Sin academia alguna, Eduardo Martín es el típico parrandero de Yaguajay
Pedro Luis Ferrer: No creo en el silencio
Todavía entona como Dios manda. Se levanta del viejo sillón y busca dentro una guitarra. El bolero rejuvenece otra vez esta casa de madera y teja, más veterana que sus propios 92 años. La voz, desempolvada y briosa. Caprichos de la memoria salpican una y otra vez la entrevista. Eduardo Martín Lara, nombrado por decreto popular como “El emperador de la reja”, todavía conserva la corona de brillos plateados y su rústico instrumento musical.
“Yo soy compositor, guitarrista, tresero, poeta, bongosero, contrabajista, pero también barbero, mecanógrafo y mecánico dental. Soy de todo y no soy de nada. Hace unos años me pusieron esta corona porque siempre fui parrandero, del barrio de La Loma, todos esos cantos del gallo también los hice, la parranda era lo mío”, recuerda mientras se inquieta buscando unos papeles.
Entre tantos recuerdos lo mismo extrae un contrato de 1955 con Radio Circuito, de Las Tunas, que alguna foto de mujer hermosa. Interrumpe sus propias respuestas para hacer cualquiera de tantas canciones o una décima contestataria de pico fino para abatir otra vez a sus eternos contrarios del barrio de Sansariq.
“Mi papá era mexicano y en la familia todo el mundo era músico, poeta, cantante. Mamá vivía aquí y yo soy de Yaguajay. Mi hermano Armando y el viejo Vega me enseñaron a tocar guitarra, pero luego los dejé atrás, aprendí música con mis hermanas Regina y Dora y me hice un guitarrista que había que decirle usted”.
Saca una libreta de notas repleta con letras de boleros. “En La Habana hay cuatro inscritos con propiedad y todo. Aquí también tengo guarachas”, dice. Ahora canta a cappela y su acento envidiable recuerda los grandes boleristas de los años 50: “Y eso que desde que me puse los dientes postizos me ha cambiado la voz”.
Escambray llegó a Eduardo Martín con el prejuicio de las referencias. “El viejo es majadero, alérgico a las entrevistas, no le gusta atender a nadie”, escuchó por teléfono este suplemento más de una vez. Pero aquel viernes no hizo falta tocar a la puerta porque ya permanecía abierta. Las ausencias custodian cada minuto de su retiro.
“Me he quedado solo, ya se ha muerto todo el mundo. Yo hacía música dondequiera, siempre he estado en eso. La música viene de nacimiento, el que nace con oído es músico, para eso hay que nacer. Yo fui director del conjunto Casino, muy famoso aquí, pero me dijeron que si le cambiaba el nombre por Polar, para hacerle propaganda a la cerveza aquella que había, me daban una guitarra y enseguida acepté”.
Vuelve adentro y trae su reja, ese exclusivo instrumento musical de Yaguajay que dio vida a la bunga —variante local de la conga— y cuya sonoridad nace de la superposición de esta especie de cencerros fabricados con tubos de cobre, en sus orígenes salidos de los hornos del central: “Todavía guardo mi reja aquí, mírela, como el primer día, han venido a buscarla porque se la quieren llevar para el museo, pero qué va, todavía. Yo aquí era el líder de la parranda”.
El viejo artista aún recuerda las actuaciones con el circo Montalvo, sus andanzas por media Cuba con las cuerdas a cuesta, las grabaciones en la radio, la creación de su trío Tropical — “se parecía al de Servando Díaz—, pero ya casi no puedo ni tocar la guitarra, me duele tanto la mano, aunque me queda el recuerdo”.
Ahora improvisa una bunga golpeándose el vientre con ambas manos mientras define a su manera que “música es el arte de combinar el sonido con el tiempo, usted ve todos esos libros de ahí, son de música pero no me enseñaron nada, la finura de oído es un don de la naturaleza, eso no lo enseña nadie, puedes meterte todos esos libros en la cabeza que si no tienes oído no eres nadie, eso tiene que nacer”.
Sin mediar academia alguna, Eduardo Martín ha enseñado a muchos músicos en este pueblo. Con frecuencia, Pedro Luis Ferrer ha recordado la suerte de haber nacido cerca de este maestro de su barrio. Elogios no le han faltado al definirlo como un enorme guitarrista, excelente tresero y armonista, que nunca se quiso ir de Yaguajay.
“A Pedro Luis Ferrer lo enseñé yo a tocar guitarra. Le digo ‘Menelao, el rey de la marcha atrás’, porque cuando muchacho jugaba con un fotingo y siempre daba marcha atrás. Vivía aquí cerca. Él siempre me mienta por ahí. Después de grande vino una vez por acá. Quisiera que volviera ahora para darle todos estos boleros míos para que los cante”.
¿Y Pedro Luis aprendió fácil ese instrumento?
“No, eso no se aprende fácil, pero aprendió. También enseñé a Armandito, mi sobrino, que es el director de la banda aquí y tremendo músico y a otros que me lo pidieron. La música de Pedro Luis la he oído poco, alguna guaracha y eso”.
¿Por qué nunca se marchó de Yaguajay?, ¿dicen que no le gusta la fama?
“Siempre he sido enfermo, desde niño, me dio la difteria, padezco de muchas cosas. Si me das fama falsa no te la acepto. Por ahí muchos tocan guitarra, son famosos y lo que hacen no sirve”.
¿Cómo se las arreglaba con su esposa para guardar tantos recuerdos de mujeres y dedicarles esos hermosos boleros?
“Bueno, soy divorciado dos veces”.
¿Esa boina que siempre usa guarda alguna relación con los ritmos españoles?
“No, es por la calva, para cuidarme. Lo único que no se pega en la vida es la belleza porque mira que he tenido mujeres bonitas y mire como sigo feo. El otro día me dijeron ‘Feliz cumpleaños’ y le respondí será feliz quita años porque, ¿quién va a ser feliz cumpliendo tantos años?”.
A usted le gusta la bunga, tocar la reja, pero algunos consideran que ese ritmo les queda mejor a los descendientes de africano.
“Eso es cuento, busque para que vea, no ha nacido el negro que toque reja como yo”.
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