A 55 años de librada y ganada la batalla contra el analfabetismo en Cuba, los recuerdos de la única alumna alfabetizada por Manuel Ascunce convergen en Sancti Spíritus
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Ella, Neisa Fernández Rojas, la única persona cuyo nombre apareció en un Diploma de Honor firmado por Manuel Ascunce Domenech como alfabetizada por él, estaba en Sancti Spíritus la noche del 25 de noviembre pasado. Se aprestaba a participar en el acto nacional por el aniversario 55 del asesinato del joven sagüero radicado en La Habana, acaecido cuando ella tenía solo 15 años y él, 16.
Apenas anochecía en el momento en que recibió la fotocopia del diploma, extraviado tiempo después de que ella lo donara para la Casa Museo de Limones Cantero, en las estribaciones del Escambray trinitario. Su alegría era perceptible.
Habló de Fidel, del día en que por indicación suya bombardearon con juguetes la demarcación donde ella vivía. “Entonces, por primera vez, vi una muñeca de verdad y ya estaba a punto de cumplir 13 años”, diría, nostálgica.
Neisa no se perdona no haber cursado estudios que la prepararan más para la vida. Cuando lo decidió, algo después del asesinato que pondría en su rostro un hálito de tristeza permanente, su madre, con la barriga llegándole a la boca, le dijo que debía ayudarla. Parió entonces y parió después y ella siguió, como la hija mayor que era, al frente de las tareas domésticas. “Siempre me he sentido en deuda con Manuel por eso, él que tanto hizo para que yo aprendiera a leer y a escribir”, confiesa con un libro en las manos. Es uno de los no muchos que ha leído y releído porque contienen pasajes de la vida de su ídolo de carne y hueso. Persigue cada periódico donde se narran los hechos de aquel día cuando en su casa vieron por última vez a Manolito, como le llamaban al muchacho.
“Nunca dejó de visitarnos, era casi como de la familia”, rememora mientras me muestra la muñequita plástica que él mandó a buscar con su madre, Evelia Domenech, para regalársela a su hermana Vidalina, entonces la bebé de la casa. Mañana, por fin, volverá al sitio que no ha visitado por casi 20 años. No, al menos, en la fecha lacerante del 26 de noviembre. Esta vez irá acompañada de su esposo, quien participó en la Lucha Contra Bandidos y asumió la crianza de sus hermanos cuando el padre murió; de la hija y de los dos nietos mayores. Luego de grabar en su voz revelaciones sobre el suceso épico insisto en que vaya a dormir temprano, dado su nerviosismo y las emociones que le esperan. Lejos, muy lejos estoy de imaginar que la aguardan, no solo a ella, sino a Cuba en pleno, emociones peores.
Habrá acto en Limones Cantero, pese a la noticia que desde la medianoche tiene en vilo al archipiélago, la misma que ha partido en dos su historia. Lo sé pasadas las cinco de la mañana luego de llamar al funcionario del Partido que 10 minutos antes del “sacudión telúrico” me dejó en la puerta de la casa. Y allá me voy, adolorida, y entrevisto a los nietos de Neisa, quienes viajan en el microbús de la prensa. Pero la contraorden sobreviene enseguida: el acto ha sido suspendido.
“¿Qué te puedo decir? La Campaña de Alfabetización fue idea de él. Sin Fidel la Neisa de la historia sería analfabeta”, musita cuando la encuentro, de regreso, en el Hotel del Partido, donde siente un dolor similar al de aquel 26 de noviembre de hace 55 años. Las coincidencias la han traído aquí en el día más triste para ella desde entonces.
La pesadumbre de la noche anterior parece haberse multiplicado por cien, por mil, por un millón. Sus ojos son dos cuencas húmedas que miran sin ver. Sobrecogidas ambas, decido que el testimonio de esta mujer debe quedar guardado para más adelante. Desde ahora no habrá otro tema en la prensa cubana que el deceso del hombre gigante, el que la puso frente a mí, el que colocó a Ascunce en su camino y a miles de alfabetizadores y maestros voluntarios en el camino de los más pobres de Cuba, para que fueran instruidos y, por lo tanto, libres.
Se va a su casa, en Santa Clara, sin la visita al bienvestido que aún guarda la huella de las torturas a Manolo —así firmaba él en su carta a Evelia fechada el 24 de noviembre— y a Pedro Lantigua. Se va con el corazón de luto doble, con la herida abierta, con la ganancia única de que el destino hubiese unido por segunda vez a los dos hombres que más hicieron por ella en la misión que la sacó de las tinieblas y la llevó a la luz.
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