Mateo Chaviano llega cada mediodía a las comunidades del Plan Turquino trinitario a través del dial para alegrar la vida del guajiro; una suerte de proyecto de vida que ha encauzado por más de dos décadas
Un pie forzado para comenzar. Yo soy Mateo Chaviano,/ amante de la espinela,/ un guajiro sin escuela/ que adora el punto cubano./ Nací en Báez, pero temprano/ llegué a este lomerío./ Aquí supe del hastío,/ del viejo y cruento sistema,/ que calmé cuando un poema/ musical me dejó el río”.
Con 72 años surcándole el rostro, parece el mismo chiquillo deslumbrado que escribió los primeros versos a sugerencia de su padre para matar el aburrimiento en medio de un período de enfermedad. Por aquel entonces ya se encaramaba en el taburete para participar de las canturías celebradas a la luz de los cocuyos en el corazón de Manacal de Línea, pero lo que nunca pudo prever fue que su voz viajaría, ondas radiales mediante, hasta los parajes bucólicos más insospechados del Escambray.
“¿Famoso yo? ¡No, hombre, no!”, comenta con la nobleza de quien siempre llevará un sombrero de guano en la cabeza y la guitarra en la mano, aunque viva en el citadino reparto Armando Mestre.
“Yo aprendí a leer porque papá me compró una cartilla. Después de la Limpia del Escambray hice el sexto grado, la Secundaria Obrera, la Facultad hasta hacerme técnico agrónomo. A la par de todo eso siempre llevé el repentismo”.
Llegó a la tercera villa cubana por cuestiones trabajo en la década del 60. “Trinidad, ciudad erguida,/ junto a los pies del Caribe,/ tu nombre en el tiempo vive como una estrella encendida./ Tu pueblo vigila y cuida desde pasados decenios/ y cuando cumplas milenios/ te mantendrán ataviada/ con una niña abrazada al Valle de los Ingenios”, escribió cuando el amor lo hizo amarrar el arria cerca del mar y del monte definitivamente.
Mateo conoció la pena con 55 años. Ni los discursos ni las improvisaciones los fines de semana en las comunidades 23, San Pedro, El Pedrero, Placetas, Fomento… lo sonrojaron tanto como la proposición de sumarse al elenco de Son Montuno, programa surgido en Radio Trinidad en 1998, que incorporaba repentistas a esa suerte de guateque de mediodía en el éter, a petición de los oyentes.
“¡Qué iba a saber este guajiro cómo funcionaba la radio, y menos que iba a estar en una cabina! Era cantarle a un público invisible. No era como ahora, que hay computadoras y puedes virar pa’trás: eran los tiempos de la cinta”.
Cartas y llamadas de la audiencia dieron al traste con la timidez. Más tarde, el público bautizaba a Mateo Chaviano como El sinsonte del Guaurabo.
“Solo espero que la gente encuentre en la décima un motivo para vivir y un recurso para aliviar los dolores, porque a mí me ha salvado de grandes tristezas, como la pérdida de uno de mis hijos, ¿sabe? A veces viene una pena/ a herirme pero se va/ porque mi conciencia está/ por dicha materia llena./ Ante maléfica escena/ me inspiro y rompo la calma,/ haciendo a la esbelta palma/ donde creo el universo,/ ver a par que escribo un verso/ en las páginas del alma.
¿Reciben los repentistas todo el reconocimiento que debieran?
“Todavía no. Todo el mundo se cree con aptitudes para hacer décimas y la rima es cosa de respeto. Cuando la gente se da dos tragos lo que hace es maltratar y ofender al repentismo. El alcohol no da los conocimientos que necesitas para improvisar, por no hablarte de las atrocidades cometidas con el idioma. Otra cosa es que no escuchas a nadie pronunciarse a favor de un taller para niños. ¡Ojalá y viera yo un mínimo interés de las autoridades, que me ponía a enseñar lo poco que sé! No es que el repentista se haga, pero tampoco nace silvestre”.
Casi mediodía. La cafetera terminó de colar. La esposa de Mateo le alcanza un buchito mientras él enciende la radio para realizar el ritual de más de 15 años: escucharse a sí mismo, no por vanidad, sino para convertirse en el crítico más exigente.
Cuando queda inconforme con un verso, ratifica su condición de eterno aprendiz de El Indio Naborí y Angelito Valiente. Su mirada se pierde en las lomas que divisa a lo lejos y, mientras se escucha el canto de un gallo, agarra la guitarra para hilvanar palabras al viento. Al campo le cantaré/ aunque jamás pueda yo/ cantarle como cantó/ un día El Cucalambé.
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