En Banao, al sur de Sancti Spíritus, se produce hoy día el 90 por ciento de la cebolla blanca que se cosecha en Cuba, pero el cambio climático no sólo afecta la producción del bulbo, sino de muchos otros cultivos
El cambio climático tiene un impacto negativo en la extensa zona conocida como Banao, al sur de Sancti Spíritus, donde se produce el 90 % de la cebolla blanca que se cosecha en Cuba y otrora los cultivos eran favorecidos por un microclima que mantenía las temperaturas muy inferiores a las reportadas en la provincia.
Aun cuando los registros actuales en la localidad indican cerca de dos grados menos que en cualquier otro sitio de la región, se consideran muy elevados durante casi todo el año, a lo cual se suma una mayor presencia de lluvias, que hacen inhabitual el comportamiento del clima en uno de los polos agrícolas más productivos del país. “Estas variables y la acción del hombre han condicionado el comportamiento de los cultivos”, advirtió Rigoberto Ronda Rivero, Máster en Ciencias y director de la Unidad de Ciencia y Técnica de Base del Instituto Nacional de Investigaciones Fundamentales de la Agricultura Tropical (Inifat), conocida como estación experimental, anclada en el centro mismo del polo.
Tres toneladas menos en los rendimientos
Según datos aportados por directivos de la Empresa Agropecuaria Banao, históricamente los rendimientos en el cultivo de la cebolla registraban 16 toneladas (t) por hectárea (ha); sin embargo, en la actual campaña ese indicador desciende a 13.5. En este invierno se sembraron alrededor de 800 ha, y el pronóstico es recoger unas 17 mil t de la especia, 4 mil menos que el pasado año.
“Ya no hay temporadas de cebolla. Antes se sembraba de septiembre a diciembre y ahora es presencia permanente en el campo. Considero que enero es tarde para plantarla, pero la han extendido hasta marzo. Debemos tener en cuenta que en Cuba este cultivo se hace al límite de las posibilidades de cada uno de sus clones, que responden a climas templados”, indicó Ronda Rivero.
“Quebrantar las etapas de siembra provoca la aparición de plagas y enfermedades mientras las plantas permanezcan en el surco. Ya no podemos confiar en que los insectos se presentan en períodos específicos del año, pues siempre tienen hospedero y eso complejiza su control. Desde que la semilla germina, ya contiene la larva”, afirmó. Los investigadores hablan de un insecto-resistencia que obliga a los campesinos a utilizar químicos de última generación para salvar las cosechas. Siempre que se aplican plaguicidas quedan los individuos más fuertes; estos se reproducen y esas generaciones se vuelven inmunes, por lo que no cesa la demanda de nuevos productos, admitió.
De acuerdo con el Máster en Ciencias Agrícolas, Manuel Rolando López, “esta realidad impacta no solo en los rendimientos, sino también en los costos de producción, pues los campesinos hacen lo imposible para controlar los insectos y las enfermedades”.
Los productores hablan de raras humaredas en el cielo que hicieron secar las labranzas, las que unidas a plagas y temperaturas veraniegas en pleno diciembre atentan contra las bondades productivas de los suelos de Banao. Prever los daños y las fórmulas para contrarrestarlos en una zona donde el tomate, la cebolla y otras especias se encuentrantodo el año resulta una prioridad.
“Durante la campaña que transita no se previeron insumos para el control de las plagas que perjudicaron cultivos como el frijol. No hemos podido parar tampoco al gusano, la mosca blanca y el tizón”, advirtió Tania Álvarez Suárez, presidenta de la cooperativa de producción agropecuaria Ramón Puertas.
Similares circunstancias menguaron las cosechas del campesino Lino Quincosa, de la cooperativa de créditos y servicios Ramón Pando Ferrer: “Nunca había visto tanta variabilidad meteorológica. Sembramos cebolla en diciembre y enero, pero el invierno fue lluvioso y elevó la tendencia de las plantas a podrirse; tal situación redujo significativamente los niveles de aprovechamiento”.
