Ni antes ni después ha visto el mundo una misión combativa extra fronteras que haya arrojado tantos frutos como la cumplida por Cuba en Angola entre noviembre de 1975 y mayo de 1991
Se ha dicho con toda razón que la intervención de fuerzas cubanas en Angola cambió el destino de África, porque por primera vez en ese continente, los grupos retrógrados nativos y una coalición de regímenes reaccionarios, empezando por el gobierno racista de Sudáfrica, fueron vencidos en toda la línea.
Para Cuba todo comenzó cuando Antonio Agostinho Neto, líder del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), inició contactos con la parte cubana en Dar es Salam, Tanzania, entre finales de 1974 e inicios de 1975, ante la situación de deterioro del sistema colonial ocurrida a partir de la llamada Revolución de los Claveles en Portugal, en abril de 1974.
Ya las nuevas autoridades en Lisboa habían fijado la fecha de noviembre de 1975 para el traspaso del poder, cuando se hizo evidente el enorme peligro que se cernía sobre ese territorio del África austral, a punto de obtener su independencia.
Y es que por el norte una entidad llamada Frente de Liberación del Enclave de Cabinda (FLEC), con apoyo externo, pretendía apoderarse de ese territorio muy rico en petróleo, mientras desde el nordeste el Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA), encabezado por Holden Roberto y respaldado por su cuñado, el dictador zairense Joseph Mobutu, avanzaba hacia Luanda, tratando de tomarla antes del 11 de noviembre, fecha escogida para la declaración de soberanía.
Entretanto, desde el sureste, el sur y el centro progresaban en territorio angolano fuerzas de Zambia, África del Sur, y de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), regidas por Jonás Savimbi, instrumento de Sudáfrica y Estados Unidos.
Fue en esta situación que llegó a La Habana el urgente pedido de ayuda del Presidente Neto, al cual, desafiando la posible reacción de Washington, Cuba dijo: ¡Sí!, el 5 de noviembre de 1975, a pesar del riesgo enorme que corría en una guerra que no se podía perder.
Por coincidencia, se cumplía ese día el aniversario 132 de la insurrección protagonizada en igual fecha de 1843 por una esclava angolana llamada Carlota, en el ingenio matancero de Triunvirato, donde, una vez aplastada aquella insurrección, los colonialistas españoles la descuartizaron como escarmiento. De ahí que se escogiera su nombre para designar una operación que devendría reivindicativa de los lazos históricos comunes.
Ante la situación desesperada creada desde inicios de noviembre de 1975, los primeros cubanos en entrar en combate fueron los asesores militares de cuatro centros de instrucción de tropas creados en distintas regiones del país, los cuales resultaron decisivos, junto con refuerzos llegados urgentemente por aire, en la derrota aplastante en Quifangondo de las huestes del FNLA y los zairenses que amenazaban la capital angolana, desde el norte y el nordeste.
En cuestión de días y semanas fueron llegando desde la Perla antillana miles de combatientes internacionalistas, armas y pertrechos a bordo de buques y aviones, los que pronto enfrentaron a los enemigos que avanzaban desde el sur, a los que —tras algunos reveses iniciales— lograron detener y luego arrollar en una ofensiva que concluyó a finales de marzo de 1976 en la frontera con Namibia.
Se creyó entonces que la guerra terminaría pronto e incluso Cuba inició el retorno de parte de sus tropas, pero no tardó en quedar claro que Zaire y Sudáfrica con el apoyo de antiguas potencias coloniales europeas se proponían continuar la agresión. Por ello el conflicto se prologaría otros 14 años, jalonado por páginas gloriosas como la defensa de Sumbe, la batalla de Cangamba y otras épicas acciones libradas victoriosamente por cubanos y angolanos.
En el último trimestre de 1987, los sudafricanos, aprovechando una operación mal planificada de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (Fapla) hacia la frontera este en la zona de Jamba, iniciaron una contraofensiva junto a la Unita, que hizo replegar los restos de las brigadas angolanas hacia su enclave de Cuito Cuanavale.
Se empeñaría allí una gran batalla cuando las fuerzas combinadas de Sudáfrica y UNITA, utilizando gran número de tanques, artillería e infantería con fuerte apoyo aéreo trataron de dar el golpe de gracia a las tropas del Gobierno con asesoría cubana. Pero los defensores resistieron hasta la llegada de importantes refuerzos mixtos.
Empero, Sudáfrica, decidida a dar la batalla decisiva de la guerra, inició en mayo-junio de 1988 otra ofensiva hacia el norte con grandes medios desde la dirección suroeste. Para afrontarla, el mando cubano-angolano concentró unos 40 000 efectivos isleños y cerca de 30 000 de las FAPLA y namibios del SWAPO.
Organizadas en casi 140 batallones, con cientos de tanques y vehículos blindados y protegidas por 1 000 armas antiaéreas, aquellas tropas emprendieron el avance al sur, marcando el camino de espléndidas victorias como Donguena, Tchipa y Calueque, ya prácticamente en la misma frontera con Namibia, lo que obligó al enemigo a pedir el cese de hostilidades.
Fue el principio del fin del apartheid, pues como resultado de la derrota sudafricana, se vino abajo el régimen de Pretoria, que tuvo que instituir un Gobierno provisional, sacar de la cárcel a Nelson Mandela, líder histórico del partido Congreso Nacional Africano, y convocar a elecciones que fueron ganadas por él. Namibia obtuvo la libertad plena y Angola consolidó su independencia.
En 15 años de acciones combativas participaron unos 300 000 cubanos y 2 077 perdieron la vida. La pequeña nación del Caribe había dado al mundo una lección imperecedera de internacionalismo, pues de Angola solo se llevaron los cubanos el honor de la victoria y los restos venerados de sus hijos caídos.
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