Seducido todavía por la vida polifacética de Juan Daniel Zamora Rodríguez, Escambray retoma el diálogo con el trinitario donde se funden leyes, números, versos y promoción cultural
No se considera, en lo absoluto, un hombre bendecido con algún poder sobrenatural. Tampoco una máquina. “Más bien soy como una hormiguita, de aquí para allá y de allá para acá”, confiesa en un segundo diálogo que Escambray sostiene con Juan Daniel Zamora.
La primera vez, el semanario tocaba la puerta como agasajo por alzarse con el premio del Concurso de Poesía convocado por el medio de prensa. Aquel día, los versos devenían pretexto, sin sospechar que tras el umbral de la fachada de colores mustios y paredes descoloridas habitaba un hombre con una historia tan variopinta que, por momentos, parece irreal.
Ahora, la cámara vuelve a retratarlo, la grabadora registra su voz de nuevo. Y el deslumbramiento crece por momentos, acaso porque todavía cuesta creer que en tan diminuto cuerpo habite tanta existencia.
En nuestra primera conversación nos comentaba que había llegado a la escritura durante su estancia en el ejército.
“Yo fui oficial de las Fuerzas Armadas. En aquel entonces se estilaba mucho escribir diarios, cosa que era un riesgo tremendo porque por broma la gente terminaba robándoselos y haciendo pública las intimidades de los demás. Tal vez por eso me decidí por la poesía. También porque era el medio para sobreponerme a situaciones muy difíciles en el trabajo y también desde el punto de vista familiar”.
Entonces parece que eso de que los versos han salvado a más de un escritor del naufragio no es cuento de caminos. “Escribir es un momento de total sinceridad —defiende Zamora con vehemencia—. Si te sientes mal, coge un papel y empieza a plasmar tus pensamientos. Te vas a acordar de mí”.
¿Cómo se convirtió en corresponsal de Escambray?
Fue cuando el periódico tenía una tirada diaria. Se estableció como una especie de red de colaboradores en todos los municipios. Yo era el director del Taller Literario de Trinidad. Ya había pasado cursos con distintos escritores de la provincia, y me dieron esa responsabilidad. El periodismo fue algo completamente distinto a lo que hasta entonces había hecho. Era maravilloso estar cazando la noticia, como se dice, y después verla en las páginas. Desde ese momento respeto mucho a los periodistas porque sé cuánto pasan para escribir unas poquitas líneas. Luego, con la llegada del período especial, los medios de prensa variaron su frecuencia de aparición ante la escasez de recursos. Todo cambió.
Sin embargo, una de mis mayores satisfacciones es ver cómo Escambray supo mantenerse a flote hasta convertirse en lo que es hoy: un periódico de respeto que, además de su función social, documenta la historia actual de la provincia.
A propósito del Taller Literario, hoy apenas se mantiene en pie en Trinidad. ¿Qué opinión le merece un espacio de este tipo en la formación de los escritores y poetas del territorio?
Al principio hicimos muchas cosas que publicábamos en plegables, pero nunca con ideas de participar en concursos, excepto cuando había algún encuentro debate. Después empezamos a ganar cierta fama y comenzamos a participar en eventos nacionales, con buenos resultados.
Desafortunadamente, eso hoy se ha perdido. Aquí ya no llega ni buena literatura ni convocatorias de concursos. Para no ir muy lejos: en la pasada Semana de la Cultura no había ni un ejemplar de La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo o La Letra del Escriba. Lo otro es que el taller se convirtió en ‘quita esta palabra y pon esta’. Espacios de ese tipo no están para imponer, sino para sugerir, colegiar, educar. Al final, se lastraba mucho la obra y terminaba siendo el resultado de un conjunto de personas, no del autor original. Quizás por eso hace varios años esta ciudad no ve nacer escritores ni poetas, porque no tienen dónde pulir sus aptitudes.
¿Por qué nunca ha publicado un libro?
Llegó el punto en que los requisitos de las editoriales eran tantos que aquello parecía solo para gente de élite. Todo eso fue alejándome, estuve muchos años sin escribir. En estos momentos estoy esperando respuestas de una editorial en Madrid que mostró interés en mis poemas. Hay que esperar.
Usted también es juez lego.
Lenin decía que lo primero que hay que hacer es estudiar, y lo segundo estudiar, y lo tercero estudiar. Yo soy graduado en Economía, pero un día los miembros de la Asamblea Provincial del Poder Popular consideraron que yo tenía condiciones para ser juez lego. Fui aprobado y empecé a cumplir hasta el día de hoy. Durante los últimos años he tenido varias satisfacciones, hace poco me homenajearon por más de 20 años de servicio. Desde el punto de vista social, no solo estás ayudando a la Revolución, sino que estás contribuyendo al mejoramiento humano que quería Martí.
¿Qué sueño le queda pendiente?
A mi edad, pocos, pero siempre es bueno tener sueños. El mío sería ver renacer la vida cultural de Trinidad y que la gente fuera menos ingrata. Eso nos ayudaría a ser, como dice Silvio Rodríguez, un tilín mejores y mucho menos egoístas.
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