial, por el conocimiento de las nuevas tecnologías, las habilidades para la edición… con el propósito de que adquieran un poco de cultura cinematográfica, alejada de la mediocridad que tanto abunda.
“También damos espacio a la apreciación cinematográfica con la crítica como herramienta para hacer frente al bombardeo de información proveniente de distintas partes, causante, muchas veces, de la desmotivación”.
A su vez, uno de los integrantes del gremio, historiador de profesión, visita las escuelas de la localidad para difundir la labor del cineclub y ganar nuevos adeptos.
Gracias a la perseverancia de Pina, se han reconstruido imágenes de Jatibonico antes del triunfo de la Revolución, conservadas en el formato de 8 milímetros; han resucitado personajes y personalidades de la comarca donde nació y donde, insiste, quiere contemplar el último de los amaneceres. Uno de los más recientes: Cundío, el hijo del ingenio, lo protagoniza quien fuera uno de los trabajadores más consagrados en Sancti Spíritus, con más de 70 zafras sobre sus hombros.
“Con la humildad que lo caracterizaba, Cundío nos permitió grabarlo casi hasta su muerte. Gracias a eso queda para la posteridad la obra de un hombre único en la historia de la producción azucarera en la provincia. Eso es lo que estamos tratando de hacer: revivir las historias locales, registrar la memoria visual de estos tiempos, para que las nuevas generaciones conozcan parte de sus raíces. Los documentales deben volcarse a rescatar a la gente de nuestras comunidades, con sus logros y desaciertos, también con una dosis de crítica porque también desde el arte se puede mejorar la sociedad”.
Soñador hasta el cansancio, dice aguardar con paciencia el día en que Sancti Spíritus descubra las potencialidades a su alcance para convertirse en tierra formadora de documentalistas.
“Tenemos acontecimientos, no solo desde la perspectiva histórica, sino desde las tradiciones, las leyendas, las riquezas geográficas…; un caudal exquisito para concebir guiones fabulosos. A veces los que vienen de fuera tienen luz larga y nosotros no nos damos cuenta. Es como la pelota cuando te la entregan: si decides pasarla, pierdes; si te quedas con ella, todavía tienes chance de ganar el juego”.
Pese a las ilusiones, tiene los pies en la tierra: “Sabemos que no vamos a crear una escuela de cine ni mucho menos, pero sí podemos pulir diamantes en bruto con un mínimo de información y recursos, desarrollar las aptitudes y enseñarlos a pensar con ojos de artista, no de comerciantes de audiovisuales”.
Con la idea de empezar un megaproyecto —así lo define— para resaltar la importancia de Arroyo Blanco en el desarrollo de las gestas independentistas espirituanas, Luis Raúl Pina se niega a que le griten: “¡corten!” a las musas. Mientras, traduce en imagen y sonido cuanto le rodea, escribe guiones imaginarios al contemplar una estampa cotidiana, desanda las calles de su pueblo a la caza de nuevas historias. Como él mismo expresara: “La palabra que más me gusta es: “¡acción!”.
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