Cualquiera de los atletas asistentes a los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro hubiese brincado de alegría de haber conseguido la medalla de bronce del cubano Leonardo Díaz en la final del disco de la categoría F54-56
Leonardo consiguió su tercera medalla paralímpica, dos de ellas de oro. Toda una hazaña que es un sueño a alcanzar por más de un mortal. El mismísimo recordista mundial, el iraní Alí Mohammadyari, se haló los pelos cuando marcó tres foull y se fue de la competencia, sin bronce, sin nada.
Pero Leonardo no entiende de penas ajenas. Por eso quizás siguió de largo por la zona mixta donde le aguardaba la prensa cubana para enaltecer su bien ganada presea bronceada. En su rostro se advertía la ira, la frustración ¿o el desconcierto?
No quiso hablar. De haberlo hecho tal vez entenderíamos sus razones de por qué tal contrariedad con una presa bronceada.
Un dato pudiera explicar su hastío por una medalla de bronce. Desde los Juegos Parapanamericanos de 2007, casualmente, en esta misma ciudad, Leonardo no conoce el rostro de la derrota.En toda competencia donde tomó parte, incluidos los Juegos De Beining en el 2008 y de Londres en el 2012, sus rivales lo miraron desde los escalones más bajos del podio,
Esta vez en su camino al oro, encontró dos piedras: el iraní Alireza Ghalesh, con 44,03 metros y el brasilero Claudiney Batista quien con 45,33 le rompió el récord paralímpico de 44.63 metros a Leonardo
De este flamante campeón se especula su reciente inclusión en una categoría diferente a la que siempre compitió y que le da ciertas ventajas físicas en relación con sus contrarios pues de hecho fue el único de los once competidores que salió caminando de su silla de lanzamiento.
Leonardo quizás padezca de ese “mal hábito” cubano de no sopesar en su dimensión real el valor de una medalla de bronce. Quizás no. Solo él lo sabe, pero no pudo o no quiso decirlo.
En el estadio olímpico no esperaba por un título que puede o no caer. Admiraba la estatura de un competidor que hace muy poco padeció una lesión que casi le impide venir hasta Río. Me preguntaba cómo así y todo pudo tirar 43,58 metros en su tercer intento, para mantenerse en el podio paralímpico, por tercera ocasión sucesiva.
En la zona mixta nunca le hubiese preguntado por qué no ganó, porque, como todos es humano y por demás atleta. Apenas esperaba al hombre, ese que puede alzarse sobre la propia vida, para conquistar otra vez un sueño por un honroso camino bronceado.
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