En una tarde lluviosa de noviembre de 1971 el Comandante en Jefe Fidel Castro sostiene un encuentro con profesores y alumnos de la entonces Secundaria Básica Vladislav Volkov
Fue un domingo de noviembre de 1971 cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro, al recorrer la zona rural de Tres Palmas, en el entonces municipio de Guayos, de la región de Sancti Spíritus, les comunicó a los vecinos del lugar que pronto se iniciarían las labores de construcción de una secundaria básica y de un pueblito de 100 casas.
Al transcurrir justamente un año de la visita del máximo líder de la Revolución cubana, éste reaparecía en aquellos predios, cuyo paisaje había cambiado en menos de 10 meses porque se insertaba entre el veguerío de tabaco una edificación de vivos colores.
Desde el 24 de septiembre de 1972 había comenzado el primer curso escolar en la Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBEC) Vladislav Volkov, hoy convertida en Escuela Pedagógica del mismo nombre, con el que se rinde homenaje a uno de los tres cosmonautas soviéticos fallecidos en el accidente espacial ocurrido el 29 de junio de 1971.
Joaquín Rodríguez, entonces subdirector docente del centro estudiantil que albergaba a 455 adolescentes, fue quien descubrió la llegada del Comandante en Jefe, y emocionado exclamó: ¡Muro, ahí está Fidel!
Rápidamente el joven director salió al lobby y vio descender de uno de los GAZ 69 (jeep soviético) al histórico líder, quien sostuvo una animada charla con el anfitrión.
«¿Puedo recostarme aquí?”, preguntó Fidel, mientras Raúl Muro Rodríguez asentía con la cabeza a la vez que esbozaba una sonrisa conspiradora y veía que su interlocutor se acomodaba sobre el mueble que semejaba una credencia.
Los 44 años transcurridos desde entonces no han podido borrar de la mente del septuagenario profesor de Español y Literatura los pequeños detalles del encuentro, que ahora rememora como si los estuviera viviendo.
“Primeramente me preguntó de dónde eran los cocineros y le expresé que de Sancti Spíritus, de Cabaiguán y de la zona; e inmediatamente se interesó por saber por qué todos no eran de la zona y le dije que para trabajar en una escuela de ese tipo había que tener determinados requisitos y no todos los de ese lugar los reunían.
“Luego se interesó por la cantidad de litros de leche que estábamos recibiendo diariamente y al comunicarle que 484, me miró fijamente y manifestó: “Te están dejando de dar 16 porque este tipo de escuela tiene asignados 500 litros de leche”.
Fidel quiso dar un recorrido por el centro. Al llegar a uno de los dormitorios de las hembras entabló una jocosa conversación con una de las alumnas que estaban realizando la labor de autoservicio:
-¿Y tú de dónde eres?, indagó.
-Yo soy de Guayos, Comandante; respondió la muchacha.
-Tú no tienes cara de ser de Guayos.
– No, yo soy de La Esperanza, un caserío cerca de aquí.
– Ves que no eres de Guayos, y para qué quieres ser de Guayos si allí solo hay una calle principal que es la Carretera Central, inquirió sonriente el Comandante en Jefe.
Al averiguar por los demás estudiantes, Muro manifestó que un grupo estaba en las aulas y otro, que no había ido al campo porque estaba lloviendo, se encontraba en el teatro.
Entonces quiso hablar con ellos y al avisarles salieron entusiasmados al pasillo central dando vivas a Fidel. Adrián González, alumno de décimo grado (hoy licenciado en Educación), recuerda que el intercambio resultó muy emotivo.
“Era la primera vez que veía a Fidel en persona”, rememora González, quien evoca que el líder de la Revolución se interesó por la alimentación, la práctica del deporte y la recreación, entre otros elementos.
“Nos preguntó, agrega el actual profesor universitario, si estábamos comiendo mantequilla y si nos gustaba el uniforme, que estaba reluciente porque lo estrenábamos por aquellos días”.
También Gustavo Pérez, educando de noveno grado por aquellos años (actualmente profesor universitario también), retiene en su memoria pasajes de la visita.
«Fidel iba a despedirse de nosotros cuando sonó el timbre para un receso y los compañeros que estaban en las aulas en el segundo y tercer pisos salieron al pasillo y lo vieron; la alegría fue inmensa, todos bajaron; entonces el Comandante le pidió permiso al director para subirse en un banco y seguir la conversación.
“No se me olvida, acota Gustavo, que estaba lloviendo y él empieza a mojarse. De pronto un compañero de la escolta le pone una capa verde olivo por encima y él siguió hablando.
“Al final le dijo al chofer que fuera al carro y trajera un paquete de caramelos para repartirlo a los más pequeños. Un estudiante, muy vivo, le dijo, Comandante y para los más grandes qué. Inmediatamente Fidel sonriente le respondió: “Yo voy a mandar caramelos para todos”.
Así, entre chistes y conversaciones transcurrieron más de dos horas aquella tarde de noviembre de 1972. Apenas habían transcurrido tres días del efusivo encuentro cuando llegó al plantel estudiantil un camión, cuyo chofer traía un encargo para el director.
«Eran cerca de las 11:00 de la noche –rememora Muro- cuando un profesor me avisó. Bajé a la recepción donde me esperaba el visitante.
“¿Usted es el director?, me preguntó y al responderle positivamente me entregó un papel con una nota que decía: Director, ahí le mando los caramelos que les prometí, le agradezco que le envíe la mitad a la ESBEC vecina, saludos, Fidel.
“Algunos compañeros del claustro de profesores que me acompañaban nos miramos y nuestros corazones decían: es verdad que Fidel siempre cumple lo que promete”.
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