Atentos a la voz de la ciencia
Los estudiosos avalan las condiciones de microclima que persisten en Banao, sin embargo, también coinciden en que la incorporación detierras a la Empresa Agropecuaria influye en el comportamiento de las plantaciones en uno u otro terreno. “No es lo mismo sembrar en el centro del polo productivo que en espacios pegados a la costa, pues las temperaturas varían y el desarrollo de los cultivos es distinto. Las características ambientales de cada área influyen en los rendimientos de las cosechas. El cambio climático se aprecia también con la avalancha de enfermedades por variaciones de la temperatura, la humedad o los ciclos de siembra”, subrayó Manuel Rolando López.
Los embates de la naturaleza inciden en otro renglón distintivo para Banao: la producción de semillas de cebolla. En la zona, una centena de productores obtienen de ocho a 10 toneladas, prácticamente el 50 % de lo que el país importaba de la variedad morada.
“A pesar de haber disminuido los rendimientos en los últimos tres años, se ha mantenido la calidad de las simientes. Antes cosechábamos 350 kilogramos por hectárea, hoy logramos 100 menos. No obstante, todos los años no son iguales y el reto consiste en adaptar la tecnología a las nuevas variables climatológicas”, argumentó Rigoberto Ronda.
“A mi juicio también cambiamos mucho de proveedores. Compramos semillas en Holanda, Italia, Chile, Alemania y Brasil, y aunque sea la misma variedad, la procedencia cuenta a la hora de palpar los resultados. Las simientes que adquirimos hoy, y se multiplican en este escenario local, distan mucho de comportarse como las que otrora traíamos de Israel”, afirmó.
Trabajar con variedades rústicas o tropicalizadas (Caribe 71 o morada) más resistentes a la inconstancia atmosférica y experimentar con clones más tolerantes ha sido una de las estrategias de la estación experimental.
A criterio del doctor Adolfo Rodríguez Nodals, director del Inifat, “Mantener la multiplicación de semillas de cebolla dentro del país constituye una garantía para la producción, pues en la temporada que concluye no llegaron a tiempo las simientes de importación, por lo que se extendieron muchas siembras”.
Rodríguez Nodals también sugiere darle prioridad a la búsqueda de fuentes financieras para el estudio de factibilidad de la producción de semillas de cebolla presentado por el Inifat a los organismos correspondientes.
Otro de los proyectos de la estación consiste en promover entre los productores la siembra de las variedades de las cebollas amarillas (CA 36) y la blanca (CB 42), así como de un tipo dulce que se preserva en el banco de Gemoplasma del Inifat.
Cuidar el suelo
Aunque algunas bondades del clima se mantienen en Banao, los científicos espirituanos apuntan hacia otra arista que reduce la productividad de los suelos: su uso indiscriminado.
“Hemos retrocedido en cuanto a la exigencia para conservar la superficie donde cosechamos. Muchos campesinos explotan los terrenos por tres años consecutivos, luego piden nuevos estratos, mientras abandonan los antiguos, ya estériles. El abuso de los fertilizantes le quita vitalidad a la tierra y, por ende, reduce las posibilidades de producir”, advirtió Rigoberto Ronda Rivero, director de la estación.
Solo las prácticas de conservación y las medidas antierosivas contribuirán a su rescate, para lo que es necesario además, priorizar el empleo de agentes biológicos, no contaminantes del ambiente y favorables para la salud humana. Ello permitirá la supervivencia de un área en la que más de 500 caballerías se hallan en manos del sector cooperativo y campesino.
“Labiofam produce microorganismos eficientes para el control de plagas y la nutrición de los suelos. Nosotros también comenzamos con ese empeño. Ya aplicamos humus de lombriz y abonos verdes para evitar el desgaste en áreas sin sembrar, y proveemos los terrenos con restos de cosechas para mantener la humedad y agregar nutrientes. Nos falta trabajar más con los productores para que incorporen estas rutinas a sus quehaceres”, razonó Manuel Rolando López.
Una mixtura entre anomalías climáticas y mal manejo de la tierra se cierne sobre Banao. Por la inestabilidad del ambiente y la influencia negativa del hombre merman los rendimientos en un entorno abocado a crecer cada día. Ante tal realidad, toca a los científicos buscar alternativas para contrarrestar los efectos de la naturaleza y advertir a tiempo para que los proveedores garanticen los insumos necesarios. Por su parte, los campesinos tendrán que despojarse de prácticas viciadas y escuchar atentos la voz de la ciencia, sobre todo porque varias investigaciones vaticinan que, en el siglo XXI, la productividad agrícola en el planeta caerá un 30 por ciento.
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