A 55 años del crimen que robó la vida al joven alfabetizador Manuel Ascunce Domenech y a su alumno, el campesino Pedro Lantigua, el único certificado firmado por él conmina a no olvidar la historia
En Limones Cantero, Trinidad, están no solo el bienvestido con la huella del crimen y el monumento en memoria de los allí masacrados, sino también la Casa Museo, donde, entre otras pertenencias del joven alfabetizador nacido en Sagua la Grande, un almanaque tiene marcados, con una cruz hecha a lápiz, cada uno de los días desde el primero de noviembre de 1961 hasta el 25 del propio mes.
La jornada siguiente, en la noche, entrarían los bandidos disfrazados de rebeldes a la casa y él, lejos de huir de una muerte a la que siempre temió, declaró ser justamente la razón del ataque enemigo: el maestro que llevaba luz adonde la ignorancia oscurecía el entendimiento. Poco después se consumaba el doble asesinato.
“Estoy perfectamente en mi casa nueva aquí en Limones, vieja, estoy ahora en casa de Pedro Lantigua, y queda muy para atrás, así que no puedes venir pues es muy lejos del camino”, le escribía a Evelia, su madre, el día 24 en su última carta. Se declaraba “de lo más contento” porque podría acabar su misión el 30 de noviembre, “a pesar de tener tres alumnos”. Indicaba le enviara un giro a nombre de Gladys E. Martínez, a quien llamaba la maestra y fungía como su asesora. La firma de Gladys aparece en la parte izquierda del único certificado que se llegó a entregar como testigo de que alguien había sido alfabetizado por él en aquel lomerío trinitario.
Contrario a lo que muchos piensan, Manuel Ascunce llevaba si acaso 20 días en casa de los Lantigua, pero había permanecido por cerca de tres meses en el hogar de los Colina, en alusión al segundo apellido de Juan Fernández, de cuyo matrimonio con Teresa Rojas nacieron varios hijos. No obstante, fue Neisa, la muchacha a quien le celebraron con un cake helado traído por los padres de Manolito los 15 años, que completó el 8 de octubre, la única alumna aventajada que recibió de sus manos el diploma. Sucedió, recordaría ella, en un acto en el amplio salón de Condado, donde muchos otros brigadistas también se estrenaban en el fin de su primera encomienda.
Fechado en el término de Trinidad de la entonces región Escambray el 5 de noviembre, el papel muestra la firma de quien pidió a su madre primero ropa para los niños, algunos zapatos para Neisa y vasos, porque los de la casa estaban hechos de botellas recortadas. En la carta donde dos veces la alertaba de que no viniera a la nueva casa, ya que, aunque no lo decía, temía por ella, solicitaba paquetes de almidón y unas cuantas camisas y pantalones de su padre y de Pepe. “Ya me dieron el farol hace como dos o tres semanas y trabajo de lo mejor (…), dile a papi que busque camisetas para el farol chino. Y cuéntame de Sagua (…)”, escribía.
Aunque venía de una ciudad, en casa de los Colina no solo jugó a las bolas y a la pelota, sino también cargó agua de un pozo, buscó leña para hervir y ayudó en algunas labores de campo. Lo recuerdan castaño, fuertecito, elegante, algo tímido y muy respetuoso.
“Pero su mayor interés era que yo aprendiera a leer y a escribir”, rememoraba Neisa 15 años atrás, cuando un equipo de Escambray la entrevistó en Cascajal, Villa Clara. Su memoria, ahora anclada en Placetas, viaja cada mes de noviembre al árbol que, como símbolo de la obstinación bárbara de quienes no quieren en Cuba a un pueblo instruido, sigue en pie allí, en Limones Cantero.
A pesar de aquel crimen y de otros de la misma índole, la campaña cubana en favor de la cultura no se detuvo. En apenas meses el país movilizó a 34 772 maestros y profesores voluntarios, 120 632 alfabetizadores populares, 13 016 brigadistas Patria o Muerte (del sector obrero) y a más de 100 000 jóvenes para integrar las brigadas Conrado Benítez, a las que pertenecía el sagüero de tan solo 16 años.
Quizás en simbólica coincidencia, 26 días después de que quedaran truncos los sueños de Manolo, como se firmara en la carta a Evelia dos días antes de morir, en la Plaza de la Revolución Fidel anunciaba con orgullo lo que todavía suscita admiración en todo el planeta: Cuba se había convertido en territorio libre de analfabetismo.
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