El judoca espirituano,Yangaliny Jiménez, alcanzó en Río de Janeiro su segunda medalla de bronce en lides paralímpicas
Confieso que esta vez no guardé las distancias profesionales, esas que dictan los manuales de periodismo entre el entrevistado y la fuente. Confieso que hice a un lado la imparcialidad que, se dice, es regla de oro de mi oficio.
Mientras Yangaliny Jiménez, decidía ante el azaerí Ilham Zakiyev su segunda medalla de bronce en lides paralímpicas, no pude impedir involucrarme, tan cerca como estaba del tatami en la Arena Carioca 3. Hice, creo, simulacros de acciones en los que me parecieron los cinco minutos más largos del mundo.
Pensé que los conductos geográficos que comparto con el sierpense ayudaran en eso que llaman energía positiva. Para cuando el árbitro dictó la sentencia ya mis brincos eran tan grandes como el de toda la delegación y mis lágrimas corrían sin contención.
Entonces Yangaliny se me fundió en abrazos, mientras la cobertura de rigor estaba lejos de ser objetiva, en esta la primera vez que tengo el privilegio de sentir tan de cerca el golpe de su respiración.
“Me emociona que el pueblo de Cuba por primera vez pueda disfrutar de estos combates en vivo por la televisión, eso es un gran compromiso con la patria y lo agradezco mucho, sobre todo a nuestro Comandante que hayan hecho este esfuerzo, es maravilloso que mis hijos, el pueblo donde yo naci, esa Sierpe que por segunda vez pongo en el mapa y Cuba entera te puedan ver así.
“Agradezco todo el apoyo que me han brindado, a los dirigentes de la provincia de Sancti Spíritus y de mi municipio, a la gente de la ANCI, a Gualberto, para que no se me ponga bravo”.
Sobre la Arena Carioca, Jiménez ya había visto esfumarse su máximo sueño paralímpico cuando el brasileño Willians Silva lo proyectó, y de paso se desquitó de las cinco derrotas ante el espirituano. Tenía entonces dos obstáculos que superar: el shock emotivo y el otro rival. Leídas las credenciales de presentación del azerí: campeón en Atenas y Beijing y vistas las libras de más, parecía que no podría cruzar la muralla. Después supimos que andaba caminos trillados.
“Por lo general todos mis rivales me superan en peso, primero tuve que recuperarme de esa pérdida frente al brasileño, a pesar de que tenía la cara triste, pero me concentré por dentro, pensando en lo mío, mi cara puede reflejar mis sentimientos pero no quiere decir que mi táctica cambie, a este hombre había que enfrentarlo de la forma que lo hice, atacando y atacando y no bajar la guardia”.
Y no lo hizo, como clave del éxito: “Él me estaba cazando para hacerme una proyección de las que él sabe hacer, es mi eterno rival, me ha ganado en mundiales, pero ya le he ganado dos veces, en Olimpíadas, creo que esta le va a doler un poquito”.
Pero el grandulón apeló a tácticas, como procurar un sido para su contrario o sacarle ventaja a una herida del sierpense en su mano derecha a cincuenta segundos del final.
“Estaba apurando al médico, porque el hombre me estaba descansando mucho, entonces todo el esfuerzo que había hecho durante todo el combate con mi entrenador lo íbamos a perder. La doctora que nos estaba atendiendo quería como que demorarse y yo loco todo el tiempo para terminar rápido, estaba cansado pero merecía la pena seguir porque he trabajado mucho, con mi edad ya padezco de muchas lesiones”.
Cuando la amplificación local hizo oficial el bronce de este hombre, se premiaban 37 años de vida y un cuatrienio de esfuerzo. Al menos eso pensé. A seguidas, rectifica.
“No son cuatro años, es toda una vida, 27 años de carrera deportiva y esos años pesan. Ah y gracias a ti que estas aquí”.
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