Con la tercera tasa de envejecimiento poblacional más alta de Cuba, Sancti Spíritus lamenta cierta desatención familiar y menosprecio hacia parte de ese importante sector de nuestra sociedad
Una escena desgarradora, narrada por cierta conocida, me vino a la memoria al leer la esquela de Nidia Hernández, lectora que desde la calle Independencia No. 115, en Guayos, en el municipio de Cabaiguán, propone uno de los temas más abordados en Escambray a lo largo de las últimas décadas.
El suceso en cuestión fue el siguiente: cierta anciana recién fallecida reposaba en una de las capillas de la funeraria de Sancti Spíritus sin más compañía que la de la trabajadora encargada de atenderla en el asilo donde vivió sus últimos años. No fue posible localizar a la familia, que ni la visitaba ni había actualizado la dirección ofrecida como dato importante al momento de “depositarla” en manos estatales. Y la señora, quien tal vez entregó lo mejor de sí en la crianza de hijos y nietos, o quizás de sobrinos, no se libró del contratiempo a la hora de su entierro, cuando ni siquiera le esperaba una tumba.
Nidia, de 65 años, no está desamparada, pero ha visto suficientes tratos inapropiados hacia personas de avanzada edad como para no estar tranquila. En su afán de corregir esa mancha nada desdeñable en una provincia que es tercera del país en cuanto al grado de envejecimiento de su población (20.6 por ciento), concibió, en una noche de desvelo, un breve texto en el que alude al deterioro físico y mental de abuelas y abuelos que en sus años mozos fueron hermosos y operativos, evoca los sacrificios de estos en bien de la familia y llama a la reflexión sobre críticas, reclamos e indiferencias que lastran la rutina de muchos de sus coetáneos.
Tristemente, el caso arriba mencionado no resulta exclusivo. Tanto en la Sección del Adulto Mayor de la Dirección Provincial de Salud como en los Hogares de Ancianos se habla de un creciente desentendimiento familiar que a veces roza en la crueldad: hombres y mujeres que en su ocaso son abandonados una vez que pisan esas instituciones, como si se tratase de objetos llevados a almacenes; seres con ricas historias de vida cuyas experiencias nadie aprovecha; pacientes que en buena lid debieron regresar a su medio una vez sorteado el contratiempo que llevó a internarlos; señoras y señores venerables, o tal vez con vicios, a quienes ni un fin de semana se les regala el aliento del calor hogareño. En ocasiones el menosprecio viene desde fuera, en la calle o los sitios a los que acuden por algún servicio.
Suman 96 156, según el más reciente registro, las personas que sobrepasan los 60 años en territorio espirituano. Más de la mitad son mujeres. Un número superior a los 1 400 reciben los beneficios de la Asistencia Social y otros muchos conviven en hogares respetuosos y funcionales, pero cierto sector permanece al margen de las atenciones que deberían prodigarles sus seres cercanos.
¿Cómo explicar, si no, que de tanto en tanto alguien fallezca en un Hogar de Ancianos, lleve por vestimenta la que allí se le procura y tenga por acompañantes de velorio solo a algunos de sus compañeros de cama, cuando no exclusivamente a la trabajadora social o enfermera asistente? Es la dirección del Hogar la que asume en tales casos la autorización de la necropsia y el encargo de la ofrenda floral, si hubiese tiempo y ocasión.
Nadie ignora que los esfuerzos gubernamentales, al acoger a sus ancianos, tienen por objetivo muchas veces facilitar el desempeño laboral de familiares, pero ello no implica una reclusión eterna, la misma que aguarda a no pocos enfermos mentales una vez llegados a los hospitales psiquiátricos. Es sabido que la calidad del recurso humano que tiene a su cargo las atenciones a los ancianos en nuestras instituciones no siempre es la idónea, que se han resentido las condiciones materiales, que el dolor ajeno siempre duele menos.
Pero pensemos en que el presente de los ancianos es, como regla, el futuro nuestro. ¿Queremos que se nos ignore o maltrate?, ¿cultivamos lo que esperamos cosechar?, ¿qué pasará al incrementarse las actuales tarifas, realmente simbólicas, una vez consumado el actual proceso de certificación de esos centros, que ha estado antecedido por la mejora del confort?
Tanto el Órgano de Trabajo como las autoridades sanitarias reiteran que nadie quedará abandonado, ya que el Estado ha asumido y asumirá las cuantías, parciales o totales, de quienes no tengan cómo costear sus gastos. Sin embargo, las familias se fundan para que actúen como tales. El llamado de la sangre no debería entender de especificidades ni defectos. Tampoco debería hacerlo el de la conciencia, que a la larga puede pesar igual, o incluso más.
Para los que piensan que los viejos molestan, apestan y cuestan les envio esta frace:
«Como eres tu ahora me veia yo, como me ves hoy te veras tu mañana»
Es una triste realidad que nos atenaza hoy;es agravada por las insuficiencias presupuestarias estatales para brindar a estos desvalidos aún mucho más.Pero lo peor es que es un hecho que golpea a muchos y en el futuro a más,la vida moderna impone este sino.Hoy escuché esta frase sobre los viejos: apestan,molestan y cuestan.!Toda una filosofía de los que hoy son jóvenes pero que lamentablemente así piensan! Su muerte es aceptada con suma naturalidad por sus parientes.!Pobre de mí en un poco más!
Mis respetos Delia, ha tocado un tema extremadamente sensible y has logrado con tu excelente artículo llamar a reflexión a las personas ante esta problemática.
El amor es el que debe mediar en cada situación en nuestras vidas y especialmente en esta edad en que se ha vivido tanto, cuando los años pesan y se pierden muchas facultades.
No olvidemos que un día estaremos en esa posición y no sabemos en qué condiciones llegaremos.
Brindemos afecto a las personas mayores para que al final haya valido la pena vivir.